La muerte de un poeta
Ha muerto el mayor de los poetas argentinos contemporáneos. El secretario de Cultura Jorge Coscia definió con precisión su existencia: "Su propia vida es un poema comprometido". La política atravesó su vida desde el Partido Comunista a FAR y Montoneros, su abrupta ruptura con el grupo guerrillero en el exilio, al encararse la aventura de la contraofensiva. En esos fuegos, donde congenió la poesía con el periodismo y la militancia, el terrorismo de estado le arrebató un hijo y a su nuera, y realizó una desesperada búsqueda de su nieta nacida en cautiverio y apropiada, a la que consiguió recuperar después de una denodada lucha, restituir su identidad y trabar los lazos profundos de abuelo a nieta. Colaboraron activamente su mujer y madre de Marcelo, Berta Shuberroff y su última pareja Mara La Madrid.
Autor de una treintena de libros meditaba: “A mis amigos les aconsejo que a mis libros lo roben. Entre que robe el editor y que robe un amigo, prefiero que robe un amigo”
Definió a la poesía como “ese acontecimiento que emerge a través de una trama de palabras para arrancar algo de la nada”
Ahora que la muerte a la que no pudo seducir con su poesía, enarbola su triunfo, desde aquí recuerdo su vida y el brillo que logró arrancar a las palabras. Juan ya lo había adelantado: “No es para quedarnos en casa que hacemos una casa/no es para quedarnos en el amor que amamos/y no morimos para morir……/”
En su recuerdo y homenaje, comparto la nota que escribí en abril del 2008, cuando le fue entregado el Premio Cervantes.
UN POETA
El lenguaje es uno de las más portentosas creaciones del ser humano. Una de las diferencias que colocan al hombre como el animal más evolucionado. Si la música es el arte de combinar los sonidos, un escritor es aquel que puede agrupar las palabras de tal forma que describan una situación, articulen un relato, creen una historia, ya sea en forma de cuento o novela.
Un poeta es aquel que es capaz de extraer la música que contienen las palabras. Ese sonido que son capaces de generar, cuando se las reúne de tal forma que juguetean, deslumbran y se deslizan del libro hacia los ojos y oídos del lector.
El poeta, el escritor, es un artesano del lenguaje, un escultor que descubre lo que está adentro de las palabras, que cuando las convocan de determinada forma ingresan al cerebro del lector y lo acarician, despiertan su imaginación, lo hacen viajar sin moverse de su asiento, lo inducen a reflexionar, lo incitan a apreciar el sentido estético de la vida.
EL RUSITO DE VILLA CRESPO
Juan está vestido de frac. Siente cierto pudor. No se quiere imaginar lo que dirían sus amigos de Villa Crespo, con los que correteó en esas calles de su infancia que recorrió con intensidad. Están los reyes, el Presidente José Luís Rodríguez Zapatero, sus amigos de siempre, su segunda mujer y sus nietos. Parecen que están todos. Pero no es cierto. Hay ausencias en este momento en que va a ser reconocido como el mayor poeta en español. Esas que lo acompañan desde hace más de tres décadas. Si, aquel hijo de inmigrantes rusos ha recorrido un largo camino. No solo ha descubierto la música que hay dentro de las palabras. Se ha bebido una parte importante de la música de la vida. Que le ha dado y le ha quitado mucho. Nunca fue un poeta en su torre de cristal. Ha militado desde chico. Pasó por el partido Comunista y luego se integró a Montoneros hasta su ruptura en 1979. Ha pasado por muchas redacciones como Confirmado, La Opinión, Noticias, Crisis. Vivió la dureza del exilio. Alguna vez dijo: “Siempre he creído que lo peor del exilio, aparte de las desgracias personales, fue la derrota”. Hace muchos años vive en Méjico y escribe en Página 12.
El rusito de Villa Crespo va a leer su discurso. Está en el paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares donde nació Cervantes hace un poco más de cuatro siglos. Mira hacia el palco y su nieta Macarena, la que tanto le costó encontrar, le sonríe. Están casi todos. Pero él siente, que cambiaría todo este reconocimiento por reencontrarse con los ausentes. Saca el papel. Ha llegado el momento. Vuelve a mirar al palco. Ahora agitan la mano su compañera Mara La Madrid y su hija Paola y sus nietos, a los que denomina la nietada: Macarena, Jorge, Andrea e Iván. El silencio le indica que tiene que empezar el discurso. Los reyes esperan.
