Hasta el más vacuo poetizo se embellece
con flores y nenúfares; con alondras y hadas.
Pero cómo escribir un poema bello
con soretes y mierda,
y cómo hacer que algo cambie para que
nada siga igual
y desdecir al Gatopardo bellamente.
Hay que cambiar desde el 7 de diciembre.
Y hacer que la mierda ya no apeste
ni hieda; ni impregne pituitarias
ni cerebros. Ni lenguas entrenadas
dócilmente a ser indóciles al revés.
Y hay que empezar a escribir un poema
de mierda bella
con la nueva fragancia de la Ley
y de la libertad de oídos y de ojos,
de dial y de pantalla. Y de cacerolas,
que solo quisieran la libertad para ellas
pero deberán resignarse a la libertad
para todos.
Hay que cagarse bellamente en el periodismo
sucio de arrogancia y de pagas
tan prósperas que lo desperiodiza;
y darle la bienvenida
limpiándolo. Y limpiándonos
cada uno en su medida
y armoniosamente. O sin armonía
y sintiendo rabia de limpiarse.
Porque la propia suciedad y la mierda propias
no le gustan a nadie.
No están exentos de esta tarea de higiene
ciertos  públicos mentidos que se volvieron mentirosos por contagio,
y tanta oposición política
cautiva del síndrome de Estocolmo;
Ahora tiene la posibilidad
de “destocolmizarse” bellamente.
De “desmagnetizarse”.
Está dicho que el 28 de diciembre
es el día de los inocentes.
Entonces el 7
es el día de los culpables;
el día del toque de retirada de Clarín
y el del fin de la patraña.
En fin, hay que purificar la mierda
sin asco.  Porque puede ser bella
si muda a crisálida,
y después a mariposa.