Por una solidaridad política
Dante Augusto Palma
La conmovedora respuesta de miles de ciudadanos, con y sin pecheras, ante el desastre producido por la lluvia, ha puesto el énfasis en el término “solidaridad”. Sin embargo, lejos de utilizarse en un sentido meramente descriptivo para dar cuenta del modo en que una población reacciona ante la adversidad, este término pasó a transformarse en una suerte de imán que atrajo conceptos vinculados a los discursos antipolítica como “anonimato”, “espontaneidad” o “autoconvocatoria”, entre otros. La solidaridad se transformó así en aquello que hace “la gente”, la sociedad civil entendida como una sumatoria de voluntades individuales desinteresadas frente a la monstruosa política que, incluso ante las peores circunstancias, estaría dispuesta a sacar su tajada. Así, los hombres y mujeres de bien serían solidarios, anónimos, espontáneos y autoconvocados, frente a los y las militantes que buscarían beneficios individuales o partidarios, necesitarían identificarse como parte del marketing electoral, serían movilizados por el más frío cálculo, y estarían comandados por oscuros personajes, si es posible, claro está, con el dinero de todos, o, peor aún, con el de los jubilados.
Desde esta perspectiva, en un clásico de la lógica binaria, se encontraría lo auténtico y verdadero por un lado y la impostura y la superficialidad falsaria por el otro, en un esquema profundamente tranquilizador en el que los malos son bien malos y los buenos son bien buenos, a tal punto que se los puede identificar por su distintivo (o por la ausencia del mismo).
Pero por desgracia para nosotros, la realidad suele ser más compleja y más allá de que la motivación de compartir un proyecto colectivo siempre agrega un plus por el cual es más fácil deshacerse del puro yo para esbozar, al menos, el atisbo de un nosotros, hay que afirmar que una porción importante del pueblo argentino ya era solidaria mucho antes del reverdecer de la política. La novedad, en todo caso, es que buena parte de la población ahora entiende que esa solidaridad se puede dar también desde adentro y no necesariamente desde afuera de la política. Como síntoma de un cambio de época, puede que no sea poco.

La conmovedora respuesta de miles de ciudadanos, con y sin pecheras, ante el desastre producido por la lluvia, ha puesto el énfasis en el término “solidaridad”. Sin embargo, lejos de utilizarse en un sentido meramente descriptivo para dar cuenta del modo en que una población reacciona ante la adversidad, este término pasó a transformarse en una suerte de imán que atrajo conceptos vinculados a los discursos antipolítica como “anonimato”, “espontaneidad” o “autoconvocatoria”, entre otros.

La solidaridad se transformó así en aquello que hace “la gente”, la sociedad civil entendida como una sumatoria de voluntades individuales desinteresadas frente a la monstruosa política que, incluso ante las peores circunstancias, estaría dispuesta a sacar su tajada. Así, los hombres y mujeres de bien serían solidarios, anónimos, espontáneos y autoconvocados, frente a los y las militantes que buscarían beneficios individuales o partidarios, necesitarían identificarse como parte del marketing electoral, serían movilizados por el más frío cálculo, y estarían comandados por oscuros personajes, si es posible, claro está, con el dinero de todos, o, peor aún, con el de los jubilados.

Desde esta perspectiva, en un clásico de la lógica binaria, se encontraría lo auténtico y verdadero por un lado y la impostura y la superficialidad falsaria por el otro, en un esquema profundamente tranquilizador en el que los malos son bien malos y los buenos son bien buenos, a tal punto que se los puede identificar por su distintivo (o por la ausencia del mismo).

Pero por desgracia para nosotros, la realidad suele ser más compleja y más allá de que la motivación de compartir un proyecto colectivo siempre agrega un plus por el cual es más fácil deshacerse del puro yo para esbozar, al menos, el atisbo de un nosotros, hay que afirmar que una porción importante del pueblo argentino ya era solidaria mucho antes del reverdecer de la política. La novedad, en todo caso, es que buena parte de la población ahora entiende que esa solidaridad se puede dar también desde adentro y no necesariamente desde afuera de la política. Como síntoma de un cambio de época, puede que no sea poco.