Elizabeth Vernaci es más conocida como La Negra. Y a ese apelativo ella nunca lo redujo a un sobrenombre cariñoso o descriptivo. La Negra Vernaci siempre utilizó su nombre de color oscuro para construir un discurso con eso, para decir algo sobre los negros, sobre sí misma, sobre nosotros.

Los negros, ella, los oyentes, y quienes hacíamos el programa (antes Tarde Negra, hoy Negrópolis no por casualidad) éramos también los negros. No ingenuamente porque sabíamos que un poco más o menos de melanina a ningún burgués lo salva de su condición injustamente ventajosa frente al negro. Pero Vernaci imponía esa lógica. La lógica de ponerse junto y con el otro, del lado del otro, del negro, del débil, del que le va mal, del perseguido, del acusado, y también del bestia, del “mostro”, del tirapiedras, del rústico, del inculto. Asumir nuestro costado negro, porque siempre somos negros a segregar para otros, para esa gente –o mejor: para esa ética- que la Negra no identifica específicamente, pero que siempre supimos de quiénes y de qué se trataba. Lo negro fue siempre su material de trabajo. Lo negro como lo que dejaron afuera de lo que está bien y es normal. Lo negro como lo que se barre con la escoba de las hipocresías de nuestra sociedad, y de nuestras hipocresías íntimas e inconfensables. Lo negro de la Negra Vernaci siempre fue lo que se debía salvar, rescatar, llevar eso negro adentro y no dejarlo en las manos crueles de los malos fascistas, ni en la intemperie cínica de los buenos evangelizadores. La Negra Vernaci fue monotemática en eso. Los negros como el centro de un mundo desquiciado, brutal, delirante, ridículo, donde las personas no son todas iguales, donde las personas se matan por no pertenecer al mundo de los negros, y matan a los negros para que no les recuerden que ellos también lo son.

Trabajé con Vernaci desde el primer programa de Tarde Negra, y lo escribo a modo de testimonio un poco absurdo para responder esas acusaciones también absurdas sobre su supuesto antisemitismo, o un poco de antisemitismo. Lo digo porque la conozco y sé que para ella los negros son todos los que tienen problemas con el mundo normal. Y para que quede claro -y en palabras de Vernaci- hay que decir que para ella negros son los judíos, los putos, las putas, las travestis, los gordos, las tortas, los viejos, los niños, las mujeres, y cualquiera que se encuentre débil frente a las personas poderosas, lindas y decentes con un dedo para señalar. Esa esa la filosofía de Vernaci, pero más que su filosofía es su manera de comunicar, su objeto de comunicación, su modo de hacer radio, de decir cosas que obsesivamente caen y cayeron siempre –machacando- sobre lo mismo: los negros. Y así convirtió a lo negro en una virtud, en una identidad, en un ser no defectuoso sino íntegro. Lo negro como lo verdadero que somos frente a las imposturas del mundo.

La Negra Vernaci no sólo lo dice y lo dijo, y lo elaboró, y lo materializó en programas de radio, también eligió trabajar con negros, judíos, putos, gordos, y demás defectos sociales.

Hoy, en realidad hace unos días, me entero de alguna sospecha errada sobre su postura frente a estos temas. Puede haber sido por la pereza intelectual de quien la escuchó, puede haber sido que no la conoce, o puede haber sido la forma de expresarse que la Negra elige. La forma es eso que primero aparece cuando Vernaci habla: las más diversas y grotescas maneras de llamar a los genitales de las personas. Quizá esa provocación permanente de Vernaci, ese placer que le da escandalizar con palabras que de tan groseras son ridículas, ese gesto de romper con el buen gusto hipócrita, y esa decisión de bajarle los calzones a las imposturas, tapen para algunos lo que yo creo es la obra de Vernaci. Su obra fue y es la inclusión. Pero no la inclusión de permitirle pasar al negro para que se siente a nuestra mesa de burgueses buenos. Hablo de incluirnos con ellos, con nosotros, ser el otro, estar en su lugar, no invitar al negro, al judío y al puto a nuestra vida sana y limpia, sin la inclusión que significa reconocernos como deformes sanos en una sociedad que nos enferma de normalidad. Debo recordar también que durante un tiempo fui el más negro de todo su equipo, cuando en 2008 me volví un fervoroso y gritón oficialista, el único en aquel grupo que se debatía entre la duda y la desconfianza. Y otra vez Vernaci me trató como a sus amigos putos, judíos, enfermos, tortas, pobres, viejos, negros, y locos. Fui su gordo oficialista, otro negro.

Hace unos pocos días la AFSCA entregó unos premios de título “Construyendo Ciudadanía”. Y no hubo uno para ella. Pero estoy convencido de que si la conocieran, si alguna vez escuchan a Vernaci un poco más allá de su inclinación por pronunciar la palabra “poronga” varias miles de veces más de lo que recomiendan las buenas normas para una dama, se darán cuenta de que existe una persona en la radio argentina que, desde hace muchos años, cada vez que se sienta frente a un micrófono hace por la comprensión, la tolerancia, y la inclusión mucho más que esas tantas voces soporíferas que con buena voluntad creen que repitiendo el artículo de una ley cambian la forma de pensar y sentir de las personas. Vernaci en cambio, viene construyendo ciudadanía y humanidad entre sus puteadas, y groserías, y su humor siempre bestial como el de una fiesta avanzada. (Y que no se preocupen los comunicadores aburridos, para ellos también hay espacios de inclusión y tolerancia.)

Cuando ví que circulaba por ahí que Vernaci es, o dice cosas, o parece antisemita, supe que eso le había pasado por ser una maleducada. Y la gente vulgar no comprende a los maleducados. La gente vulgar los quiere educar para que no sean unos negros. Pero la Negra Vernaci no aprende más.