Digámoslo de entrada, para evitar malas interpretaciones: Donald Trump tiene un despreciable discurso xenófobo, racista y sexista, de características fascistoides, y su elección como 45º presidente de los Estados Unidos encarna la descomposición general de la clase que gobierna a ese país.

No obstante, vale advertir que, si bien contradictoriamente, los 59,5 millones de votos obtenidos por este republicano de 70 años (unos 250 mil MENOS que Hillary Clinton) expresan también el descontento popular ante la administración Obama, en particular, y ante la clase dirigente yanki, en general.

Esa clase ha descargado sistemáticamente la crisis que atraviesa el país –y, por extensión, al mundo– sobre las espaldas del conjunto de los trabajadores, congelando salarios y aumentando la desocupación, sobre todo entre la juventud.

Así, el voto a Trump puede calificarse como un sufragio ‘antisistema’ porque, a pesar de de lo afirmado en el primer párrafo, lo votaron decenas de millones de asalariados, mujeres y varones, negros y latinos; incluidos, según algunos analistas, aquellos que en las primarias votaron a Bernie Sanders  y se negaron a obedecer la orden del líder del ala ‘socialista’ de los demócratas, cuando llamó a votar a Clinton para evitar “el mal mayor”.

Dicho lo cual, posemos la atención momentánea sobre la despavorida reacción ante el triunfo electoral del magnate entre quienes consideran a los demócratas norteamericanos como “de izquierdas” o mínimamente progresistas y convocaron sin pudor alguno a votar –a la distancia– por Hilaria.

Estamos hablando de la progresía culta y bienpensante –incluídos muchos intelectuales– que, sea a través de los medios o de las redes sociales, hoy manifiesta su espanto ante la poco menos que increíble elección cometida por buena parte de la ciudadanía norteamericana, de la que no esperaban semejante desaguisado político electoral.

La misma progresía que llama “fascista” a Trump por su discurso fascistoide, en efecto, pero que no se atreve, ni por asomo, a hacer lo mismo con Obama por sus HECHOS: recordar las invasiones e intervenciones político-militares en Irak, Pakistán, Yemen, Somalia, Libia, Venezuela, Palestina…

Si todavía parece perdurar en su interior esa llamita que la inflamó cuando fue elegido el primer presidente negro. ¡Oh, sanctum sanctorum racial! De hecho, recordemos de paso, fue la misma –sino la sueca– que le otorgó temprana e inopinadamente el Nobel de la Paz…

Pero la elección de Trump ha servido como una especie de catalizador del descontento general ante la clase dominante y gobernante y lo ha disparado a las calles de una manera concreta: con protestas en todo país, sobre todo en las regiones y ciudades más industrializadas, lo cual ha generado alarma entre propios y extraños.

Tanto es así que la propia Clinton, que supo sembrar miedo ante el triunfo de su oponente, ahora reclama al pueblo estadounidense que dé “una oportunidad” a Trump.

Es decir, llama a la desmovilización de aquellos que la votaron, lo cual desarma cualquier oposición a un eventual avance del millonario desde los dichos hasta los hechos, abriendo las puertas a medidas ya declaradamente fascistas por parte de la gestión que se iniciará el 20 de enero próximo. Es que, como cualquiera sabe, los ‘demócratas’ no temen tanto al fascismo como a un pueblo movilizado…

Por éso, sólo esperemos que a Hilaria nadie en su sano juicio le haga caso.