Salir del reproche y la nostalgia

Volver a escribir después de la derrota, volver a pensar sus razones sin caer en dos fáciles tentaciones: el desparramo histérico de culpas (cobijado en un ideal ejercicio del poder sin errores) y el repliegue en la nostalgia de un paraíso perdido, cómodo refugio para arrinconarse ante la adversidad. La actual situación es difícil, el peligro que enfrentamos como comunidad tal vez aconseje señalar y tratar de evitar estos errores.

No son pocos los que al conocerse día a día las despiadadas medidas económicas y políticas del nuevo gobierno, almacenan reproches amargos y severas amonestaciones contra los votantes macristas. Reitero, es fácil caer en esa mirada recriminatoria y soltarle en la cara al vecino quejoso del precio del peceto: “yo te lo avisé”, como prólogo nomás a escarnios diversos. Todo esto es muy comprensible pero nada construye; semejante imputación sólo va a abroquelar a estos sujetos en una posición a la que posiblemente no estén arraigados con profundas convicciones. No es improbable que muchos de esos votantes, entre la maraña de afectos e imprecisas necesidades de algún cambio, recalaran en el voto a un Mauricio Macri, sin tomarse el tiempo de meditar seriamente si esa opción iría a incidir verdaderamente, y en qué forma, en su vida cotidiana. Recordemos en este sentido la declaración del obrero de Cresta Roja baleado en el bautismo de fuego de la represión macrista: “mis hijos y yo lo votamos porque queríamos un cambio, lo vimos bailar en el balcón de la Casa Rosada y nos pusimos contentos; así nos paga…”.

Política y vida cotidiana

Pero si estos desgraciados resultados del famoso cambio son para un importante sector politizado una sencilla obviedad, tenemos que reconocer que un triunfo de la conciencia liberal –dominadora y forjadora por décadas del sentido común argentino- es precisamente deshacer, oscurecer, tergiversar el vínculo existente entre política y vida cotidiana.

¿Se subestimó tal vez el alcance de este profundo y arraigado sentido común en el que inteligentemente abrevó el discurso de un Mauricio Macri que despolitizó su prédica?

Porque hay que decir que más allá de furtivas señales que aquí y allá fue dando, el tronco central de su prédica lo enhebró una retahíla de calculadas frases de buenas intensiones que si tuvieron una característica fue el ocultamiento de la relación entre su política real y la incidencia que iría a tener en la sencilla biografía de los argentinos. Ustedes vean la novela -recomendó en campaña-, no voy a interrumpirla con mensajes en cadena. Conciliador del sueño, vean la novela mientras nosotros gobernamos (y ahora vean en la arrolladora cadena nacional una versión naif de mi vida con la encantadora Antonia, en brazos de la sobriedad elegante de Juliana). Cuánto tiempo perdurará esta soporífera separación entre la política macrista y la vida de todos los días de la gente de a pie, es un asunto complejo en el que intervienen varios elementos (la uniformidad y el monopolio de la información que el gobierno procura no es un punto menor), pero primero tenemos que reconocer que para un vasto sector de la población conectar, ligar, relacionar su vida cotidiana (qué sirve en su mesa, cómo vacaciona, qué mira en la televisión, si su madre logra jubilarse o si refacciona su casa) con decisiones tomadas desde la jefatura del Estado no es un dato evidente. Esa conexión es una ardua construcción política que hay que lograr; no está dada. Una construcción que tiene que desarrollarse ya que contradice la afirmación de sentido común según la cual cada vida -considerada solitaria e individualmente- es responsable de sus logros y fracasos.

Tal conexión entre decisiones políticas y vida cotidiana, entonces, es la que el discurso liberal encubre, adultera; es Alfonso Prat-Gay, explicando que los depósitos del corralito de 2001 desaparecieron por efecto de una “bomba atómica caída sobre el sistema financiero” –no por una determinación de un ministro para resguardar los intereses de la banca privada-; es el diario Clarín titulando “La crisis causó dos muertes” –no la decisión política de un presidente que al reprimir la protesta social asesinó a los manifestantes Kosteki y Santillán. Y en esta lista debemos incluir ahora la nueva jerga eufemística de Cambiemos, por la cual la decisión estatal de quitar subsidios a los sectores medios y populares es una impersonal “readecuación tarifaria”, la determinación de devaluar el peso para favorecer a los exportadores es la aséptica intervención ante “un tipo de cambio atrasado”, el atroz aumento de precios es un natural “sinceramiento de la economía”; la baja del presupuesto educativo, el ajuste y despido de agentes en muchísimas áreas del Estado, su  “modernización”.

La operación, entonces, es presentar las determinaciones de gobierno (que no son otra cosa que decisiones valorativas que, conflictivamente, favorecen o perjudican a ciertos sectores sociales), como acontecimientos “naturales”, impersonales, indiscutibles y neutros, que se toman en esferas kilométricamente alejadas de la vida de cada argentino.

Qué hacer, preguntaba uno

He escuchado a alguien decir (pero cada lector tendrá decenas de experiencias así) que votaría por Mauricio Macri “a ver qué onda”. Por cambiar nomás, porque le disgustaba el tono de Cristina, porque ya fueron muchos años. Podemos indignarnos pero también darnos cuenta que para un importante sector de nuestra comunidad –y tal sector fue decisivo en estas elecciones- el interés por la política es escasísimo, escasez que revela cuán poco cree que es justamente la política la que decide si come peceto en las fiestas, si pasa los veranos más frescos porque compró un aire acondicionado o si los medicamentos que demanda su padre los cubre el PAMI.

De modo que, si se acepta este análisis, es muy poco probable que estos conciudadanos se apasionen en la crítica a “los esbirros de Magnetto”, o rompa lanzas contra Paul Singer o se entusiasme vivamente con la soberanía hidrocarburífera. Y no porque tales temas no determinen la cotidianeidad nacional, sino porque tal vínculo –repito- no es una obviedad, sino justamente aquello que el discurso dominante encubre.

Así que entre las diversas tareas que se presentan para sostener la aspiración de volver, hay una que requiere un enorme grado de paciencia y humildad: dialogar, no con los fanáticos del odio a Cristina, sino con los fortuitos y aleatorios votantes de un tal Macri –que les interesa realmente poco y por el que ni están dispuestos a salir a la vereda- y tratar de demostrarles, con los mejores y amigables argumentos, que si a algunos les ha faltado el vitel toné en estas fiestas, que si pagarán el triple en el próximo vencimiento de la luz, que si un primo perdió su conchabo en el Estado y ahora anda desesperado y pobre, lo mismo que su vecino  que ya no puede sostener las cuotas de su autito porque en la fábrica le dijeron que si quiere conservar el puesto debe conformarse con menos, o que si escuchó la preocupación en la textil del barrio por la entrada de prendas importadas, demostrar –digo- que todo ello no se debe a un fenómeno climático o un evento inexorable y misterioso, sino a decisiones políticas, a tomas de partido de un gobierno que a la hora de repartir, reparte desigualmente las vaquitas y las penas, los beneficios impositivos y las balas de goma.