La tortuga Manuela, de patas rojas, desapareció de la casa de la familia Almeida, ubicada en el barrio de Realengo, un suburbio de Río de Janeiro, en 1982. En ese momento se encontraban haciendo arreglos en el hogar y pensaron que se había escapado al bosque en un descuido de alguno de los albañiles que constantemente dejaban la puerta abierta. Si bien la buscaron durante días, no lograron encontrarla.

Don Leonel Almeida, el padre de la familia, se fue quedando sólo luego de que su esposa falleciera y sus hijos se marcharan de la casa para vivir solos. Finalmente, el hombre murió un mes atrás y sus hijos volvieron para ordenar el hogar y ponerlo en venta.

Cuando fueron al altillo comenzaron a mirar las cajas llenas de polvo para ver si podían conservar algún recuerdo. Fue en ese momento cuando, dentro de una de ellas, encontraron a Manuela. "Quedé pálido. No podía creerlo. Yo crecí jugando con Manuela. La emoción al verla viva fue inmensa. Según nos dijeron los veterinarios que la atendieron, se mantuvo con vida comiendo termitas y bebiendo las gotas de agua que se condensaban".

La noticia despertó tanto interés que el medio Globo realizó una nota en televisión. Allí contaron con la palabra de un veterinario especializado en pájaros y reptiles, que explicó que  las tortugas tienen reservas de grasa a las que acuden cuando pasan hambre, y que se recuperan cuando vuelve a alimentarse. Y en el caso de la especie de Manuela, llamada de patas rojas, se trata de una tortuga selvática que tienen la peculiaridad de poder bajar su temperatura corpórea y modificar sus procesos fisiológicos, lo que les permite entrar en una especie de stand by.

Manuela vivió en soledad comiendo lo que tenía a su alcance y nunca se rindió, lo que le permitió volver a estar en compañía de su familia 34 años después.