Justo cuando se cumplen 30 años de la guerra por Malvinas, el diario La Nacion vuelve a recordarnos que es un medio nacido para representar los intereses políticos y económicos de las minorías argentinas aliadas a los intereses británicos.

Poner en tapa el acto de los kelpers, pararse desde su conmemoración trasciende lo periodístico y es mucho más, incluso, que una provocación. Es la ratificación de un punto de vista editorial que, hay que reconocerlo, este diario nunca nunca ocultó ni, mucho menos, camoufló. La Nacion siempre fue esto, sucede que por ahí ahora se nota más porque en esta disputa por el sentido en la que el país está inmerso, no encuentra otra custodia de su identidad que no sea la exposición brutal de su razón de ser.

Hubo tiempos donde este diario expresaba el sentido común de los gobiernos y su relato constituía la agenda de buena parte del país. Epocas donde era normal que todo lo inherente a Europa y Estados Unidos fuera la línea y Argentina una tarea siempre pendiente, una colonia en construcción permanente. Tiempos donde no había contradicciones, donde éramos ejemplo para los funcionarios del FMI y el Banco Mundial, etapas donde hasta nos podía ir mal coyunturalmente pero eso era compensado por el buen rumbo que, siempre según La Nacion, llevaban las políticas que se aplicaban.

Cuando el país estuvo de rodillas y acató una a una las directivas de los organismo financieros de ese mundo que La Nacion tiene como modelo, sus tapas no hacían tanto ruido. Pero bastó que irrumpiera un gobierno decidido a recuperar algo de lo mucho que nos fue quitado, como Aerolíneas Argentinas, los fondos previsionales, la comunicación democrática o la energía, mediante el disciplinamiento de YPF y en ese contexto el reclamo por Malvinas, para que La Nacion se vea obligado a exhibir su cuerpo desnudo y hasta el más distraído observe el paso inexorable de los años en esa decrepitud política e ideológica. 

No, La Nacion no cambió, cambió el país. Por eso se nota tanto.