A falta de una descripción más adecuada, cabe decir que los gorgones son una suerte de seres mixtos que tienen una vida e identidad propia pero son capaces de reunirse y generar un único individuo semejante a lo que sería un pulpo gigante. Si aun no le resulta claro piense en la posibilidad de tentáculos que tienen vida autónoma pero que pueden llegar a unirse por voluntad propia para generar un nuevo individuo verdaderamente monstruoso al cual se le pueden seguir injertando tentáculos de manera ilimitada. Según Homero, los gorgones en forma de tentáculo llegaron a ser casi 300, eran hijos de GEA y hermanos de las Gorgonas Esteno, Euríale y Medusa, recordada por poseer serpientes en lugar de cabellos. Con Medusa compartían tanto el hecho de ser mortales como el poder de petrificar, cuando lograban unirse, a todo aquel que osara mirarles su horrendo rostro. Esta característica hizo que se asociara a los gorgones con la protección de los templos, es decir, aquellos lugares donde dicen que reside la verdad y donde es posible alcanzar lo realmente existente. Pero ya desde mediados del siglo XX esa hipótesis sólo puede resultar risueña.

Hesíodo, en cambio, dice que los gorgones no eran hermanos sino hijos de Medusa y que fueron el producto de las 300 gotas de sangre que surgieron en el momento en que Perseo la decapitó. Más tarde, Apolodoro le dio a la leyenda la forma actual y habló de ellos como estos seres que poseen una naturaleza centrípeta que los conmina a reunirse en un gran monstruo salvo que alguna fuerza externa los mantenga adecuados a su dispersión.
Más allá de los desacuerdos o las diferentes descripciones que existen sobre estas criaturas, todos los autores coinciden en algo: la única manera de salvarse de ellos, sea que vengan en grupo como un gran monstruo, sea que vengan individualmente como un tentáculo, es no mirarlos. Si esta advertencia no ha llegado a tiempo y, tras mirarlos, usted ha quedado en estado pétreo, pida ayuda a algún amigo, haga que éste le gire el rostro para dejar a los gorgones a su espalda y verá cómo paulatinamente lo que comenzará a ver y a sentir será algo que los griegos (y los argentinos) llaman “realidad”.