Los periodistas somos constructores de puentes que nos permiten llegar hasta nuestros lectores, oyentes o televidentes con la información que queremos comunicar. En general esos puentes están constituidos de materiales como la confianza, la empatía ideológica y el respeto mutuo, que se amalgaman para conformar ese sólido cemento con el que se adhieren los ladrillos de nuestro canal de comunicación. Ese cemento se llama credibilidad. Cuando por alguna razón, los materiales no fraguan y los ladrillos no se pegan adecuadamente, los puentes se derrumban. Y entonces esa credibilidad que nos permitía llegar hasta los receptores de nuestro mensaje desaparece. Dejo para mis lectores, oyentes o televidentes la tarea de evaluar la consistencia de los puentes que he sabido construir -o no- para llegarme hasta ellos. Hoy les quiero contar lo que me pasa a mí como receptor del mensaje de ciertos periodistas a quienes les he otorgado crédito durante años y hoy percibo que esa acreencia se ha agotado. Puntualmente, el caso de Jorge Lanata, uno de los tipos a los que más admiré profesionalmente y con quien tuve la oportunidad de trabajar varias veces a lo largo de mi carrera.
Desde que decidió vender su fuerza de trabajo a la corporación mediático-empresarial más grande de la Argentina a la que tantas veces criticó por sus maniobras irregulares, mafiosas y corruptas, sentí que su puente comenzaba a resquebrajarse, a pesar de lo cual quise darle la oportunidad de demostrarme que la dignidad de un buen periodista no depende de la catadura moral de quienes lo contratan. Intenté escuchar su programa de radio Mitre, pero entre el horario a trasmano de mi agenda laboral y sus largos comentarios autorreferenciales, a los pocos días terminó por aburrirme. Traté de hallar en sus columnas sabatinas de Clarín algo de aquella pluma que tanto valoráramos durante su paso por Página 12 y Crítica, pero me bastaron las dos primeras para darme cuenta que la magia ya no estaba. Sin embargo no me rendí y me transformé en un fiel televidente de su ciclo Periodismo para todos al que cada domingo me esforcé por encontrarle algún atisbo de buen periodismo que me reconciliara con mi recuerdo en medio de tanta diatriba anti gubernamental más forzada que fundada, una tarea nada sencilla de la que pude rescatar tan sólo algún informe de Luciana Geuna.
Y así venía renovando mi devaluada fe hasta este domingo, cuando me dispuse a mirar el espectáculo que Jorge montó para la cobertura de las elecciones presidenciales en Venezuela. Les juro que jamás imaginé que iba a sentir tamaña verguenza ajena. Todo el show estuvo montado para mostrar cómo emergía la esperanza blanca del pueblo venezolano -encarnada en la figura de Henrique Capriles- ante el omnímodo poder fascista y cuasi-dictatorial (el "cuasi" es del autor) del abominable Hugo Chávez. Informes, invitados argentos y venezolanos con el denominador común de su declarado anti-chavismo en el improvisado piso con fondo nocturno de Caracas y el humor precocinado desde Buenos Aires, fueron el menú que Lanata presentó a sus televidentes. El circo previo tenia un solo objetivo: preparar la fiesta para la gran derrota del dictador de camisa roja. Pero la realidad a veces se topa de jeta contra el deseo de los que construyen sus sueños lejos del corazón del pueblo. Por eso la comedia rápidamente se transformó en tragedia y el telón se bajó justo después de conocidos los resultados electorales que nuevamente -si Lanata, otra vez, mal que te pese- le otorgaban la victoria inobjetable al tipo más refrendado en las urnas que tiene la historia latinoamericana.
Claro que tamaño despliegue escénico no podía clausurar la función sin traerse algún escándalo. Y entonces sobrevino el episodio del secuestro o detención o desaparición o retención o...qué se yo cuántas cosas se dijeron sobre la demora de una hora y cuarto que sufrió el equipo del programa de Lanata en el aeropuerto caraqueño por pedido del Servicio de Informaciones del gobierno venezolano, interesado en saber cómo había obtenido nuestro Rodolfo Walsh de telenovela un documento secreto que difundió en su programa del día anterior. Vaya don Jorge -periodista "independiente" como no hay dos- a develar un secreto del departamento de Estado norteamericano o algún parte de la CIA en una transmisión televisiva extranjera efectuada desde territorio yanki para todo el mundo libre, sin pretender que le caigan los amables muchachos enfajinados a forrarlo de patadas en el ojete y depositarlo de cabeza en la base de Guantánamo.
Para mí fue suficiente. El puente que me unió a ese gran periodista que algún día me pareció que era Lanata, se rompió sobre las aguas turbulentas de tan bochornoso espectáculo. Buscaré anclar mi nuevo puente en otras laderas menos escabrosas que las que me propone el nuevo adalid de la corpo con su disfraz de flamante superhéroe clarinista.