El huevo del Capriles argentino
La inesperada reacción opositora en Venezuela ha causado aquí una alborotada excitación ovípara. Sea a través de cópulas ortodoxas, oblicuas o amorfas, incluso de practicar el onanismo, todos en la oposición quieren poner el huevo del Capriles argentino. Un huevo plural de zoología indefinible
cuyo única amalgama como huevo sería ese pegamento insuficiente llamado antikircherismo.
Pero ¿Dónde pone sus huevos de serpiente o sus huevecillos de lombriz ese hipotético Capriles argentino? Es un enigma. Porque los aspirantes hasta hoy han quedado antiguos como huevos innatos o momificados; o como cáscaras sin clara ni yema ni membrana ni vacío.
Hay quienes sueñan anidarlo en un silo bolsa o en un feetlot; en una cueva financiera o subrogante, en una corporación mediática poblada de ponedores ovíparos incontinentes, en una secta sindical-patronal de gallineros prósperos, o en una cacerola calentada al fuego fatuo de un chisme de mierda que
se arroja con la mano enguantada para no tener que lavarla después de agarrar la mierda.
Si ese huevo “caprilista” germinara la oposición se aliviaría de sus carencias ponedoras, de su esterilidad electoral, y de su impotente e incumplido deseo por dar a luz un huevo con vida adentro.
Y mientras tanto se mira el culo y espera que salga cacarea al son de Clarín y Lanata y se unta de optimismo. El Gobierno y el oficialismo dudan acerca de ese augurio. Pero no deberían dejar de sospecharlo y atenderlo. Porque la oposición fantasea con poner un huevo de avestruz, el más grande; aunque hasta ahora no han podido poner ni un huevecillo de zunzuncito; el pájaro más pequeño del mundo, cuyos huevos tienen el tamaño de un dedal de dedo meñique. Tamaño proporcional al de los votos de algunos políticos zunzuncito que presumen ser cóndores.
Aunque a nadie hay que negarle la chance de intentarlo: hasta un ornitorrinco es ponedor de huevos. Por eso hay que decir que la oposición argentina tiene algo de Capriles: algo parental e inherente como esa pulsión rezongona e histérica. Esa insolencia política de ponerse a negar la matemática de Pitágoras con una cacerola.