Son la versión superada e inteligente de los kirchneristas malos y a la vez la contracara de la oposición del odio. Los kirchneristas buenos se ofrecen al diálogo hasta en cancha visitante. Y con el referí comprado.  No reparan en que del otro lado vienen atorados de ira y revoleando golpes en el aire. Pero eligen ser buenos y se salen de la vaina y del colectivo para evangelizar a los “inevangelizables”. Dios hace rato que abandonó esa tarea con los irrecuperables. Pero ellos presumen que con una razón y un pañuelito blanco en cada mano van a hacer razonables a los irrazonables. Y van a cambiar los zócalos de la pantalla del televisor para que no hagan decir al entrevistado lo que no dice. Por supuesto desechan a los D,Elía, a las Hebe, a los Mariotto, a los Kunkel y a los Chino Navarro. Hay algo de arrogancia en ese planteo que también tiene sus espejos en el otro lado. Son los opositores buenos ( e inteligentes) y distintos a los de la marcha del odio y a los Majul y Lanata y Sirven y Nelson Castro. Que imaginan un diálogo cariñoso y arrepentido con sus símiles buenos del kirchnerismo. En algún punto, todos ellos - los buenos- son políticamente intercambiables. Por eso aún siendo tácita y visiblemente entre sí adversarios, se deslizan mutuas y sobreentendidas alabanzas. Y se festejan esta o aquella jugada pacifista y razonable. Se admiran entre si porque se sienten admirables. ¿Ven- se dicen- qué lindo es hacer política jugando floripondios y sin considerar enemigo al enemigo? Conforman un arco de bondad política que contradice el demasiado fervor de los duros. De los que sienten que hay que defender la inclusión contra el ataque de los excluidores; esos que se disfrazan de consenso y debajo del disfraz son eternamente intolerantes.

A los kirchneristas buenos no hay injuria que los agravie: dicen que hay que poner la otra mejilla. Se disponen a debatir con el odio con su palabra más dulce. Y se presumen más sagaces y estratégicos que el Gobierno. Lo corrigen, lo retan por esta o por aquella circunstancia, como esos espectadores sabios de una partida de ajedrez que se arrogan saber qué pieza debería mover su campeón favorito para lograr el jaque mate. Desde la platea lucen más lúcidos que el ajedrecista maestro: más que Cristina y Abal Medina y que Rossi y Kiciloff y Aníbal Fernández. Obviamente, se sabe que los kirchneristas buenos, no son malos. Aunque, sin darse cuenta, entregan argumentos internos al adversario, les descubren jugadas de su propio equipo que son cazadas por aquellos en el aire. Tienen buenas intenciones porque son buenos. No bastan.

Ya se sabe qué harían los opositores con los kirchneristas si les dan chance. No tendrían piedad política ni por los malos ni los buenos.