"Yo tomo la decisión de dejar una muestra de ADN en Abuelas de Córdoba en el 2006 a raíz de la insistencia de mi mujer y unos amigos. Y entendiendo que no hacerlo era una actitud egoísta de mi parte...", dice Javier Matías Darroux Mijalchuk, casi 42 años. 

"Quizás alguien te esté buscando", le dijeron como si fuera parte del spot de las Abuelas de Plaza de Mayo. Y acá está, 13 años después del primer contacto con la chance de no ser quién era.

Del pibe rockero que se fue a vivir a Córdoba para estudiar Astronomía, que se enamoró y vive en Capilla del Monte. El que llegó hasta la ciudad para ver el que sería el último show de Los Redondos en 2001, el que es "más de Skay que del Indio, si me apuras".  

Es jueves, de lluvia y humedad insoportables en Buenos Aires, esa ciudad insoportable de la que se fue para siempre a los veintipocos, le va a dar otro empujón a su hamacada vida. 

Acá está, despertó en el hotel Bauen junto con su compañera, desayunó y mantuvo esa calma inalterable que vaya a saber donde acunó. Quizás en el mismo momento en el que lo abandonaron en una canasta en una esquina de la ciudad cuando bebé. 

Los ojos abiertos de una criatura apuntando a las copas de los árboles altos de las calles de Belgrano, a la vuelta de la ESMA. Los brazos que lo alzaron, los ojos que lo miraron por vez primera, a él, que acababa de ser dejado ahí, a las puertas de esta historia. 

Los detalles de una causa que fue presentada justamente para seguir avanzando en ella fueron contados por Estela en la conferencia de prensa. Él no sabe mucho de la madre que lo bautizó Javier Matías, ni del padre que le dio el apellido Darroux .

Quizás tras este jueves aparezcan compañeras de militancia y estudio de la Universidad de Morón donde su madre vivió hasta que no volvió más de aquella cita. Su familia, la que aún vive en Caseros, ya lo recibió varias veces. 

¿Y del padre? "Sé poco, que era de River, pero yo voy a seguir siendo cuervo a morir". Vino varias veces a Buenos Aires para ir a la cancha, por entonces era Santiago y cumplía los años en junio, Matías nació el 5 de agosto de 1977.  

Y acá está, a punto de entrar a la sede de Abuelas donde van a mimarlo los ojos y los flashes, donde va a ser el muchachito de una película conmovedora. "No me gustan las cámaras, lo que me importa es ayudar a que se encuentren más nietos", avisa y pone su mejor sonrisa. 

Todos le rodean, se acomodan, preguntan. "No soy ansioso, ni nervioso", sentencia, y bromea con sus primos, los de Buenos Aires, con los que se crió entre Flores y Caballito. Y están acá, junto a él para abrazarlo y emocionarse, aunque a él -Matías- parezca que no se le mueva nada y mantenga el equilibrio en la hamaca que lo echa hacia atrás y adelante (¡en este día y cada día!) con la cadencia de la vida.