CAVALLO ESTÁ VIVO
Por Carlos Barragán
Cada tanto Quebracho nos devuelve una sensación ya olvidada: la que podían provocar algunos artistas –solitarios o en grupos- que solían intervenir intempestivamengte en la vida oficial de los países para expresar su desagrado por lo que antes llamábamos “el sistema”. Ese “sistema” para el cual éramos solamente “un número”. Sí, era así. Y todavía quedan algunos remezones de aquellas experiencias, que hoy por lo general no tienen más creatividad que la de hacer aparecer a alguien desnudo en medio de la situación oficial y circunspecta. Y supongo que esta poca creatividad es porque ya no se trata de intervenciones de artistas sino de activistas.
La última cosa por el estilo que uno recuerda es la aparición de Evangelina Carrozzo en una reunión importante mostrando el culo para oponerse a las pasteras. Y confieso que recordaba con bastante precisión la anatomía de Carrozzo y más vagamente que el tema era la pastera, y que se trataba de una reunión en Europa. De ninguna manera pude recordar que se trataba de la IV Cumbre Unión Europea-América Latina y el Caribe, celebrada entre Jefes de Estado en Viena el 12 de mayo de 2006. La potente arma que utilizó Carrozzo para irrumpir quizá fue más pregnante para mí que la virtud de sus intenciones, y más que la importancia de una mega-reunión de presidentes. Pero más allá de esta digresión que algunas feministas podrán objetarme, quería volver sobre el caso Quebracho. Una organización política que a pesar suyo y mío consigue caerme simpática y que suele cumplir –no sé si conscientemente- con lo que podemos llamar “el efecto Carrozzo”. Que uno termine discutiendo que Quebracho quemó una bandera, o que rompió un local, o en este caso que lanzó huevos. Y entonces se olvide el objetivo de su performance. Así la importancia del acto queda desvirtuada. Y esto parece válido tanto para las mentes del tipo común, como para la lógica judicial que terminó encarcelando a su líder Esteche por un local roto que él no rompió, mientras quienes eran objeto de la protesta rompedora (policía y gobernador de una provincia, responsables cada uno en su medida del asesinato de un maestro) están libres.
Hoy Quebracho vuelve a las andadas metiéndose en una charla que Domingo Cavallo brindaba en la Universidad Católica. Fueron ahí y le gritaron que era un vendepatria de mierda y le lanzaron huevos frescos. Nada que parezca muy grave frente a la gravedad de lo que Cavallo le hizo al país. Ojalá nos hubiera tirado huevos frescos cuando las ollas populares surgían como hongos en medio de la devastación que provocaron sus medidas. El tipo al contrario, cuando el país estaba semihundido lo seguió hundiendo hasta que ya no quedó nada en pie. Es difícil para quienes tienen consciencia de lo que se le hizo a este pueblo verlo a Cavallo andar libre por ahí. Decir que murieron personas por su culpa no es caer en un exagerado dramatismo sino una realidad indigesta. Los viejos jubilados condenados a la miseria, y sin cobertura médica, sosteniendo con sus jubilaciones de monedas a toda una familia que no tenía trabajo, ni cobertura médica, todos ellos deprimidos (¿no nos acordamos más de la gente que vivía deprimida porque había perdido su trabajo, su casa, su familia, su dignidad y no sabía qué hacer con su vida?). Bueno, eso es Cavallo. El que ahora con una agilidad que no asombra en alguien entrenado a salir ileso de sus propias demoliciones se tira al piso y se arrastra para esquivar unos huevos. Me trae el recuerdo de aquella imagen de Cristina en Catamarca cuando los muchachos de Barrionuevo le tiraron huevos en un acto. A uno le tiran huevos y actúa por reflejo, no alcanza a pensar qué debe hacer. Yo no sé qué haría. Pero bueno, Cavallo se zambulló al piso y se escondió detrás de la mesa. Mientras que Cristina se quedó en el atril de pie, recibió el huevazo en un hombro lo más linda, y le sobró ánimo como para decirles a los tirahuevos que no les tenía miedo. Lo cual era obvio.
Pero acá estamos, hablando de huevos cuando de lo que deberíamos hablar es de otras cuestiones. Preguntarnos qué clase de horrorosa universidad decide llevar a Domingo Cavallo para que les dé una charla a sus estudiantes. Qué espera esa universidad que hagan sus estudiantes cuando se reciban. Por qué Cavallo -por estos días en que su frankenstein se lanzó a tomar al país por el cuello- aparece invitado a tantos lugares para explicar las bondades de su obra macabra.
No son los huevazos de Quebracho lo que hay que ponerse a analizar y comentar. Frente a este avance de la reivindicación del genocidio económico cuyo ejecutor fue Cavallo, el huevazo es un tema muy menor que no debería distraernos. No mientras esas crueles mafias trabajen para que se vuelva a creer que Cavallo es nada más que el portador de una visión económica diferente, y otra vez: moderna. Y otra vez, como con De La Rúa, para vendernos la idea de que si Cavallo lo hizo, Cavallo lo puede deshacer.
A veces pienso que si Videla viviera y estuviera libre también sería convocado a dar charlas por los que ya no soportan más tanta vida y tanta soberanía argentina.
Y a veces también pienso que si Patricia Bullrich viviera, sería montonera.

