No hay empate
No, no lo hay. El pueblo gana. O el pueblo pierde. En estos días de fábulas siniestras contadas por un “mentidor” serial lleno de sonido y de furia, meritorio cautivador de tempestuosos creyentes, surgen dudas entre quienes apoyan al Gobierno y sienten que las mentiras los desganan para seguir defendiéndolo. Vacilan y tantean desorientados su voto K aún tibio. Es posible que pase. Porque a lo mejor la sociedad argentina tiene su límite de lucha y en un punto quiere volver a relajarse. O ante tanta obstaculización, discordia y antagonismo mediático, antipolítico y corporativo, la gente –la que apoya al Gobierno- se dice que vivir en este clima tiene demasiado precio y que mejor sería aflojar y conceder.
Es un hecho que la casi mitad del país que rechaza al Gobierno se sentiría más satisfecha si éste retrocediera cambiando el rumbo. El clima influye en el estado de ánimo; y el clima político y social que la oposición ha instalado furiosamente en estos días vulnera las resistencias más cómodas y menos militantes. Y surgen las preguntas: ¿Está la mayor parte de la ciudadanía dispuesta a defender con su energía y su esperanza todo cuanto logró entusiasmarla en estos años? Sabemos que hay una gran parte opositora que estuvo siempre hostil a ese entusiasmo y que no solo lo ataca rabiosa y “golpísticamente” sino que aspira a recuperar la calma supuestamente democrática si logra hacer capitular al modelo “como sea y como fuese…” y ya mismo, si no la contuviera la historia argentina con tantos trágicos y recurrentes “ como sea y como fuese”.
Arruinar el entusiasmo es más fácil que instalarlo; así como es más difícil hacer el asado que escupirlo. La encrucijada se le plantea al pueblo : ¿ Ser o no ser? ¿ Es que para evitar la reacción aumentativa de los antikirchenistas, deberá amansarse el kirchnerismo y dejar de ser? Si para no tener que suspender las reuniones con esos amigos que en la sobremesa hacen la digestión injuriando al Gobierno, se privilegia la relación con esos amigos que injurian al país que nos gusta a nosotros, estamos asumiendo la frontera de nuestra modesta audacia política. Así como empezar a considerar de más o menos verosímiles las acusaciones de corrupción, retaceando su rechazo por temor a ser cándidos o necios, es rendirse a la presión y capacidad de fábula de los acusadores.
Esta es una etapa de la discordia en que si para detenerla, los del Frente para la Victoria, tienen que envainar sus proyectos porque a la oposición no les gustan, están perdidos aunque así el escenario de convivencia se calmara hipócritamente.
¿No creen los millones de votantes del gobierno que este tiempo histórico se merece resistir sin melindres la intemperancia de veinte marchas y el histerismo cívico de una parte insatisfecha y ancestralmente insatisfactoria? Al que quiere celeste que le cueste. No se empezó una épica política para reducirla a mero episodio electoral de alternancia pasiva, intrascendente. Si la concordancia es volver a eso mejor la beligerancia.Y si la tensión social desestabiliza la confianza de quienes confían en el Gobierno sería decepcionante, porque mostraría a un pueblo voluble, que no está listo para continuar la aventura popular.
La otra alternativa del Gobierno es desoír la falsa idea de contemporizar, y darle más hacia adelante. Tercamente: si les gusta esta palabra tan actual. Forzando todavía más el sentido y la hondura del rumbo. Y claro, que esto enfurecerá más al reñidero; incendiará más a la oposición y nos separará aún más de los parientes con quienes antes nos presumíamos querernos. ¿Y qué? Es suficiente argumento de discordia y división el querer dos formas de pueblos diferentes y aspirar a dos países antípodas. Porque la inclusión y la exclusión están para pelearse a diente partido, no para alternarse gratamente. Y no hay afecto de cuñado ni de pariente que sea prioritario a este concepto. Es dura la encrucijada. ¿Parar y desviarse? ¿O continuar, ladrados y mordidos por la intolerancia y el odio? La esperanza de evangelizar a los que se oponen al Gobierno es menos esperanza que la de ir dejándolos, sin pena ni gloria, a la cola de la historia por si desde allá atrás empiezan a desesperarse y a darse cuenta.
La felicidad a que la oposición aspira solo la lograría si se sacara de encima a este gobierno. Pero no le alcanzará con el golpismo de cacerola, de redes sociales y de periodistas obscenos que presumen poder vulnerar desde un estudio de televisión a la política. Y no le alcanzará porque para cumplir el requisito de sacárselo de encima le hace falta mucho más pueblo que el que participa de una marcha, por más grande que esta sea. Lo único políticamente cierto es que si la “inclusión” acuerda con la “exclusión” la mutua alternancia, se excluye para siempre.