Los tíos Tom argentinos fieles a sus amos
No se sabe cuántos “Tío Tom” hay en la Argentina.
Si parecen muchos es porque los más evidentes están en algunos medios de comunicación. Es la lógica de un estragado oficio cuyos oficiantes, en general, viven en la permanente ensoñación de ser libres porque los gratifican con salidas temporarias fuera del cautiverio. Para eso les ofrecen columnas, espacios de radio y de teve en medios masivos y notables. Y se los deja retozar como si fuesen libres, pero todos saben y sabemos que no pueden salirse más allá del límite tolerable al sistema que los emplea, y al que se someten porque les permite lucir públicamente como de pensamiento autónomo. Entre tantos “Tom” como abundan en cualquier rubro, los más fantásticos y más entusiastas están en los lugares menos pensados: las izquierdas de paladar negro y los sindicalismos de colesterol espeso. Hay quienes, ya sin perilla para apagarla, llevan siempre encendidas las radios y la televisión en sus bocas. Hasta cuando hacen silencio se les nota que perdieron su vocabulario y lo sustituyen por el que les imponen los patrones. “Por favor apague la radio” le dijeron a un tipo que despotricaba contra el gobierno en la fila de un banco. “ ¿Qué radio? Si no tengo”. Y no tenía. Lo que le pedían es que se dejara de hablar como la radio.
El país es vasto. Y vasta es también la pampa húmeda. Y qué no decir de las grandes ciudades como la nuestra. Conviven en ella montones de “Tom” más convencidos de sus destinos que el personaje literario, que están paradójicamente satisfechos de seguir siendo fieles a sus amos privados. Y les son agradecidos porque los dejan compartir la defensa de sus silos o de sus economías en dólares como sobre una inmensurable ajenidad a la que tantos “Tom” fantasean como propias.
La cristiana autora Harriet Stowe, era antiesclavista, y cuando en el siglo diecinueve publicó el hoy célebre y simbólico “La cabaña del Tío Tom” describió a un esclavo negro cuya vida de folletín hace llorar aún hoy a nuevas generaciones.
No hubo escuela o colegio del mundo occidental- incluyéndonos- en donde el negro Tom no se haya admirado como modelo de cristiano fiel y pacífico. Infancias sarmientinas lo leyeron-leímos- en los pupitres o en las sobremesas invernales. En sus páginas se cuenta la desesperada historia de un esclavo negro humillado y supliciado por sus diversos y ocasionales esclavizadores. Vendido y comprado por los propietarios más crueles, desgajado de los suyos que a su vez y lejos de él transitan ominosas esclavitudes, sigue siéndole fiel a su primer patrón y acepta su destino ya cruelmente “desafricanado”. Y aunque lo laceren a latigazos a cada rato, se resiste mansamente, sin odios, en su cristiana fidelidad a la espera de un cielo mejor que la tierra. No guarda rencor a los explotadores. No se sabe si más tarde, cuando se abolió en Estados Unidos la esclavitud, Tom hubiera estado de acuerdo en ser libre, ya que eso sería contradecir a su amo y serle infiel. En la Argentina de 2008 se vio que muchos “Tom” eligieron rechazar el sistema político que buscó ampliar sus derechos, para ponerse en la trinchera opuesta. Y así defender la supuesta pérdida que perjudicaría a sus patrones.
En estos días los “Tom” dolaristas y dolidos recobran su simbolismo masoquista o suicida. Algunos se afanan por colarse a promesas de prosperidad esclava gracias a la voluntaria yapa de los patrones. Consideran razonable y natural el sometimiento.
Y aunque no lo digan, políticos que aspiran a presidentes, sienten antiguas a las palabras patria y soberanía. Ya que ellas significarían aislarse del mundo. Su modernidad global cuenta con el auspicio de los explotadores. Algunos son premiados por sus genuflexiones y hablan en los medios a favor de sus amos.
Es que para la rémora de los Tom, la única verdad es la divina fatalidad del amo.