Cada tanto Quebracho nos devuelve una sensación ya olvidada: la que podían provocar algunos artistas –solitarios o en grupos- que solían intervenir intempestivamengte en la vida oficial de los países para expresar su desagrado por lo que antes llamábamos “el sistema”. Ese “sistema” para el cual éramos solamente “un número”. Sí, era así. Y todavía quedan algunos remezones de aquellas experiencias, que hoy por lo general no tienen más creatividad que la de hacer aparecer a alguien desnudo en medio de la situación oficial y circunspecta. Y supongo que esta poca creatividad es porque ya no se trata de intervenciones de artistas sino de activistas.

La última cosa por el estilo que uno recuerda es la aparición de Evangelina Carrozzo en una reunión importante mostrando el culo para oponerse a las pasteras. Y confieso que recordaba con bastante precisión la anatomía de Carrozzo y más vagamente que el tema era la pastera, y que se trataba de una reunión en Europa. De ninguna manera pude recordar que se trataba de la IV Cumbre Unión Europea-América Latina y el Caribe, celebrada entre Jefes de Estado en Viena el 12 de mayo de 2006. La potente arma que utilizó Carrozzo para irrumpir quizá fue más pregnante para mí que la virtud de sus intenciones, y más que la importancia de una mega-reunión de presidentes. Pero más allá de esta digresión que algunas feministas podrán objetarme, quería volver sobre el caso Quebracho. Una organización política que a pesar suyo y mío consigue caerme simpática y que suele cumplir –no sé si conscientemente- con lo que podemos llamar “el efecto Carrozzo”. Que uno termine discutiendo que Quebracho quemó una bandera, o que rompió un local, o en este caso que lanzó huevos. Y entonces se olvide el objetivo de su performance. Así la importancia del acto queda desvirtuada. Y esto parece válido tanto para las mentes del tipo común, como para la lógica judicial que terminó encarcelando a su líder Esteche por un local roto que él no rompió, mientras quienes eran objeto de la protesta rompedora (policía y gobernador de una provincia, responsables cada uno en su medida del asesinato de un maestro) están libres.

Hoy Quebracho vuelve a las andadas metiéndose en una charla que Domingo Cavallo brindaba en la Universidad Católica. Fueron ahí y le gritaron que era un vendepatria de mierda y le lanzaron huevos frescos. Nada que parezca muy grave frente a la gravedad de lo que Cavallo le hizo al país. Ojalá nos hubiera tirado huevos frescos cuando las ollas populares surgían como hongos en medio de la devastación que provocaron sus medidas. El tipo al contrario, cuando el país estaba semihundido lo seguió hundiendo hasta que ya no quedó nada en pie. Es difícil para quienes tienen consciencia de lo que se le hizo a este pueblo verlo a Cavallo andar libre por ahí. Decir que murieron personas por su culpa no es caer en un exagerado dramatismo sino una realidad indigesta. Los viejos jubilados condenados a la miseria, y sin cobertura médica, sosteniendo con sus jubilaciones de monedas a toda una familia que no tenía trabajo, ni cobertura médica, todos ellos deprimidos (¿no nos acordamos más de la gente que vivía deprimida porque había perdido su trabajo, su casa, su familia, su dignidad y no sabía qué hacer con su vida?). Bueno, eso es Cavallo. El que ahora con una agilidad que no asombra en alguien entrenado a salir ileso de sus propias demoliciones se tira al piso y se arrastra para esquivar unos huevos. Me trae el recuerdo de aquella imagen de Cristina en Catamarca cuando los muchachos de Barrionuevo le tiraron huevos en un acto. A uno le tiran huevos y actúa por reflejo, no alcanza a pensar qué debe hacer. Yo no sé qué haría. Pero bueno, Cavallo se zambulló al piso y se escondió detrás de la mesa. Mientras que Cristina se quedó en el atril de pie, recibió el huevazo en un hombro lo más linda, y le sobró ánimo como para decirles a los tirahuevos que no les tenía miedo. Lo cual era obvio.

Pero acá estamos, hablando de huevos cuando de lo que deberíamos hablar es de otras cuestiones. Preguntarnos qué clase de horrorosa universidad decide llevar a Domingo Cavallo para que les dé una charla a sus estudiantes. Qué espera esa universidad que hagan sus estudiantes cuando se reciban. Por qué Cavallo -por estos días en que su frankenstein se lanzó a tomar al país por el cuello- aparece invitado a tantos lugares para explicar las bondades de su obra macabra.

No son los huevazos de Quebracho lo que hay que ponerse a analizar y comentar. Frente a este avance de la reivindicación del genocidio económico cuyo ejecutor fue Cavallo, el huevazo es un tema muy menor que no debería distraernos. No mientras esas crueles mafias trabajen para que se vuelva a creer que Cavallo es nada más que el portador de una visión económica diferente, y otra vez: moderna. Y otra vez, como con De La Rúa, para vendernos la idea de que si Cavallo lo hizo, Cavallo lo puede deshacer.

A veces pienso que si Videla viviera y estuviera libre también sería convocado a dar charlas por los que ya no soportan más tanta vida y tanta soberanía argentina.

Y a veces también pienso que si Patricia Bullrich viviera, sería montonera.