LAS AUSENCIAS
Marcelo Gelman y su esposa Claudia García Iruretagoyena fueron secuestrados por el ejército argentino el 24 de agosto de 1976. Claudia estaba embarazada de siete meses. Por la aplicación del Plan Cóndor fue llevada a Montevideo y tuvo a su beba en el Hospital Militar de la Capital uruguaya. Luego fue asesinada. Marcelo Gelman fue asesinado en Buenos Aires de un tiro en la nuca. Sus restos fueron hallados en 1990. Claudia continúa desparecida
LA CARTA (12-04-1995)
Otoño de 1995. Hace años que Juan viene encabezando una campaña mundial sobre el paradero de su nieta o nieto. Ese 12 de abril de 1995, decide tirar una botella al mar de la impunidad. Escribirá una carta que tal vez encuentre a su destinatario. Juan se sienta frente a su máquina de escribir. Hoy no hay música dentro de las palabras. Y si las hay, está seguro que no la encontrará. Prefiere ir dejándolas fluir, como salen, visceralmente Quedan envueltas por la emoción. Tal vez así encuentren el camino hacia la esperanza
¿Qué título le pongo? piensa Juan. El más directo, decide. Carta abierta a mi nieta o nieto.
Hay un momento de indecisión. Sabe lo que quiere decir, pero aún no el tono de cómo decirlo. Pero una vez que pone la primera frase, las otras salen como un torrente. Hace 19 años que la está redactando sin escribirla: “Dentro de seis meses cumplirás 19 años. Habrás nacido algún día de octubre de 1976 en un campo de concentración. Poco antes o poco después de tu nacimiento, el mismo mes y año, asesinaron a tu padre de un tiro en la nuca disparado a menos de medio metro de distancia. El estaba inerme y lo asesinó un comando militar, tal vez el mismo que lo secuestró con tu madre el 24 de agosto en Buenos Aires y los llevó al campo de concentración Automotores Orletti que funcionaba en pleno Floresta y los militares habían bautizado "el Jardín". Tu padre se llamaba Marcelo. Tu madre, Claudia. Los dos tenían 20 años y vos, siete meses en el vientre materno cuando eso ocurrió. A ella la trasladaron -y a vos con ella- cuando estuvo a punto de parir. Debe haber dado a luz solita, bajo la mirada de algún médico cómplice de la dictadura militar. Te sacaron entonces de su lado y fuiste a parar -así era casi siempre- a manos de una pareja estéril de marido militar o policía, o juez, o periodista amigo de policía o militar. Había entonces una lista de espera siniestra para cada campo de concentración: Los anotados esperaban quedarse con el hijo robado a las prisioneras que parían y, con alguna excepción, eran asesinadas inmediatamente después. Han pasado 12 años desde que los militares dejaron el gobierno y nada se sabe de tu madre. En cambio, en un tambor de grasa de 200 litros que los militares rellenaron con cemento y arena y arrojaron al Río San Fernando, se encontraron los restos de tu padre 13 años después. Está enterrado en La Tablada. Al menos hay con él esa certeza.
Me resulta muy extraño hablarte de mis hijos como tus padres que no fueron. No sé si sos varón o mujer. Sé que naciste. Me lo aseguró el padre Fiorello Cavalli, de la Secretaría de Estado del Vaticano, en febrero de 1978. Desde entonces me pregunto cuál ha sido tu destino. Me asaltan ideas contrarias. Por un lado, siempre me repugna la posibilidad de que llamaras "papá" a un militar o policía ladrón de vos, o a un amigo de los asesinos de tus padres. Por otro lado, siempre quise que, cualquiera hubiese sido el hogar al fuiste a parar, te criaran y educaran bien y te quisieran mucho. Sin embargo, nunca dejé de pensar que, aun así, algún agujero o falla tenía que haber en el amor que te tuvieran, no tanto porque tus padres de hoy no son los biológicos -como se dice-, sino por el hecho de que alguna conciencia tendrán ellos de tu historia y de cómo se apoderaron de tu historia y la falsificaron. Imagino que te han mentido mucho. También pensé todos estos años en qué hacer si te encontraba: si arrancarte del hogar que tenías o hablar con tus padres adoptivos para establecer un acuerdo que me permitiera verte y acompañarte, siempre sobre la base de que supieras vos quién eras y de dónde venías. El dilema se reiteraba cada vez -y fueron varias- que asomaba la posibilidad de que las Abuelas de Plaza de Mayo te hubieran encontrado. Se reiteraba de manera diferente, según tu edad en cada momento. Me preocupaba que fueras demasiado chico o chica -por ser suficientemente chico o chica- para entender lo que había pasado. Para entender por qué no eran tus padres los que creías tus padres y a lo mejor querías como a padres. Me preocupaba que padecieras así una doble herida, una suerte de hachazo en el tejido de tu subjetividad en formación. Pero ahora sos grande. Podes enterarte de quién sos y decidir después qué hacer con lo que fuiste. Ahí están las Abuelas y su banco de datos sanguíneos que permiten determinar con precisión científica el origen de hijos de desaparecidos. Tu origen.
