Los discursos de Cristina Fernández de Kirchner ordenan las ideas políticas en la Argentina. El de la 132° Asamblea Legislativa fue un resumen muy ajustado de 10 años de un proyecto político de Estado que, por sus características y su duración, merece ser considerado en términos históricos.

Una década de ejercicio del poder democrático es una unidad de tiempo que debe considerarse en función de las modificaciones de las estructuras legales, sociales, económicas y culturales. Porque una década es una buena medida para saber si la economía es soberana o dependiente, si la sociedad es más o menos justa y equitativa respecto de sus antecedentes históricos inmediatos, o si el conjunto de leyes sancionadas se corresponden con una conquista mayor de derechos individuales o con su retroceso.

Esto ocurre porque el ciclo que inauguró Néstor Kirchner en 2003 siempre fue imaginado en términos de cambio histórico. Es algo que se notó en la agenda política desde un principio y, también, en el modo de sostener esa agenda contra las fuerzas que intentaron corregirla, regresarla a sus contenidos “clásicos”, suspenderla o (lo hemos visto muchas veces), directamente, anularla.

Estos 10 años que Cristina resumió en su discurso, no sucedieron sin discusiones. Por lo que vale también para esa agenda el hecho que la Argentina social (la de los 40 millones de argentinos; no la de unas pocas organizaciones poderosas) tuvo en el Gobierno que la representó una garantía de cumplimiento.

Cristina fue apuntando en nuestra memoria algunos hechos destacados por fuentes institucionales ajenas a cualquier simpatía o encono con el gobierno. Recordó que es el Banco Mundial el que elogia la reducción de la pobreza en la Argentina; y que son las Naciones Unidas la que reconoce la instrumentación del programa “Precios Cuidados”, que ha generado tantas ironías en los amantes de la inflación.

Nuestro país produce hoy alimentos para 400 millones de personas, y esto, que no es sólo un número, se da en medio de una reducción drástica de la pobreza y el trabajo en negro, con migraciones turísticas de sectores sociales que no conocían la experiencia del descanso y con una deuda de sólo el 10 por ciento del PBI. Todos estos datos, que son los que forman el sistema de la realidad argentina actual, tienen la gracia de formar parte de un mismo organismo ideológico y político, a tal punto que hubiera sido inviable que algunos funcionaran sin los otros.

Sobre los efectos que produce en los detractores un discurso de Asamblea, está visto que éstos siempre verán lo que falta, lo que no implica por definición mala fe sino la utilización de una herramienta típica de la discusión social. Pero hay que ser conscientes de que el ejercicio del gobierno durante 10 años, entrando y saliendo de conflictos de poder y de varios cimbronazos de la estructura que sostiene –a veces con fragilidad- la economía global, no puede tener el mismo espesor ni la misma responsabilidad que una “chicana” empleada por quienes sienten vértigo cuando les toca administrar el poder soberano.

Sin embargo, hay algo que falta de todo aquello que se dice que falta. Nadie, ni el más acérrimo enemigo del gobierno y la democracia, es capaz de decir o insinuar que a este Gobierno le “falta” pensar en la Argentina. Nadie percibe que en todo lo que se ha hecho hasta ahora falta sentido de la argentinidad, entendiendo esto como la insistencia insobornable de que el país sea para todos, incluyendo en primer lugar a millones de personas que durante mucho tiempo no lo tuvieron.

El autor es Diputado de la Nación FPV.-