Desde que nació sufre una parálisis cerebral aguda y pasa la mayor parte del día dentro de un corralito de madera. 

Sus padres le dan de comer, lo visten, le cambian el pañal y lo contienen cuando intenta autolesionarse. Los médicos le dijeron a sus padres que no hay recuperación posible y ellos están preocupados porque están grandes y no saben qué será de Adrián si a alguno de ellos les pasa algo.

A pesar de la terapia y los medicamentos, el cuadro de Adrián no se modificó. “Llegó un momento en que le dije a los médicos: "Este chico no habla, no se manifiesta. Además, empezó a tener convulsiones”, cuenta Eva, su madre.

Ella se refiere a su hijo como “este chico” o “la criatura”. Hace un repaso de las últimas dos décadas y de lo difícil que les resulta ocuparse de Adrián. Su hijo necesita compañía las 24 horas del día para evitar que se lesione: “Fuimos a ver psiquiatras porque se agrede. A una persona extraña no la va a pellizcar ni morder, es buenito, pero él solo se lastima. Mi esposo y yo somos quienes lo cuidamos, no tenemos niñera ni empleada”.

Ante este panorama la pareja está pidiendo la eutanasia para su hijo: “Yo prefiero que el chico descanse, él también sufre. Lo cuidamos al cien por cien para que no se enferme, pero a veces llora y no sabemos lo que le pasa. Pedimos una eutanasia porque está sufriendo. Yo no sé si recuperaría mi vida a estas alturas, pero lo que busco es vivir bien al menos un poquito”, sostiene.

La ley de “muerte digna”, que fue sancionada en la Argentina en 2012 reconoce el derecho de toda persona a rechazar tratamiento médico cuando éste sólo puede prolongar la vida en un estado de enfermedad irreversible o incurable pero no contempla la eutanasia.