Ahora tenés casi la edad de tus padres cuando los mataron y pronto serás mayor que ellos. Ellos se quedaron en los 20 años para siempre. Soñaban mucho con vos y con un mundo más habitable para vos. Me gustaría hablarte de ellos y que me hables de vos. Para reconocer en vos a mi hijo y para que reconozcas en mí lo que de tu padre tengo: los dos somos huérfanos de él. Para reparar de algún modo ese corte brutal o silencio que en la carne de la familia perpetró la dictadura militar. Para darte tú historia, no para apartarte de lo que no te quieras apartar. Ya sos grande, dije.
Los sueños de Marcelo y Claudia no se han cumplido todavía. Menos vos, que naciste y estás quién sabe dónde ni con quién. Tal vez tengas los ojos verdegrises de mi hijo o los ojos color castaño de su mujer, que poseían un brillo especial y tierno y pícaro. Quién sabe cómo serás si sos varón. Quién sabe cómo serás si sos mujer. A lo mejor podes salir de ese misterio para entrar en otro: el del encuentro con un abuelo que te espera.”
12 de abril de 1995.
Tal vez al finalizar esta carta, pensaste lo que una vez escribiste: “La muerte me enseñó que no se muere de amor, se vive de amor”
EL DISCURSO
Alcalá de Henares 23 de abril del 2008. Juan ha empezado a hablar. Ya saludó a los presentes. Ya ha mencionado su gratitud a Cervantes y su admiración por el Quijote. Desde el palco puede escucharse: “Y es algo verdaderamente admirable, en estos tiempos mezquinos, estos tiempos de penuria, como los calificaba Hölderlin preguntándose “Wozu Dichter”, para qué poetas. ¿Qué hubiera dicho hoy, en un mundo en el que cada tres segundos y medio un niño menor de cinco años muere de enfermedades curables, de hambre, de pobreza? Me pregunto cuántos habrán fallecido desde que comencé a decir estas palabras. Pero ahí está la poesía: de pie contra la muerte.”Hayalgunos murmullos que impiden escuchar las frases siguientes. Hasta que llega nítida la pregunta: “¿No será la palabra poética el sueño de otro sueño?” Juan hace una pausa y luego continúa: “Santa Teresa y San Juan de la Cruz tuvieron para mí un significado muy particular en el exilio al que me condenó la dictadura militar argentina. Su lectura desde otro lugar me reunió con lo que yo mismo sentía, es decir, la presencia ausente de lo amado, Dios para ellos, el país del que fui expulsado para mí. Y cuánta compañía de imposible me brindaron. Ese es un destino “que no es sino morir muchas veces”, comprobaba Teresa de Ávila. Y yo moría muchas veces y más con cada noticia de un amigo o compañero asesinado o desaparecido que agrandaba la pérdida de lo amado. La dictadura militar argentina desapareció a 30.000 personas y cabe señalar que la palabra “desaparecido” es una sola, pero encierra cuatro conceptos: el secuestro de ciudadanas y ciudadanos inermes, su tortura, su asesinato y la desaparición de sus restos en el fuego, en el mar o en suelo ignoto. El Quijote me abría entonces manantiales de consuelo.
Macarena se distrae por unos momentos. Escucha citar a Kafka, Joyce, Foucault. El discurso aborda desde Cervantes a la muerte a distancia, la bomba atómica y la invasión a Irak. Eso lo escucha claramente: “La muerte se ha vuelto anónima y hay algo peor: hoy mismo centenares de miles de seres humanos son privados de la muerte propia. Así se da en Irak.” Macarena, recuperada en el 2000, mira a sus primos, a Mara, la segunda mujer de su abuelo que luchó mucho por encontrarla. La cadenciosa voz de su abuelo parece subir de tono cuando dice: “Hoy celebro nuevamente a una España empeñada en rescatar su memoria histórica, único camino para construir una conciencia cívica sólida que abra las puertas al futuro. Ya no vivimos en la Grecia del siglo V antes de Cristo en que los ciudadanos eran obligados a olvidar por decreto. Esa clase de olvido es imposible. Bien lo sabemos en nuestro Cono Sur.
