En la visita de Francisco a Nápoles, el cardenal y arzobispo de la ciudad, Crescenzio Sepe, explicaba al Papa que había otorgado un permiso especial a las monjas de clausura para acudir ese día al encuentro.

Apenas terminó de hablar, las monjas se acercaron enloquecidas al Papa, quien en vez de asustarse, las recibió a carcajadas.