Este viernes 4 de noviembre se reunirán, tras la Sexta Cumbre del G-20 en Cannes, Obama y CFK. La esperada reunión se realizará en el marco de la principal reunión internacional para intentar revertir o morigerar el tsunami económico que afecta al mundo. Este foro, el G-20, se creó en la década de 1990 para intentar hacer frente a las crisis de los llamados “emergentes”. Hoy la crisis mundial afecta a las principales potencias, y tanto Estados Unidos como Europa (además de Japón), atraviesan el peor desastre económico en décadas, a lo que se suma un tembladeral político y la proliferación de movimientos de “indignados”. La propia cumbre no escapa a este hervidero político: el martes pasado se movilizaron en Niza miles de activistas para rechazar los planes de ajuste que invariablemente se proponen como solución para equilibrar las cuentas de los países endeudados. Grecia tambalea frente al abismo antes de entrar en default, Italia, España y Portugal temen ser las próximas víctimas y toda la zona del euro está en terapia intensiva. Estados Unidos, que hace pocos meses logró sortear el default de su propia deuda pública, presenta cada vez signos más preocupantes de su economía real, y un desempleo que no cede.

El gobierno de Obama tiene una gran debilidad interna –su propia reelección en 2012 es hoy incierta- y busca reposicionarse en América Latina, luego de los fracasos que supusieron el golpe contra Zelaya en Honduras (con la virtural cobertura diplomática del Departamento de Estado), el no haber cumplido la promesa de desmantelar la base de Guantánamo (tampoco levantó el bloqueo contra Cuba) y el haber mantenido en la región la IV Flota, reinstalada por Bush luego de décadas. Obama necesita el voto latino, en parte decepcionado por las políticas migratorias discriminatorias que persisten y que expulsan cada año a cientos de miles de hispanos “ilegales”, y para eso requiere recuperar posiciones en la región. Desde el punto de vista estratégico, Obama precisa por todos los medios morigerar el histórico sentimiento antiyanqui de buena parte de las sociedades latinoamericanas, y dificultar lo más posible una integración continental que esté por fuera del control de Washington. En este sentido, la declinación de la OEA en detrimento de la UNASUR y la creación en 2010 de una nueva organización, como la CELAC, son procesos que preocupan a la potencia del norte.

El intento de la Casa Blanca de acercar posiciones con Argentina (luego de las tensiones generadas a partir del conflicto de la valija de Antonini Wilson, los cables filtrados por Wikileaks, el avión militar decomisado, la no visita de Obama en su gira por la región y el voto contra Argentina en el BID y el Banco Mundial) tiene que ver con cuestiones específicas (reclamar por el pago a los “fondos buitres”, al Club de París -7000 millones de dólares- y a las empresas estadounidenses que ganaron juicios en el CIADI), pero fundamentalmente con los intereses estratégicos de Estados Unidos. Acercar posiciones con Buenos Aires, prometiendo algunas cuestiones puntuales (se supone que Argentina intentará que el gobierno de Obama facilite las negociaciones con los acreedores externos) es la histórica estrategia de negociar individualmente con cada país para evitar la profundización de la integración latinoamericana alternativa.

Pero este encuentro, casualmente, se da en una fecha muy particular. Hace exactamente 6 años, el 4 de noviembre de 2005, se iniciaba la IV Cumbre de las Américas en Mar del Plata. Al día siguiente, producto de la acción conjunta de Argentina, Brasil, Venezuela, Uruguay y Paraguay, el proyecto del ALCA, impulsado fuertemente por el gobierno de Bush, debió ser “enterrado” para siempre. Esa cumbre de presidentes de la región fue el escenario donde se terminó de confirmar el fracaso del plan estadounidense, y en el cual el país del norte debió cambiar de estrategia en la región (de un acuerdo macro, como el ALCA, se pasó a impulsar Tratados de Libre Comercio bilaterales con algunos países). Esto fue posible, entre otras cosas, por un cambio en la correlación de fuerzas en el continente. En Mar del Plata, en las calles, miles y miles se movilizaron para decir “No al ALCA. Otra integración es posible”. Esa experiencia histórica nos enseña que sólo coordinando sus políticas exteriores, y alentando una integración alternativa, los países latinoamericanos pueden enfrentar los designios de Estados Unidos y otras potencias extracontinentales.

El dilema de profundizar los vínculos con Estados Unidos o con América Latina es crucial para el futuro de nuestros países. El complejo mundo multipolar y la crisis económica actual en Estados Unidos, Europa y Japón permiten plantearse alternativas que apunten al desarrollo vinculado con los países de la región, manteniendo una posición equidistante con las potencias mundiales que permita un mayor margen de autonomía.

Leandro Morgenfeld es docente UBA e ISEN. Investigador del CONICET. Autor de Vecinos en conflicto. Argentina y Estados Unidos en las conferencias panamericanas (Ediciones Continente, 2011) y del blog www.vecinosenconflicto.blogspot.com