Diego había debutado hacía apenas cuatro meses en la Primera de Argentinos. Había jugado sólo 11 partidos, pero con 16 años y cuatro meses, el entrenador de la selección -por entonces, César Luis Menotti-, lo convocó para un partido amistoso en la Bombonera, frente a Hungría.

Fue el domingo 27 de febrero, hace 40 años. Maradona entró a los 20 minutos del segundo tiempo por Luque, cuando el partido estaba sentenciado, 5 a 1.  

"Va a entrar por Luque. Haga lo que sabe, esté tranquilo y muévase por toda la cancha", le dijo Menotti, antes de entrar.

Ya en cancha, en la primera que tocó 'Pelusa' le metió un gran pase a Housseman; el 'Loco' no pudo hacer el gol pero la Bombonera lo celebró como tal. 

En su libro 'Yo soy el Diego', Maradona escribió sobre ese momento: "Entonces, me serené del todo. Me alentaba Villa, me cuidaba el Tolo y Carrascosa me decía ¡Buena! ¡Buena!, aunque no la hiciera bien".


40 años de romance


Un año y medio después de aquel instante sublime, lloró cuando Menotti lo dejó afuera del plantel que se consagró campeón en el Mundial 78 que organizó la última dictadura en nuestro país.

Al año siguiente tuvo revancha en la Copa del Mundo juvenil en Japón, al ser el estandarte de un equipo inolvidable, que aún se recuerda, con Ramón Díaz, Calderón, Escudero, Simón y compañía.

Fueron los primeros campeones Sub 20, del país que más títulos tiene en la categoría. 


A España en el 82' viajó como una de las figuras mundiales, también bajo las órdenes de Menotti y con una selección que era candidata por ser la última campeona del mundo y por contar, a priori, con uno de los mejores planteles de la historia.

Pero Argentina y él se fueron sin pena ni gloria. O peor, con papelón: Diego vio la roja ante Brasil por un planchazo descalificador sobre Batista en el partido de segunda ronda.

Tendría otra vez otra oportunidad con 'su' Mundial, el de México 86. Como reza la canción que cierra esta nota, "no hace falta más que entrecerrar los ojos para verte gambetear". 

Y así pasarán las fotos con cara de patadas de coreanos, banderín en mano en un sorteo de capitanes y tirando un centro de gol; el salto acrobático ante Italia para dejar parado a Galli, la pelota atada y las corridas frente a Uruguay.

Más imágenes imborrables: el salto con el puño apretado sobrepasando a Shilton, o dejando el hilo y el tendal, ingleses desparramados como fichas en una maqueta armada para que su corrida sea la jugada memorable de todos los tiempos que haya soñado cualquier relator. 

La copa del mundo sostenida por sus manos, su sonrisa, convidada a compañeros en un palco exultante.

Su imagen consagratoria, en andas con el trofeo, una postal para siempre, consagratoria.
 


Después vino la Copa América en Argentina que nos ganó Uruguay y Diego no fue Diego. Y en el 89' la de Brasil, donde Romario le tiró un caño y Maradona no volvió a ser Maradona. 

Cuatro años más tarde, la impotencia física y futbolística de Italia 90, de principio a fin; el insulto a los tanos del norte durante el himno, los esfuerzos de Alemao y Dunga por frenarlo cuando arrancó en la mitad de cancha, subido a uno de sus tobillos -el otro lo tenía averiado-, se cargó a medio Brasil y dejó solo a Caniggia para ganar un partido increíble.

Diego festejando su gol de penal ante Italia, al partido siguiente de haberlo errado contra Yugoslavia. Maradona llorando y negando con la cabeza su medalla de segundo puesto. 

Imágenes con la cara de Diego en Estados Unidos 94. El día del debut con gol gritado a la cámara del tiempo, goleada a Grecia bajo su batuta e ilusión de volver a...

Maradona, Batistuta, Reondo, Simeone, Nigeria, el calor sofocante de Boston, el pase a Cani, otra victoria que soplaba brasas en el corazón y nos prendía fuego como solo se entusiasma un futbolero cuando ve a su equipo brillar.

Y aquella, su salida de la cancha de la mano con la doctora que lo llevó a donde le cortaron las piernas.

El recuerdo íntimo e individual de cada uno de aquel momento -tristeza incompartible-, de cómo se conoció la noticia, de quién era al fin el jugador que había dado positivo en el Mundial.

Diego sentado, abatido, rodeado de micrófonos y de cámaras. 

Fue el final, desde la Boca a aquel estadio de Boston, con la selección el Diez jugó 91 partidos y marcó 34 goles. 

Su legado es inolvidable, y hasta ahora irrepetible y va mucho más allá de récords.

Luego llegaría su etapa como entrenador y el Mundial de Sudáfrica con su final amargo, pero eso queda para otra crónica. 

Algunos intentan explicar cómo se puede adorar a un tipo que dio tantas alegrías y por tal se lo llame 'D10S'.

Ni más ni menos, Maradona es eso para muchos, un Dios de carne y hueso que dio alegrías infinitas con una pelota, el primer juguete de cualquier hombre.

¿Cómo puede ser que haya quienes se alboroten tanto porque muchos aman a quien más alegrías le dio en su vida? 

Un Dios que hizo milagros que otro mortal ni siquiera; y errores también inigualables, más graves que cualquiera de nuestras macanas peores. Por eso se lo perdona, o no. 

Al fin y al cabo es más o menos parecido a que alguien cree al hombre, a la mujer, el deseo, el vino, las montañas, mares y lagos... y enseguida al hambre y la guerra.

O quizás esto último sea pura exageración tras haber vuelto a abrir los ojos, después de volver a verlo gambetear.