-       “Que viejo puto” – dijo el Colo mientras se llenaba la boca con un puñado de maníes.

-       “¿Quién?” – preguntó sorprendido Richard, mientras levantaba la vista del diario en el que estaba sumergido.

-       “Ese… ¿quién va a ser?” – le contestó el Colo tratando de apurar el trago de cerveza para bajar los maníes, mientras señalaba con la mandíbula al televisor

-       “¿El tipo del noticiero? No parece… además no es tan viejo, che, debe tener nuestra edad…” - se enganchó el Ruben, sin acento, que no paraba de mirar por la ventana a una rubia que estaba esperando el colectivo.

-       “¡No, ese no…!” – se calentó– “el otro… el de la FIFA… ¿Cómo es que se llama?” –se empezaba a desesperar el Colo al ver que su memoria estaba jugando una mala pasada –“¡ÉSE.!” – gritó mientras que por el énfasis que le puso pateaba la pata de la mesa haciendo bailar la botella de cerveza.

La imagen de Joseph Blatter apareció nuevamente en la pantalla despejando cualquier tipo de duda y aclarando definitivamente toda la confusión que se había generado.

-     “Ese tipo es un genio” - dijo el Pelado, dando inicio a una nueva polémica en la mesa del bar del gallego.

-     “¿Pero que decís? Si es un corrupto monumental” – levantó temperatura el Colo.

-     “Loco, pónganse de acuerdo porque yo no entiendo nada” – dijo el Ruben, sin acento, que volvía a prestar atención a la mesa después de que la rubia se subiera al bondi.

-     “El suizo estuvo diecisiete años manejando la FIFA, y mientras tanto se los fifó a todos. Nadie lo podía tocar, se hizo recontraultramultimillonario, rodeado de lujos, minas y encima todos le chupaban las medias a más no poder. ¿Y vos me decís que ese tipo no es un capo? Dejate de joderrrrr…” intentaba dar por cerrada la discusión el Pelado, mientras levantaba la mano y giraba la cabeza como mirando para otro lado.

-     “Tiene razón el señor calvo” – afirmó Ricardo, el mozo, mientras destapaba la cerveza helada que acaba de de apoyar en la mesa. “¿A quién no le gustaría estar una temporada en su lugar?” - agregó antes de irse para la cocina.

-     “El la eterna lucha entre el ser y el deber ser” – se ponía filosófico el Ruben, sin acento,  mientras intentaba pinchar una aceituna.

-     “¿Pero vos realmente entendés lo que estas diciendo? – lo increpaba el Colo al Pelado.“Este tipo no tuvo más remedio que renunciar porque lo acusan de ser una usina de corrupción y negociados turbios. ¿Me comprendés?” – cerró enardecido el Colo.

-     “Pero decime la verdad, ¿quién no tiene un muerto en el placard?” – redobló la apuesta el Pelado.

-     “Pero… ¿qué decís? ¡Este tipo tenía un cementerio en el placard..!! – le respondió el Colo ya fuera de si.

La discusión estaba tomando ribetes épicos, como de costumbre, y parecía que no iba a terminar más.

Fue justo en ese momento cuando hizo su entrada al bar una morocha increíble, enfundada en un vestidito rojo que no dejaba nada librado a la imaginación. Era como esas minas todas retocadas que salen en las revistas para tipos, pero esta era de verdad, sin photoshop ni nada de eso.

Levantó la cabeza, como buscando a alguien, y fue derecho a la mesa del rincón, donde estaba sentado un sesentón frente a un pibe musculoso que rondaba los 20 años. Pasó a tres mesas de dónde estábamos sentados nosotros y nos dejó a todos hipnotizados. Todavía creo oler su perfume.

El tipo cuando la vio se paró como con un resorte. Estaba blanco como un papel.

La morocha, sin decir una palabra, tomó envión y le encajó un cachetazo seco y contundente. No se como hizo el tipo para mantener el equilibrio, pero se mantuvo parado y sin desarmarse ante semejante embate.

La mina giro sobre su eje y salió imperturbable por la puerta de la esquina, llevándose la mirada atenta de todos los presentes.

El sesentón agarró el saco que colgaba en el respaldo de la silla y salió presuroso detrás de la morocha.

Todas las miradas fueron automáticamente para la mesa del rincón, donde el joven musculoso tenia los ojos como el 2 de Oro y parecía no caer en cuenta de todo lo que había pasado.

Habrán pasado unos cinco minutos eternos, cuando el efebo pestañeó por primera vez. Se levantó como en cámara lenta, puso unos billetes debajo de la taza y salió por la puerta de la esquina como si estuviera en trance.

-       “Que viejo puto” – repitió el Colo mientras se volvía a llenar la boca con un puñado de maníes.

-       “¿Lo conocías al viejo?” – pregunté.

-       “No, para nada. Ni idea de quién era” – me dijo mientras masticaba.

-       “¿Y entonces?” – retruqué desconcertado.

-       “Es que me hizo acordar a Blatter, el de la FIFA” – me respondió sin darme importancia.

Ya era demasiado para mi. El absurdo que reinaba en la mesa me superaba. Tenía ganas de irme.

-       “¡ GOOOL !! “– gritaron a coro el Ruben, sin acento, y Richard.

Miré al televisor y vi como los jugadores del Athletic Club festejaban su primer gol ante el Barcelona.

-  “Seguro en 10 minutos lo dan vuelta” – pronosticó el Colo, que por lo visto no estaba en su mejor tarde.

Ese día el Barcelona perdió 4 a 0 la primera final de la Supercopa de España.