Macri y la deskirchnerización del país
El derrocamiento de Juan Domingo Perón estuvo acompañado de una política clara destinada a interrumpir el ciclo de distribución de la renta que había arrancado en 1946: la desperonización de Argentina. En efecto, lo sucedido entre 1955 y 1973 puede catalogarse como una situación de empate social, puesto que las elites económicas fueron lo suficientemente fuertes para eyectar a Perón de la primera magistratura, pero no tanto como para imponer su plan económico a rajatabla. Es cierto que hubo una sensible merma en el poder adquisitivo de los trabajadores, pero su poder de presión siguió siendo lo suficientemente fuerte como para preservar varias de las conquistas obtenidas en el decenio peronista. Lo concreto es que esa desperonización sólo pudo darse a medias. Se dio en el plano electoral, dado que el peronismo recién pudo participar de las elecciones en 1973, se dio también en el plano educativo con la implementación de la materia Educación democrática donde se hacía hincapié en la necesidad de no votar a “demagogos” y en la necesidad de formar una “verdadera democracia”, aun a costa de excluir a la mitad del país. Pero no pudo darse en las fábricas y en la estructura productiva del país por lo que solo la virulencia de la última dictadura cívico militar vino a completar la faena iniciada en 1955.
El peronismo del siglo XXI, el kirchnerismo, más amplio que el original puesto que cuenta con un abrumador apoyo de científicos, artistas e intelectuales, así como de amplios segmentos de clase media se encuentra sufriendo los mismos embates que su predecesor original.
A una semana de gobierno Mauricio Macri logró lo que no pudieron gobiernos dictatoriales como el de Onganía o Aramburu ni gobiernos con democracias restringidas como Frondizi o Illia: una total eliminación de vestigios peronistas de la administración pública atacando los símbolos de la docena de años kirchneristas. Los sucesos son conocidos por los lectores de este medio: el intento de arancelamiento del majestuoso centro cultural Néstor Kirchner, la eliminación de retenciones que además de su componente redistributivo fungían como ancla de precios, el permiso para el ingreso masivo de mercaderías importadas con su consiguiente perjuicio para la industria, la eliminación de la posibilidad de atesorar dólares sin demostrar ingresos, la imputación a Hebe de Bonafini por llamar a resistir al nuevo gobierno, el ostentoso desfile de riquezas y frivolidad en la fiesta del Teatro Colón. La aparición de personalidades ligadas a la última dictadura cívico militar y el intento de nombrar 2 jueces para la Corte Suprema (contrariando el proceso de selección pergeñado por Néstor Kirchner) van en la misma dirección.
Todas medidas en pos de la suprema voluntad del individuo, característica central de un estado neoliberal, y contra la intervención del Estado, posibilitando la enorme centralidad del mercado. La palabra libertad repiquetea en la empalagosa boca de los periodistas militantes macristas como Alfredo Leuco, Luis Majul o Guillermo Andino. “Somos un país normal” otra vez, “se puede comprar dólares sin pasar por la AFIP”, vociferan en medio de un ambiente festivo.
Si esto es la normalidad, prefiero sin dudar los años kirchneristas, pródigos en brindar derechos y ampliar oportunidades para todos. Como dijera un Coronel explicando el golpe de Estado de 1955: “Este derrocamiento fue hecho para que los hijos de los barrenderos sean barrenderos”. El nuevo gobierno macrista parece que se apropió de esta máxima, ya que la movilidad social ascendente de los últimos 12 años tendrá un hueso duro de roer en las políticas antipopulares desplegadas estos días, profundizadas en los venideros y sólo puestas en entredicho con una activa movilización popular. Depende de nosotros.

El derrocamiento de Juan Domingo Perón estuvo acompañado de una política clara destinada a interrumpir el ciclo de distribución de la renta que había arrancado en 1946: la desperonización de Argentina. En efecto, lo sucedido entre 1955 y 1973 puede catalogarse como una situación de empate social, puesto que las elites económicas fueron lo suficientemente fuertes para eyectar a Perón de la primera magistratura, pero no tanto como para imponer su plan económico a rajatabla. Es cierto que hubo una sensible merma en el poder adquisitivo de los trabajadores, pero su poder de presión siguió siendo lo suficientemente fuerte como para preservar varias de las conquistas obtenidas en el decenio peronista. Lo concreto es que esa desperonización sólo pudo darse a medias. Se dio en el plano electoral, dado que el peronismo recién pudo participar de las elecciones en 1973, se dio también en el plano educativo con la implementación de la materia Educación democrática donde se hacía hincapié en la necesidad de no votar a “demagogos” y en la necesidad de formar una “verdadera democracia”, aun a costa de excluir a la mitad del país. Pero no pudo darse en las fábricas y en la estructura productiva del país por lo que solo la virulencia de la última dictadura cívico militar vino a completar la faena iniciada en 1955.

El peronismo del siglo XXI, el kirchnerismo, más amplio que el original puesto que cuenta con un abrumador apoyo de científicos, artistas e intelectuales, así como de amplios segmentos de clase media se encuentra sufriendo los mismos embates que su predecesor original.

A una semana de gobierno Mauricio Macri logró lo que no pudieron gobiernos dictatoriales como el de Onganía o Aramburu ni gobiernos con democracias restringidas como Frondizi o Illia: una total eliminación de vestigios peronistas de la administración pública atacando los símbolos de la docena de años kirchneristas. Los sucesos son conocidos por los lectores de este medio: el intento de arancelamiento del majestuoso centro cultural Néstor Kirchner, la eliminación de retenciones que además de su componente redistributivo fungían como ancla de precios, el permiso para el ingreso masivo de mercaderías importadas con su consiguiente perjuicio para la industria, la eliminación de la posibilidad de atesorar dólares sin demostrar ingresos, la imputación a Hebe de Bonafini por llamar a resistir al nuevo gobierno, el ostentoso desfile de riquezas y frivolidad en la fiesta del Teatro Colón. La aparición de personalidades ligadas a la última dictadura cívico militar y el intento de nombrar 2 jueces para la Corte Suprema (contrariando el proceso de selección pergeñado por Néstor Kirchner) van en la misma dirección.

Todas medidas en pos de la suprema voluntad del individuo, característica central de un estado neoliberal, y contra la intervención del Estado, posibilitando la enorme centralidad del mercado. La palabra libertad repiquetea en la empalagosa boca de los periodistas militantes macristas como Alfredo Leuco, Luis Majul o Guillermo Andino. “Somos un país normal” otra vez, “se puede comprar dólares sin pasar por la AFIP”, vociferan en medio de un ambiente festivo.

Si esto es la normalidad, prefiero sin dudar los años kirchneristas, pródigos en brindar derechos y ampliar oportunidades para todos. Como dijera un Coronel explicando el golpe de Estado de 1955: “Este derrocamiento fue hecho para que los hijos de los barrenderos sean barrenderos”. El nuevo gobierno macrista parece que se apropió de esta máxima, ya que la movilidad social ascendente de los últimos 12 años tendrá un hueso duro de roer en las políticas antipopulares desplegadas estos días, profundizadas en los venideros y sólo puestas en entredicho con una activa movilización popular. Depende de nosotros.