"El primer contacto que tuve con esta historia fue en agosto de 2013", señala Juan Mattio autor de Tres veces luz; novela que retoma el hecho policial de "cuatro polizones congoleños asesinados por la tripulación de un buque de cargar en ultramar" para crear una trama con el  espíritu de una odisea de doce días- con idas y vueltas en la narración que la extienden- que cumple con la promesa de un mundo donde la luz no siempre tiene el carácter de redención. 

La historia, en primera persona , se inicia (un 24 de julio) cuando la abogada- de consumos refinados aunque, por momentos, con leves tendencias a mostrarse como escritora que distraen del foco más allá de la vaga justificación de "No hay ninguna otra cosa en este mundo que se parezca tanto al Derecho como la ficción"- recibe la noticia de que hay "un esquimal" varado en el puerto de Santa Fe con un papel que dice "mamamatay-tao" que en idioma tagalo quiere decir "asesino".

Mattio cambia y amplía la trama cuando pasa a la densa situación de un hombre y un niño que viajan como polizones encerrados en un container desde África hasta nuestro país, luego del asesinato de otros menores.  El factor de bitácora ( iniciada con fecha 15 de julio) que introduce el polizón, en tercera persona,  nos traslada al terreno clandestino de la animalidad humana  "La suciedad podía sentirse como una presencia" y el esfuerzo por sobrevivir más allá de la locura: "Hizo tres tajos en su muñeca izquierda. No quería morir. Quería sentirse".  

Mattio trabaja diálogos y escenas (narradas con el atractivo de lo oscuro) con precisión y sin necesidad de ahondar en datos escabrosos en una atmósfera de encierro que recorre toda la novela; encierro en una investigación trabada por la burocracia, el lenguaje, el misterio y en la que la pregunta "¿dónde empieza esta muerte?" adquiere nuevos sentidos (independientemente de la enorme cantidad de referencias psicoanalíticas), y el aislamiento forzado en la bodega de un buque cruzando el océano. El autor nos trae un "hombre lobo" con su doble cara para narrar la pesadilla y la fantasía de una vida distinta al otro lado del mundo o "Como pintarse los labios para nadie frente al espejo" pero aún intentar algo distinto.  

Por otro lado, Aquilina- en la colección que dirige Juan Sasturain- publicó Las niñas de Santa Clara del escritor y editor uruguayo Gabriel Sosa en la que introduce al periodista Gustavo Larrobla al que se le encomienda "Algo de periodismo puro y duro. Investigación. Informes especiales. Crónicas. Periodismo de verdad. Como el que hacías vos antes" y así comienza a indagar  sobre una red de pedofilia y abusos en la frontera entre Uruguay y Brasil de "espaldas al río" y a la moral. Si en la novela de Mattio el lector puede intuir la asfixia de sus personajes, es en la historia de Sosa donde el estrangulamiento adquiere una dimensión verdaderamente palpable en la que el asco y la inacción genera mayor tensión que el derramamiento de sangre. 

Siguiendo, pero no abusando, el dicho "Pueblo chico, infierno grande"; Sosa que trabajó- años atrás- en una investigación similar para el diario El País en el suplemento Qué Pasa, ficcionaliza el abuso real de menores en un pueblo con la dosis justa de frialdad y empatía por el periodista con estatus de asistente editorial en la revista Posmo

Larrobla, que tiene un gusto por la descripción paisajística y los detalles, hurga en la ética de su oficio para traer recuerdos y culpas. La novela dividida en "Inicio", cuatro días y "Final" recobra el tinte de crónica donde los cabos se van atando en una investigación que se vuelve demasiado personal con momentos brillantes como el diálogo con "La Reina" de el prostíbulo El Tomate "Pero mientras, mi querido, tú no sabes en qué país vives en realidad" y otros que se repiten para reforzar la idea de "Pocho Peralta es el síntoma" de la manzana podrida en el cajón social uruguayo en el que no hacer nada parece ser la premisa. 

Sosa logra una novela con un ritmo en el que las numerosas pausas, incluso la de "dar sorbitos a una Coca- Cola" hacen que la lectura de su prosa requiera de la decisión de sumergirse en lo ominoso atravesando detalles que nunca son nimios. 

Ambas novelas, Tres veces luzLas niñas de Santa Clara presentan sus cortes sociológicos con plumas que se diferencian pero que se unen en la reivindicación de un oficio en el que los hechos pueden ser más atroces que la ficción; aunque esta última también tenga su cuota de denuncia. 

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Tres veces luz, de Juan Mattio                     

Novela

Aquilina, 2016 

136 p. 

Las niñas de Santa Clara, de Gabriel Sosa

Novela

Aquilina, 2016

208 p.