Jugar bien es el tema en debate. Jugar bien como norma y como meta, por creencia y convicción, por sentimiento y modo de entender el fútbol. Jugar bien por sabiduría, pero también por picardía y astucia.

Juega bien Independiente cuando consigue ser el dueño la pelota y moverla por todo el ancho de la cancha; cuando sus habilidosos hacen valer su gambeta, y todos imponen la voracidad por participar en la recuperación. Juega bien cuando Gigliotti pivotea con sentido y llegan desde atrás Sánchez Miño y Bustos, cuando Rodríguez, Franco y Figal ganan en el anticipo.

Juega muy bien de a ratos Independiente, como para entusiasmar a cualquiera que guste del fútbol. Anoche incluso de manera magistral durante una ráfaga que atravesó Avellaneda entre los 20 y 25 del primer tiempo, en los que fue una avalancha para llevarse por delante a su rival y generar cinco situaciones de gol consecutivas sin concretar ninguna. Pero cinco minutos es un tiempo demasiado escaso como para merecer y justificar un triunfo.

Atlético Tucumán, que lo superó 2-0 en Avellaneda, también juega bien. A su manera, menos barroca pero no menos efectiva, sin adornos que queden registrados en la memoria pero con absoluto conocimiento de lo que puede y debe hacer en cada momento del partido y en cada sector del campo. Y básicamente, con una atención suprema para aprovechar cualquier error, cualquier regalo que puedan concederle.

Entre unos y otros, con sus diferentes estilos y posibilidades, Independiente y Atlético Tucumán completaron una noche llena de fútbol, si por eso entendemos alternativas cambiantes, oportunidades repartidas, aciertos varios y por supuesto errores, porque también las fallas forman parte del juego.

Fue en ese aspecto, en el capítulo de las imprecisiones, por donde se definió el partido. Tuvo más el Rojo y perdió sin demasiados atenuantes, se equivocaron menos los dirigidos por Zielinski y se llevaron tres puntos con total justicia.

Comenzó errático Independiente, con muchas pifias en la salida, y le perdonó la vida Atlético, definiendo mal una y otra vez frente a Campaña. Llegó la ráfaga del Rojo en la que pudo inclinar la balanza de su lado, pero como antaño, volvió demostrar flojera en el momento del remate final; después, la lesión de Meza (desgarro del isquiotibial derecho) terminó de frenarlo.

Fue entonces que los tucumanos, a su ritmo, con la enorme sapiencia de Luis Rodríguez, entendedor como muy pocos de los secretos del puesto de delantero levemente tirado atrás, y el oportunismo de Guillermo Acosta, mucho más productivo cuando abandonó el centro y se ubicó por derecha, empezaron a acertar donde más duele mientras el local sumaba pases a los contrarios y descontrol defensivo.

El 1-0 a los 9 minutos del segundo tiempo terminó de liquidar a Independiente, que perdió la brújula y no supo encontrarla nunca más, ni siquiera cuando su rival se quedó con diez a los 35 minutos y fue apoyándose en la fortaleza de sus defensores centrales para no pasar sustos hasta que sentenció el choque sobre la hora.

"Lo único que quiero es la Libertadores" cantó la hinchada del Diablo a modo de despedida, consciente que la Superliga ya quedó muy lejos. Para cumplir su deseo, el equipo necesitará jugar tan bien como sabe durante muchos más minutos, y equivocarse bastante menos. El largo periplo que deberá recorrer en el próximo mes demostrará hasta donde es capaz de hacerlo.

LN

Ampliar contenido