Así como hay ricos que al estilo de Gran Gatsby se empeñan en restregarnos su riqueza para deslumbrarnos y empequeñecernos, hay intelectuales que levantan artificiosos bloques de textos más intrincados y aparenciales que sólidos. Y no existe peor contradicción que la de proponerse escribir para el pueblo con lenguaje oligárquico.

La arrogancia hace que ese tipo de mensaje sea un bumerán, esa arma que si falla el objetivo vuelve al punto de partida. Lanzan el bumerán hacia la gente, pero vuelve a ellos sin tocar a casi nadie porque su verdadero lugar es el ego.

Martínez Estrada, Marechal, Discepolín, Cortázar, Mallea, Borges, Sabato, Jauretche, Scalabrini Ortiz, Maria Elena Walsh, Atahualpa, Eneas Spilimbergo, Bioy Casares, Victoria Ocampo, Denevi, Feliz Luna, Leonardo Favio -y cito al azar distintas épocas, popularidades y concepciones ideológicas- ejercieron su protagonismo intelectual sin plantearnos enigmas o dificultades de entendimiento. ¿José Hernández y Sarmiento no son más claros que el agua? ¿Y Rodolfo Walsh y Juan Gelman?  Cuando cada uno de ellos discutía u opinaba públicamente sobre los argentinos y el país, se expresaba sin emplear jeroglíficos. Se les entendía todo. Y ellos se hacían entender porque sabían y querían traducir sus pensamientos más altos al lenguaje más diáfano y directo. Aunque cada uno, después, en su respectiva estética artística podía ser  complejo, hermético, metafórico, filosófico, enigmático, laberíntico, abstruso o críptico, y etc.

Se considera universal y perfecto ese concepto de Nietzsche que dice que “hay espíritus que enturbian el agua para que parezca profunda”. Así como  creo que algunos usan la luz para brillar y no para iluminarse (creo que esto también es de Nietzsche).

Lo raro es que sabiéndose la eficacia de lo breve por sobre el desbordamiento, y del cuidado que hay que tener para no abusar y prolongar una arenga para que no devenga en hastío y hartazgo, hay algunos que se onanizan en escribir muy largo y difícil. Acaso, inconscientemente guardan la esperanza de que el lector se vaya adormeciendo hasta ya carecer de pensamiento crítico. O quizás  por que solo desean ser entendidos por los contados adeptos de grupo y dejar en las mayorías el complejo de ignorancia o de incapacidad cognitiva.

Por suerte el pueblo está volviendo a hablar su propia lengua. Y a escucharla multiplicada y sin necesidad de traducción. Sería un aporte que tuviera maestros más fáciles. Más orgullosamente modestos.

Por eso se extraña a algunos de aquellos artistas y pensadores grandes que conseguían hablar en pequeño y sin que el tono popular le quitara sustancia. Lo que decían era igual de difícil. Pero conseguían que lo entendiéramos cada uno de nosotros.