Corría el 28 de diciembre de 2017, el dólar estaba apenas unos centavos por arriba de los diecinueve pesos. La inflación de ese año cerraría en 25 por ciento. Pocos días antes, el pueblo había sido brutalmente reprimido durante la polémica aprobación de la reforma previsional, y el Gobierno mostraba como un éxito el recorte a los jubilados. De hecho, un par de meses antes el oficialismo había ganado las elecciones de medio término y todos los medios repetían casi al unísono que Marucio Macri ya tenía garantizada la re. Pero de re pente esa mañana todo cambiaría...

Sin mucho aviso previo, el gobierno anunció una conferencia de prensa que encabezaron el jefe de Gabinete, Marcos Peña, el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne y el entonces ministro de Finanzas, Luis Caputo. Contó además con un cuarto integrante que hizo las veces del puching ball: el entonces presidente del Banco Central, Federico Sturzenegger.

La conferencia en cuestión fue para 'sincerar' que no podrían cumplir con las metas de inflación bajo las que, una semana atrás, habían confeccionado y aprobado en el Congreso el Presupuesto 2018. 

La inflación promedio proyectada para todo el año era del 15,7% (la meta BCRA era entre el 8 y el 12% anual), mientras que el valor promedio del dólar se fijó en 19,3. No son errores de tipeo, de verdad dijeron que la inflación iba a ser del 15% (cuando fue del 50%) y que el dólar iba a estar abajo de veinte pesos (cuando su valor ronda el doble). 

Volviendo a la conferencia de prensa, por qué decimos que es la peor de la historia del Gobierno. Porque fue la primera vez que ante los mercados, el poder Ejecutivo reconocía que no podría hacer frente a las promesas que había realizado apenas una semana antes.

Justamente el Día de los Inocentes, el Gobierno parecía decir, lo anterior fue 'una jodita de Tinelli'. Si bien volvieron a fijar metas relativamente bajas, lo que pasó fue que el mundo de las finanzas de inocente tiene muy poco y de desconfiado todo.

En pocos meses el dólar saltó de veinte a treinta y luego de treinta a cuarenta. La inflación se disparó como nunca se había visto desde la preconvertibilidad. Probablemente el año cierre con una suba promedio de precios de al menos un 48 por ciento. Los tarifazos hicieron que prender la estufa se vuelva un lujo burgués y usar el aire acondicionado un capricho de nene rico. Viajar en transporte público con la familia puede costar más que tomarse un taxi. El salario perdió alrededor de doce puntos de poder adquisitivo. Las pymes cierran de a decenas por día. La recesión en la industria es desoladora, se cayeron los créditos, las tasas se dispararon. Y, como frutilla del postre, volvimos a tomar deuda -la mayor que alguna vez haya tomado un país- con el Fondo Monetario Internacional. 

Los cuatro jinetes del apocalipsis no salieron indemnes: Caputo dejó el cargo con ataques de pánico. Sturzenegger abandonó el Central y nunca más volvió a hacer una aparición pública. Marcos Peña, que se paseaba por cuanto programa de televisión había, casi no habla con la prensa. Nicolás Dujovne pasó de ser el columnista estrella de Pagni a un grasa que hizo figurar su caserón como un terreno baldío. 

Tan mal estuvo el Gobierno que el círculo rojo empezó a pedir a Cambiemos que el año que viene elija a otro candidato para ocupar el sillón de Rivadavia. 

A un año de aquella conferencia, hay más anuncios de aumentos en servicios, un dólar con bandas de flotación y nadie se anima a decir que "lo peor ya pasó".