Aquí la famosa columna publicada en La Izquierda Diario el 13 de agosto de 2016: 


Qué bien que comunica el Gobierno

El desafío retórico de defender lo indefendible. Hablar poco, hablar magro, entre la escasez y la nada. Que haya poco para comprender y mucho para creer.

Me sorprende que se diga que el gobierno comunica mal. Mi opinión, por el contrario, es que comunica formidablemente, que una de sus mayores virtudes (y acaso la mayor), que una de sus pocas virtudes (y acaso la única) es ni más ni menos que esa: la forma en que comunica.

No se me escapa, por supuesto, que el conflicto personal que el presidente Macri mantiene con el castellano hablado (también ahí, qué duda cabe, hay una grieta: entre el lenguaje y ese hombre, toda una grieta) es intenso e insoluble; no se me escapa que las mofas hacia su mala dicción brotan no sólo en programas eventualmente ariscos, como el de Marcelo Tinelli, sino también en programas que (según rumores, acaso falsos, por un impulso rentado) acceden a respaldarlo, como el de Luis Majul; no se me escapa el esfuerzo que los medios favorables al PRO tienen que hacer para elogiar la notoria brevedad de los discursos presidenciales, alabando como poder de síntesis lo que no es sino impotencia para el desarrollo.

El resto del equipo (¡ay, si se pudiese hablar en equipo!, debe desesperar el presidente: en coro o con ventrílocuos…) encuadra la comunicación oficial en los modos retóricos de los actos escolares (con los discursos de la señora directora del establecimiento, del jefe de celadores, del celador, de la maestra de primero inferior, asumidos respectivamente por Gabriela Michetti, Marcos Peña, Rodríguez Larreta, Mariu Vidal) o en los modos retóricos de los templos evangelistas: tersos, vacuos e indemostrables, desde el testimonio tropezado del que cuenta una recuperación milagrosa hasta el éxtasis colectivo y mediúmnico del “Sí se puede” en letanía.

Ver en eso una deficiencia es un error, y ya quedó demostrado. Nos equivocamos al tomar como criterio la vergüenza que sentimos al escuchar al presidente argentino hablando, pero no porque no dé vergüenza, ya que la da, sino por suponer que la vergüenza inspira rechazo a todos.

Es al revés: en muchos suscita adhesión. Por eso Macri bailaba. Pues no podía dejar de hablar, así fuera un poquitito, en los actos partidarios o en los debates televisivos; pero podría haberse abstenido de bailar (el orador y el danzarín compiten cabeza a cabeza en un torneo mundial de bochornos) y sin embargo no lo hizo. Porque existe contemporáneamente un singular aprecio por las taras y los impedimentos, por la disposición a ponerse en ridículo, y Macri contó con eso.

El presidente comunica por medio de la completa oquedad de un repertorio de frases hechas, de una plena trabazón foniátrica, del más absoluto desamparo sintáctico, desde la angustia de no saber si podrá terminar de decir cada discurso (y en ese discurso, cada párrafo, y en ese párrafo, cada oración, y en esa oración, cada palabra) que ha comenzado a proferir.

El resultado es óptimo. Una auténtica proeza comunicacional, sin dudas: hacer poco con la nada, y que ese poco parezca algo, y que ese algo parezca mucho. No es sencilla la comunicación eficaz de un optimismo tan sin fundamento, hablar de “lluvia de inversiones” para ponerse a esperar las inversiones como quien se pone a esperar la lluvia. No es tan fácil la comunicación eficaz de un tarifazo brutal, y que los propios perjudicados, mientras notan que no podrán pagar las facturas que reciben, repitan que la medida hacía falta, que antes pagaban demasiado poco, que subsidio y regalo son lo mismo, que ya era hora de pagar mucho más.

Si se piensa en la clase de cosas que se tienen que comunicar, yo creo que se advertirá el mérito de la forma en que las comunican: el qué magnifica el cómo. La defensa de lo indefendible ha planteado un desafío retórico al menos desde los presocráticos; pero asumir semejante desafío careciendo de cualquier destreza verbal se vuelve una prueba mayúscula. Porque los sofistas hablaban muy bien, y en eso estaba la gracia. ¿Qué le queda al farfullador serial con su glosario de no más de cien vocablos?

Le queda lo que hizo Macri: hablar poco y hablar magro, entre la escasez y la nada; que haya poco para comprender y mucho para creer solamente, hablándole a la fe más que al entendimiento; que la trabazón lexical se confunda con la sinceridad, en el sentido de que el que engaña (el versero) es hábil con las palabras; disociar el decir y el hacer, para que se suponga que el que no sabe decir se está abocando por completo al hacer.

Para un proyecto como el que el PRO está llevando a cabo, es un modelo de comunicación a todas luces inmejorable.