Derechos humanos hoy es repensar no sólo los crímenes de lesa humanidad, de los que aún queda mucho por develar, sino también el derecho de volver a ser humanos ante tanta desigualdad social que arrasa con las personas hasta despersonalizarlas. Se prioriza la acumulación de dinero, el crecimiento económico, sin tener en cuenta cómo se conquistan esos fines materiales. El marcado es feroz. Es bestial. Es devastador. Y como la dignidad humana está quedando por fuera de sus leyes, estamos ante otro drama universal. El ser humano de hoy tiene precio. Es por lo que tiene, por lo que genera, o no es. Hace unos días un empresario me contaba lo caro que le resultaba el empleado si lo tenía que poner en blanco y pagar las cargas sociales, es decir, si le daba existencia real. El empleado es un gasto, un número; el ciudadano también.

   El cientificismo actual va de la mano del marcado. Si pueden dejar a un paciente más días internado, mejor, así se le saca más dinero a la obra social o a la prepaga. El psicoanálisis está en crisis no por el valor de su alcance, que a mi entender sigue siendo muy eficaz, sino por la duración del tratamiento, que no puede ser prefijado y depende de cada sujeto, de cada interioridad. El psicoanálisis no transa con los tiempos que impone el mercado de la medicina. Hoy, los tratamientos deben ser breves, vistos a la luz de los costos, y mejor si el doliente es medicado, para que sea paciente toda la vida, consumidor de “pastillas”. Se inventan patologías y sus medicinas. El ser humano de estos días sufre de algo que no se cura con medicación pero que tiene remedio: sufre por no poder ser humano. Si es como nos enseñó Darwin y somos evolución animal y sobreviven los más fuertes, entonces los marginales, los desempleados, los pobres, los locos, los viejos, los discapacitados, quedan por fuera, son caros para el sistema porque hay que mantenerlos y no producen. Sin embargo, lo que nos define como seres humanos no debería ser sobrevivir, ir tras la búsqueda de las necesidades básicas. El problema no es la falta de alimentos y de recursos, es la desigualdad. El que reparte, se queda con la mejor parte, con casi todo. Y millones de seres están bajo la mesa de los ricos, comiendo migas.   

   En la actualidad, a diferencia de lo que sucedía en la prehistoria, los que viven bien no son los que tienen más fuerza física sino los que poseen más dinero, contactos, poder; y el resto sobrevive. Somos seres gregarios, necesitamos del otro, funcionamos en sociedad. Pero este funcionamiento es con la energía de la crueldad, devorando al otro, destituyendo su ser humano más íntimo, convirtiéndolo en esclavo, en mercancía, en consumidor de las imposiciones materiales del mercado.

   Es urgente el ejercicio de una Política que conlleve una ética, que destituya el egoísmo y la bestialidad del mercado, para darle bienestar social a toda la población, cobijo y herramientas a los más necesitados. Urge que nadie tenga necesidades básicas descubiertas, sólo desde allí se podrá construir una Nación integral, devolviéndole al ser lo que le han quitado de humano.