La ventanita es una de las pocas cosas de la casa donde cumple prisión domiciliaria el genocida de la Bonaerense Miguel Osvaldo Etchecolatz que asoma por encima de la muralla de árboles, arbustos, portones verdes y paredones que la cubren del afuera, tan excepcionalmente agitado desde que llegó al Bosque Peralta Ramos, en Mar del Plata. La foto muestra que alguien se asoma por ella y fotografía lo que sucede afuera. Entonces, en la puerta de la casa cientos de vecinos le decían con cantos y carteles que no era bienvenido en el barrio ni en ningún otro lugar que no fuera la “cárcel común y efectiva”.

“¿Es él? ¿Este hijo de puta está sacándonos fotos?”, se preguntaron entre la muchedumbre de vecinos, hijos y madres de desaparecidos y algunos sobrevivientes a los crímenes de la última dictadura que el viernes pasado llegó hasta la puerta de la casa para repudiar su presencia. Lejos de amedrentarse, levantaron el tono: “¡A-se-sino! ¡A-se-sino!”. 

La imagen la registró Jorge Acevedo, un fotógrafo y militante de derechos humanos que participó de la caravana en rechazo a la prisión domiciliaria otorgada al represor a fines de diciembre, a días de que comenzara la feria judicial. No se distingue si efectivamente es Etchecolatz quien está apretando el disparador de la cámara desde el interior de la vivienda. De lo que no caben dudas es de la intención de la acción: él o alguien de su entorno quiso registrar la protesta y eternizar las caras de quienes la llevaron a cabo. 

La situación se repitió en dos oportunidades, por lo menos, durante los minutos que los vecinos se manifestaron muy cerca de la consigna policial y de Prefectura que protege al genocida. La segunda, un grupo de vecinos levantaron bien en alto los carteles que pedían por Clara Anahí, la nieta apropiada de la Abuela de Plaza de Mayo platense Chicha Mariani, y que mostraban la silueta de Jorge Julio López, víctima de Etchecolatz durante la dictadura y nuevamente desaparecido a días de declarar en el primer juicio en su contra, el 18 de septiembre de 2006. Desde entonces, López falta. 

El amedrentamiento no fue el único hecho siniestro que tuvo lugar en el bosque Peralta Ramos desde que Etchecolatz es uno de sus vecinos. Tras la movilización, un grupo de vecinos y vecinas se reunieron en la casa de uno de ellos para celebrar la acción colectiva de repudio, que había sido muy concurrida y que había comenzado y culminado sin un inconveniente. 

Paula Píriz, cuyo papá, el periodista Luis Píriz, permaneció desaparecido hasta entrados los 2000, cuando ella, su hermana y su madre recuperaron sus restos, participó del ágape con una de sus hijas. Se fueron entrada la noche. Caminando, porque viven cerca de la casa de reunión. Comenzaron a andar y notaron que un auto las seguía, pero no le dieron importancia ya que “en el bosque los autos suelen ir despacio por los caminos”, contó Píriz a este diario. Pero no era cualquier auto: “De repente escucho que el motor aumenta el ruido y el auto se me viene encima. Me tiré encima de mi hija, ella se cayó. Era un Falcón verde de los viejos, de los que usaban en la dictadura”, relató la mujer, que alcanzó a registrar al auto, a la patente y al conductor, que iba solo, con su celular.

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