Se dice que es el Espíritu Santo el que elige al Papa durante el cónclave cardenalicio; o al menos, que es esa entidad espiritual la que inspira a los purpurados a la hora de votar por uno u otro candidato al sillón de San Pedro.

La realidad, sin embargo, es bastante diferente. Poco de espiritual hay a la hora de decidir un voto y emitirlo bajo la impresionante bóveda de San Pedro y entre las paredes adornadas por Miguel Ángel, Rafael y Botticelli, entre otros ilustrísimos artistas renacentistas.

Jorge Bergoglio, como todos y cada uno de sus antecesores en tiempos más o menos convulsivos, resultó elegido tras el lobby y la lucha de intereses políticos, económicos e incluso "espirituales" que encarnan los cardenales y las tendencias que atraviesan a la iglesia que los purpurados representan.

Los medios italianos, siempre atentos a estos conciliábulos que les tocan tan de cerca, dan cuanta ahora de esa lucha que terminó -o comenzó a terminar- cuando se coronó a Francisco y se desestimó, por razones bien terrenales, a los dos candidatos que asomaban en la previa: el brasileño Scherer y el italiano Scola.

Más allá de las escaramuzas políticas que se libran en la Argentina entre quienes lo inculpan de colaborar de la dictadura y los que lo disculpan de ese grave cargo (Pérez Esquivel incluido) -que incluye repercusiones en el propio Vaticano-, otro combate disputaron los interesados al emitir sus votos, 90 de los cuales beneficiaron a Bergoglio, según trascendidos que divulgan los medios italianos y reproducen los argentinos.

La madre de todas las batallas -si cabe el término- se dio entre las dos principales corrientes que moraron la Capilla Sixtina durante dos días, hasta la fumata blanca: quienes pretendían una serie de cambios o reformas que tiendan a "lavar" a la iglesia desde su interior, quitando las casi insolubles manchas de corrupción y pedofilia que la atraviesan, y quienes buscan echar la mugre bajo la alfombra.

El Corriere de la Sera, un medio avezado en política eclesiástica, da algunas claves: "el nuevo Papa es el resultado de un acuerdo entre el decano del Sacro Colegio, aunque no es un elector, el cardenal Angelo Sodano; el cardenal Giovanni Battista Re, la Curia de la Secretaría de Estado, Tarcisio Bertone (quien había apostado en Odilo Scherer, pero después de las críticas de Scherer al cardenal Re en las Congregaciones Generales tuvo que 'retirar' su candidato), y los cardenales estadounidenses".

Que los purpurados norteamericanos hayan sido un factor importante a la hora de optar por Bergoglio no puede tomarse con liviandad, como un hecho menor: se trata de una de las iglesias nacionales más salpicadas por abusos sexuales, pedofilia y pederastía, que recientemente alcanzó un acuerdo extrajudicial de decenas de millones de dólares con algunas de sus víctimas.

Así, el cardenal Timothy Dolan, de Nueva York, fue uno de los que mostró mayor algarabía: "Nos quedamos muy contentos con el resultado. Las emociones son muy grandes", dijo después de calificar la elección como un "hito para nuestra iglesia".

La Nación, un medio insospechable de pertenecer a la "izquierda anticlerical" -a la cabeza de una presunta campaña contra Bergoglio, como se denunció desde el Vaticano-, concuerda y reproduce el artículo del Corriere: "Los italianos sólo se unieron para excluir al arzobispo de Milán, Angelo Scola (hasta los cardenales lombardos le votaron en contra), el gran favorito de un grupo de cardenales reformistas, que buscaban limpieza y transparencia después de un período de escándalos".

Así, con el "reformista" italiano desestimado por la propia Curia y el sector más poderoso de la iglesia -entre italianos y norteamericanos-, Bergoglio fue la "prenda de unidad" de una institución que, al parecer, se resiste a ser reformada, aún cuando la mugre brota por cada pequeña grieta de la vieja Roma. La "opción por los pobres" al estilo jesuita apareció como alternativa superficial.

"Que dios los perdone por lo que hicieron", dicen que dijo Bergoglio a sus pares una vez que obtuvo los votos necesarios para ser ungido.