Para San Agustín, la memoria es un santuario vasto, sin límite, en el que se llama a los recuerdos que a uno se le antojan. Pero hay recuerdos que no necesitan ser llamados y siempre están ahí y muestran su rostro sin descanso. Es el rostro de los seres amados que las dictaduras militares desaparecieron. Pesan en el interior de cada familiar, de cada amigo, de cada compañero de trabajo, alimentan preguntas incesantes: ¿cómo murieron? ¿Quiénes lo mataron? ¿Por qué? ¿Dónde están sus restos para recuperarlos y darles un lugar de homenaje y de memoria? ¿Dónde está la verdad, su verdad? La nuestra es la verdad del sufrimiento. La de los asesinos, la cobardía del silencio. Así prolongan la impunidad de sus crímenes y la convierten en impunidad dos veces.Enterrar a sus muertos es una ley no escrita, dice Antígona, una ley fija siempre, inmutable, que no es una ley de hoy sino una ley eterna que nadie sabe cuándo comenzó a regir.”
Macarena mira fijo a ese hombre premiado que es su abuelo. ¿En cuánto su padre que no conoció se parecería a este hombre de 78 años? Pero de nuevo el discurso la atrapa: “Hay quienes vilipendian este esfuerzo de memoria. Dicen que no hay que remover el pasado, que no hay que tener ojos en la nuca, que hay que mirar hacia adelante y no encarnizarse en reabrir viejas heridas. Están perfectamente equivocados. Las heridas aún no están cerradas. Laten en el subsuelo de la sociedad como un cáncer sin sosiego. Su único tratamiento es la verdad. Y luego, la justicia. Sólo así es posible el olvido verdadero. La memoria es memoria si es presente y así como Don Quijote limpiaba sus armas, hay que limpiar el pasado para que entre en su pasado. Y sospecho que no pocos de quienes preconizan la destitución del pasado en general, en realidad quieren la destitución de su pasado en particular.Mara observa a este compañero con quien ha compartido tantos años. Sabe del dolor profundo de las ausencias. De los llantos en soledad, de la puteadas contra la impotencia. De tantas palabras retenidas. Escucha con claridad: “¿Cuántas palabras aún desconocidas guardan en sus silencios? Hay millones de espacios sin nombrar y la poesía trabaja y nombra lo que no tiene nombre todavía.” Hay un gesto de complicidad entre Macarena y Mara. Juan está terminando su discurso. En este momento está diciendo: “Marina Tsvetaeva, la gran poeta rusa aniquilada por el estalinismo, recordó alguna vez que el poeta no vive para escribir. Escribe para vivir.”
UN POETA
Juan baja del estrado. El rusito de Villa Crespo, el hijo de los inmigrantes rusos asolados por los progrom, se abraza con Joaquín Sabina, con Horacio Verbitsky que está emocionado. Lo que son las cosas Juan. Acá en España te reconocen como el gran poeta, aquí donde en 1492 expulsaron a los judíos. La vida da y quita Juan. Si hasta parece que Miguel Hernández, Alejandra Pizarnik, Raúl González Tuñón, Oliverio Girando, Alfonsina Storni, Cesar Vallejos, Paco Urondo aplauden desde los palcos de la eternidad. Hasta Borges está conmovido y se guarda una ironía. Si ya sabes que hay milagros imposibles. Pero como muchas veces decías citando a Dylan Thomas “lo milagroso de los milagros es que a veces se producen”. Están casi todos los que tendrían que estar, pero faltan las ausencias que te duelen. Esa mochila que hace tantos años cargas. Justo en este momento te vienen a la memoria aquellos versos escritos a tu hijo: “Estas visitas que nos hacemos/vos desde la muerte, yo/ cerca de ahí, es la infancia que pone/ un dedo sobre el tiempo y dice/ que desconocer la vida es un error…..” Sabina tararea: “Del violín y otras cuestiones chamullaremos un día/ mundar de tus relaciones, mester de mi gelmanía…..” Algún admirador superpone el poema “Mi Buenos Aires querido”: “Sentado al borde de una silla desfondada,/ mareado, enfermo, casi vivo,/escribo versos previamente llorados/ por la ciudad donde nací./Hay que atraparlos, también aquí/ nacieron hijos dulces míos/que entre tanto castigo te endulzan bellamente./Hay que aprender a resistir./Ni a irse ni a quedarse,/resistir,/ aunque es seguro/ que habrá más penas y olvido.”
Pero hoy las penas han decidido alejarse y el olvido nunca asistirá a ninguna celebración en donde vos estés. Hoy el mundo literario ha decidido celebrar la música que extrajiste de las palabras