Más allá de los chistes obvios, los masculinos, esos que suelen hacerse en los bares, en los gimnasios y en los grupos de WhatsApp, ha muerto Hugh Hefner, el gran cosificador. Un hombre tóxico, que le hizo creer a la sociedad que el cuerpo desnudo de las mujeres era lo más valioso, el que hablaba de ellas o por ellas. Creador de la revista más vendida, pero la menos leída, conclusión obvia, que cuando internet comenzó a ser la vía directa para acceder a lo porno, estableció la sucursal de su imperio en la televisión y nos engañó vendiéndonos un viaje a un falso Venus. Y así colaboró también con el onanismo que la virtualidad establece con mayor contundencia en detrimento de las experiencias reales, donde sí se puede rozar a Venus bajo la forma de la belleza y del amor que cada uno puede alcanzar. Es importante aclarar que su propuesta fue cada vez más porno y menos erótica. Y si bien el erotismo puede colaborar con la imaginación, lo porno todo lo contrario, obtura.

   Hugh Hefner ha patrocinado la gran maquinaria patológica que establece una compleja divisoria de aguas, la que ubica de un lado a esos cuerpos jóvenes y “bellos”; y del otro, al resto de las mujeres “normales”, que oscilan entre el supuesto sobrepeso y la mortífera anorexia. Y en esa obsesión por alcanzar la imagen que esas portadas buscan imponer en el mercado del deseo, son ellas las que terminan pagando con sus cuerpos, con su salud psíquica, incluso con sus vidas, porque mueren o porque las matan los hombres sedientos de mujeres como de cosas.

   Sí, muchas mujeres se prestaron y continúan prestándose al juego de ser una chica playboy, sin detectar que siempre fueron y son víctimas, modas pasajeras, presas de un imaginario que se fue implantando a medida que Hefner alcanzaba poder y notoriedad. Mujeres que pagaban con su cuerpo para alquilar un lugarcito de fama en la “Mansión Playboy”, o que siguen pagando con sus “encantos físicos”, exhibiendo sus colas y tetas para estar en programas como los de Tinelli, fiel heredero de lo pergeñado por el padre de la Mansión.

  En tiempos de Ni una menos, el de trabajar a favor de hacer visible de dónde provienen los móviles del maltrato dirigido a las mujeres, y de este modo cortar con la violencia, la muerte de Hugh Hefner es una posibilidad para indagar en una parte de la historia y así entender cómo se arman los imaginarios sociales que luego sostenemos sin ser críticos. Las mujeres que comercializó a través de Playboy establecieron más daño que fantasías.   

   Él vivió casi 100 años. Él se llenó de dinero y de fama. Pero no logró, ni casado con Crystal Harris, 60 años más joven que él, detener el paso del tiempo, quedarse en la eterna juventud, ser “bello” y “feliz”, como proponían sus “modelos”. Hugh Hefner murió en su Mansión, rodeado de mujeres jóvenes, esclavizadas en su construcción. Su herencia no sólo es millonaria, mujeres y hombres cargamos con su peor legado: el de equivocar por dónde pasa la belleza, el deseo y qué es una mujer.