Todo comenzó cuando Blair McMillan le preguntó a su hijo de cinco años si quería salir a jugar al patio, y se dio cuenta de que a pesar de que hacía un día increíble de verano, el chico prefería quedarse en la casa jugando a los videojuegos.


Blair recordó lo diferente que había sido su infancia sin tanta dependencia de las nuevas tecnologías, lo mucho que disfrutaba de jugar y correr en la calle con sus amigos, y decidió hacer el intento con su familia.

De esta manera, los McMillan se despojaron desde abril de toda la tecnología moderna, y volvieron a los casettes, a los mapas de papel, al teléfono fijo, a la ropa ochentosa y a la interacción social sin requerir de internet o los mensajes de texto.