Al abrir el primer libro de Celina Abud, Alguien con quien hablar (Crack- up, 2017) el lector se encuentra con una dedicatoria hacia el amor incondicional y "una grieta", en palabras de Leonard Cohen. Y es que en los tres relatos que componen el libro, Abud aborda los vericuetos del hacerse entender, escuchar, prejuzgar, racionalizar, y todo aquello que hace al término incomensurable del arte de supervivencia llamado comunicación. 

En el primer texto ¿Hace cuánto que nos vemos?, la autora construye los romances de Florencia Allister a partir de quienes la rodean- y cómo ella interactúa con los mismos-; personajes que sacan a relucir sus consumos culturales que operan de manera más notoria- en ubicación espacio/temporal- que un lenguaje o gesto en particular.  La definición por contraste funciona a lo largo del relato, que no cae, y que coquetea con la teoría de una buena forma entre la parte y el todo de un ritmo logrado. 

"Se gestó [el libro] en el taller de Hernán Vanoli, lugar donde empecé a escribir ¿Hace cuánto que nos vemos?, el primero de los tres relatos. Me di cuenta de que el texto generaba muchas cosas en mis compañeros: se armaban polémicas y discusiones sobre las conductas de mis personajes, estados entre la carcajada y la indignación que yo disfrutaba muchísimo", explica Abud y resalta: "Me dije: «Al fin lo conseguiste, tu cuento genera cosas.» Su versión terminada quedó con una extensión de 41 hojas de Word. No quería tocarlo porque era la primera vez que me había quedado conforme con algo que había escrito. Pero pensé: «Uf, esto no es ni un cuento ni una nouvelle. Sin duda no puede publicarse solo. Bueno, habrá que ponerse a escribir dos cuentos más de la misma calidad». En esa afirmación había un miedo inmenso y a la vez una gran liberación. Miedo porque cuando una escribe algo que realmente le gusta piensa que no va a ser capaz de superarse. Liberación porque fue la primera vez que visualicé un libro en mi cabeza. Cuentos anteriores tengo muchos, pero si los junto todos no son un libro, ganan en volumen, pero no en unidad."

Y reflexiona: "De chica me había impactado mucho leer Rosaura a las diez, de Marco Denevi, por cómo un coro de voces había construido a una persona. Quise probar ese modelo aplicado a las relaciones. En un principio tenía la idea de hacer el relato plenamente humorístico, pero por suerte después quedó matizado. Si hablé de consumos culturales y sobre todo, de los oficios de mis personajes, fue para darles credibilidad y para explorar cómo la vida que ellos habían elegido podía influir a la hora de construir a Florencia. Me cuidé de que Florencia fuera una mujer considerada normal, porque a través de esa mujer normal me propuse graficar los vínculos y las maneras de querer en las distintas etapas de la vida. Por eso creo que quienes tienen 30 y pico o 40 lo van a disfrutar más".

El segundo texto, Las agujas, parece esconder un chiste interno entre el mundo de los átomos y lo digital. Mientras los tatuajes, el exhibicionismo, las edad, la rebeldía- y la nostalgia por la misma- atraviesan a Adrián y Martín, dos tesistas de la Carrera de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Buenos Aires.  Ese aspecto anfibio entre dos mundos recorre el relato en el que se exponen las problemáticas de los personajes a partir del intercambio de e-mails que recuperan una extraña esencia epistolar en pleno siglo XXI.  La pregunta de ¿por qué no un diálogo y sí esos parlamentos entre los protagonistas? parece responder a esa necesidad de comunicar sin necesariamente ser escuchado, o al menos comprendido.  Agujas que marcan la piel pero también los tiempos que nos corren no solo a nivel biológico sino también de toma de decisiones. 

"El interés por escribir ficción, o más bien por escribir en plan literario, surgió mucho antes que la idea de estudiar Periodismo. A los siete años hice mis primeras poesías. A los 10, una composición que era una suerte de receta para ser feliz, muy cuestionable para la psicología, pero bien escrita para la edad. Y a los 14, un sinfín de poemas líricos y dramáticos. Tal vez porque crecí en los ’90, sumado a las frases de apocalípticas de padres y abuelos sobre la salida laboral, me terminé decidiendo por Periodismo, una idea que hoy, por la crisis en la profesión, suena obsoleta. Pero la inquietud hacia la escritura nunca se fue. Pasados los 20 años empecé a asistir a talleres de narrativa para ganar disciplina, pulirme y encontrar una voz. Si por momentos me peleaba con la escritura, recurría a mi otro principal interés, que es el canto. Y también tuve mis etapas en que estuve peleada con el periodismo, pero hoy la carrera que elegí también sirve para escribir, porque a través de entrevistas, genero materia prima para la ficción", reflexiona la autora para hablar de sus inicios. 

Y sobre la decisión de elegir el monólogo electrónico por sobre el diálogo, Abud bromea: "Será que me gusta pasarla mal porque siempre elijo estructuras que me desafían, que no me salen fácil. Crear, no creé nada. Quise escribir sin narrador, como ya lo había hecho como nadie Manuel Puig, pero con temáticas distintas y los recursos tecnológicos básicos de hoy. También quise probar escribir en segunda persona, algo que no me quedaba para nada cómodo. Así, el cuento se fue armando con monólogos, pero con el otro personaje presente en el mismo lugar; e-mails; conversaciones de WhatsApp, pedazos de tesis. Es cierto que a la hora de escribir, busco ser original. Después quizá una no termina siéndolo tanto, ya que hay varios textos collage, o corales. Si en verdad logré conseguir un efecto de lectura al crear un relato que mezcle todos esos recursos, que hable de la amistad masculina, que muestre un contraste entre dos generaciones y que mencione las tesis y los tatuajes, bienvenido sea. "

Por último, Alguien con quien hablar, el tercer relato que da nombre al libro, transforma de manera inesperada a la autora en un personaje, con tintes autobiográficos, que comienza un camino para responder preguntas que la asaltan no solo sobre su vida sino también sobre el lenguaje y la forma de expresarse. Todo se inicia cuando descubre que alguien en el ascensor de su edificio talla esvásticas sobre la madera provocando una conmoción ante la pregunta sobre el ¿por qué? y cómo escribir puede ser la respuesta. 

"No sé si la forma de comunicarse acapara mi forma de escribir. Sólo sé que me obsesiona algo a la hora de vivir: me desespera la idea de que el dolor no tenga ningún sentido, que sea arbitrario e inútil. Comunicarse es tal vez la herramienta que tenemos para paliar ese dolor, muchas veces incomprensible.", plantea Abud y reflexiona: " Y si esa sensación no se comprende, no puede hacerse nada al respecto. Quizás entender sea en realidad mi obsesión, aunque muchas veces no haya nada que entender. Es cierto que hoy se vive una gran incomunicación, con distorsiones y malos entendidos. Muchos expresan en las redes lo mal que se sienten, pero si ponés frases del estilo «nos sentimos todos igual, ¿vamos a tomar una cerveza?», no suele haber eco. Es poco lo que se puede hacer para enfrentar al dolor generalizado, así como también son pocos nuestros aportes para cuidar la forma en que nos comunicamos en función de aliviarlo. Pero se puede escribir ficción con eso. Algo es algo."

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Alguien con quien hablar, Celina Abud

Relatos

Crack- Up, 2017

Arte de tapa: "Detrás de las máscaras" de Mayro Toro

200 p.