Es de los poquísimos dibujantes argentinos que no consiguen la simpatía generalizada, la excepción en una tradición de humoristas gráficos -que atraviesa a Landrú, Quino, Fontanarrosa y Caloi, entre otros tantos ilustres y premiados en todo el mundo-, el bromista impopular.

No goza siquiera con el cariño y el respeto de sus propios colegas, que lo desprecien y lo evitan, en cada conferencia, foro o programa, en que sean convocados.

Basta que Nik haga un chiste para que alguien le recuerde sus copias burdas, sus robos a mano armada y hasta su falta de imaginación para realizar creaciones propias.

Alberto Samid es de los que le cuentan las costillas, y lo sacudió donde duele.