Karl Marx dijo que la historia se repite primero como tragedia, después como farsa. En este caso la historia no se repite pero se parece o, en otros términos, una historia evoca la otra. El 1° de mayo de 1933 se firmo el pacto Roca Runciman. El 28 de febrero de 2016 el gobierno argentino firmó un acuerdo para el pago a los fondos buitres de los bonos que estaban en su poder cumpliendo al pie de la letra con todas las exigencias impuestas por el juez Griesa.

Ambos casos se dan en un contexto internacional desfavorable para el país. En 1933, Inglaterra, como resultado de la Conferencia de Ottawa, tomó medidas tendientes a proteger el mercado de carnes incipiente en la Commonwealth, es decir, sólo compraría carnes a sus colonias y ex-colonias, las cuales eran  Canadá, Australia  y  Sudáfrica entre otras. Esta decisión que afectaba la exportación de carnes enfriadas a Gran Bretaña fue  recibida como una verdadera catástrofe. En vista de ello se encomendó al vicepresidente Julio Argentino Roca (h) que encabezara una comisión a efectos de llegar a un acuerdo con el gobierno inglés. Tal como lo manifestó Lisandro de la Torre “las instrucciones han consistido siempre en ceder y por ese camino ya se sabe adónde se va.” Cualquier parecido con las instrucciones que llevaba el ministro Prat Gay, no son simple coincidencia sino un mismo espíritu de sumisión.

En resumen el pacto Roca Runciman aseguraba a la Argentina una cuota de importación inglesa de chilled  inferior en un 10 % al ya reducido volumen de 1932 a cambio de concesiones realmente escandalosas:

 El 85% de las exportaciones de este país debían realizarse a través de frigoríficos extranjeros. El Reino Unido "estará dispuesto a permitir" la participación de hasta un 15% de frigoríficos argentinos en la cuota de carne

La Argentina dispensaría a las empresas británicas "un tratamiento benévolo que tienda a la debida y legítima protección de los intereses ligados a tales empresas"

Mientras hubiera control de cambios en la Argentina (limite del capital dispuesto para importaciones), todo lo que Gran Bretaña pagara por compras en la Argentina, podía volver al país deduciendo un porcentaje para pagos de deuda externa.

La Argentina mantendría libres de aranceles el carbón y demás mercaderías que se importaban en ese momento exentas de impuestos, comprometiéndose a comprar en Gran Bretaña el total del carbón que consumía.

La Argentina se comprometía a no aumentar los aranceles aduaneros.

Se fijan las bases para la creación de la Corporación de Transporte, que le terminaría por dar a Gran Bretaña el monopolio absoluto de los medios de transporte argentinos.

Estas condiciones fueron exhibidas como necesarias, no se podía hacer otra cosa, tanto que Julio A. Roca (h) llegó a decir, no sin cierto orgullo que “La Argentina, por su interdependencia recíproca es, desde el punto de vista económico, una parte integrante del Imperio Británico” y William Leguizamón agrega: “La Argentina es una de las joyas más preciadas de la corona de su Graciosa Majestad”.

Se impuso la idea de que si no se conseguía un acuerdo el porvenir era horroroso y que obtenido el acuerdo se solucionarían los problemas del país.  En realidad el pacto respondía más a intereses sectoriales (el de los ganaderos invernadores) que al interés general. Ello debido a que la exportación de carnes enfriadas a Gran Bretaña no tenía una incidencia muy  grande en el comercio argentino en total.

Debe tenerse en cuenta que la Argentina no era un país que exportaba un monoproducto,  las exportaciones agrícolas superaban a las ganaderas. Por otra parte, en el rubro ganadero además de carnes enfriadas se incluían otros productos (ganado en pie, carne enlatada, carnes no vacunas, etc.). Además de no ser monoproducto, las exportaciones tampoco tenían un único destino. Las exportaciones con destino al Reino Unido no llegaban al 40 %.

Sin embargo el pacto fue presentado como inexorable, y lo que sí fue decisivo es que el mismo condicionó la política económica argentina durante años.

El mismo espíritu de imperiosa necesidad se instaló con respecto al acuerdo con los fondos buitres. El mismo ánimo de aceptar de antemano todo lo que se le impusiera al país llevó a acordar el pago total de los bonos. No se consideraron los mínimos criterios de equidad. Las utilidades de los fondos buitres fueron escandalosas.

En ambos casos podía ser beneficioso llegar a un acuerdo, pero no en la forma sumisa e indecorosa a la que se arribó. En ninguno de los dos casos las consecuencias de negociar más fuertemente eran tan negativas ni la genuflexión dio los frutos prometidos. En el primer caso la Argentina siguió arrastrando por años una situación de penuria económica más una atmósfera de corrupción y violencia culminada con el asesinato de Bordabehere en el Senado de la Nación. En el caso de los fondos buitres la Argentina había solucionado el problema de la cuantiosa deuda externa en un 93 %  en términos convenientes para el país, la urgencia en terminar con el tema llevó a aceptar las peores condiciones. Tampoco su solución acarreó los beneficios que se prometieron. No hubo lluvia de dólares (solo se consiguió un préstamo para pagar el acuerdo). No se avizoran los dólares soñados y si algunos vienen lo harán a tasas altísimas y no son las inversiones de riesgo que podrían beneficiar al país sino los capitales golondrinas de los que ya se tiene penosas experiencias. Cuando vienen generan apreciación del peso y consecuentemente incremento exponencial de la especulación financiera y fuerte deterioro de la actividad productiva y cuando la situación creada por ese flujo financiero se corta y los capitales se retiran la consecuencia es el caos económico y social. Este proceso no es una especulación teórica sino una experiencia que ya vivimos en 2001 y que la padece el pueblo griego.

Argentina había logrado la mejor salida de un enorme endeudamiento, reconocida por eminentes economistas y puesta como ejemplo de la renegociación de deudas por la Naciones Unidas, pero parecería que ese impulso hacia la sumisión nos está arrastrando otra vez a hacia el endeudamiento.

La frutilla del postre la puso el ministro Prat Gay cuando dijo en España en un  acto organizado por Nueva Economía Fórum “Pido disculpas por los últimos años, por lo que han sufrido los capitales españoles, en la forma y en el fondo”. En primer lugar es extraña la idea que tiene Prat Gay de que los capitales “sufren” dándole el carácter de seres vivos o tal vez sea porque para aplicar sus políticas tiene que poner el sufrimiento en el ente abstracto de “los capitales” y no en los seres humanos. En segundo término debe reconocerse que como demostración de cipayismo es prácticamente insuperable. ¿Será solo eso o es un gancho para una 3ra. temporada?