Hay que tener mucho carácter y entender acabadamente la propia condición frente a la sociedad para poder reflejar positivamente la idolatría que se le profesa a un ídolo y no terminar aislado y receloso de aquellos que lo elevaron a esa categoría.

Para los antiguos, los ídolos eran casi héroes elevados a la calidad de dioses, o al menos a su representación. En la actualidad, se trata de personas por las que el público siente amor y admiración que a veces, incluso, llega al exceso.

De alguna manera, en tipos como Carlos Tevez y el Indio Solari –dos ídolos en disciplinas bien diferentes– sus seguidores proyectan los sueños y las frustraciones: son lo que quienes los admiramos no pudimos ser.

Amamos en ellos lo que no alcanzamos en nuestras propias vidas, para no trocar nuestra idolatría en frustración. Son nuestro reflejo ideal, lo que no somos.

¿Y qué ven esos ídolos en nosotros, su público admirador? ¿Qué perciben cuando entran en contacto con ese halo de amor irracional que irradian quienes desfallecemos por lograr el contacto físico o cruzar una mirada, siquiera?

Hay quienes ven comprenden idolatría y hay quienes ven una amenaza... Y las respuestas de unos y otros se materializan en consecuencia.

Por ejemplo, no es raro que el actual 10 de Boca, recientemente retornado, se cruce con los hinchas que le profesan esa admiración sin límites, incluyo más allá del gran círculo 'xeneize'. Y él responde siempre igual.

Como cuando una chica ingresó el miércoles último a la cancha sanjuanina cuando Tevez, en el partido por la Copa Argentina, era reemplazado. Ella lo abrazó, él la abrazó; ella le pidió la camiseta, él se la quitó y se la dio...

El jugador no escapa nunca al contacto, a la concreción de esa admiración que en muchos casos puede traducirse como cariño o como ansia. El delantero parece no temer sino, al contrario, disfrutar de la situación de derechos y obligaciones sin iguales en que lo instalaron sus talentos y la vida.

No pasa lo mismo con el exlíder de Los Redondos, quien vive más o menos enclaustrado en su casa de Parque Leloir y cuyo 'modus vivendi' está cubierto por un velo de secretismo rayano en el misterio. A los ojos de sus fans, eso ayuda a elevar su estatura de ente ininteligible cuyo arte proviene de quién sabe dónde...

Así, en las PASO, Solari concurrió a votar con guardaespaldas, quienes en todo momento –por obvias instrucciones previas del músico– trataron de evitar cualquier contacto físico entre él y sus seguidores. Hasta el brazo en el hombro para una 'selfie' fue visto con recelo por los cerberos a sueldo.

¿Alguna fobia? ¿Alguna patología? Puede que sí, pero no le impiden organizar y protagonizar conciertos multitudinarios en los que, por cierto, la distancia entre el músico y sus seguidores nunca se saldan.

El Indio es un ídolo a la romana: él se cree y sus fans lo conciben como un semidiós. Carlitos, mientras tanto, es un ídolo terrenal, contemporáneo, que usualmente responde con respeto y agradecimiento la admiración recibida.