House of Cards fue la serie con la que una conocida señal de películas y series por steaming encarnó para hacerse con cientos de abonados. Y era buena la carnada. Como una especie de The West Wing del mal, HOC cuenta los recovecos de la intimidad de la vida de la Casa Blanca. Todo lo que en TWW era blanco, puro y bienintencionado en HOC se transforma en opaco, rosquero y perverso.

Se trata en líneas generales de la vida de Francis Underwood (Kevin Spacey) un oscuro animal político parlamentario adoctrinado para juntar los porotos que redundan en leyes. Y de como un personaje de este calibre desembarca en la casa del presidente de los Estados Unidos y empieza a escalar en la tabla jerárquica del poder político.

Sin intención de subrayar el valor de política resulta destacado en la segunda temporada, que se puede ver desde hace unas semanas,  la manera en la que Underwood rescata valores positivos. El asunto es el siguiente: siendo ya vicepresidente descubre que el titular de la Casa Blanca tiene un consejero fiel, quien le va a hacer la vida imposible, y decide pasarlo a valores. Se trata de Raymond Tusk un empresario megamultimillonario.

Tanto Underwood como Tusk son individualistas, cínicos y aideológicos. Raymond no persigue otro norte que no sea el dinero (y el poder) mientras que Frank no tiene otro dios que el poder (y el dinero). Sucede que en esta lucha de archienemigos no hay buenos pero uno se defiende con la guita y el otro con la institucionalidad. El que tiene la guita siempre va a tener la guita en cambio el que representa la institucionalidad avizora un ciclo, con su consecuente final.

De esta manera, y con el sólo fin de sacar del medio a su enemigo, Underwood termina involuntariamente haciendo las cosas bien. Sólo porque le conviene busca convencer al presidente que este tipo no es bueno para el país. Ahí se descubre que el ascético y desinteresado y hasta campechano asesor presidencial usaba la amistad con el presidente sólo como una oportunidad única para intervenir en la macropolítica, a su favor, claro, de su guita.

Sin querer Underwood en HOC termina, desde los fines más innobles, ennobleciendo la polítca, esto es: el ejercicio de la institucionalidad para beneficio de la gente. Claro que esto puede cambiar cuando no le convenga más. Lo que sí nunca le convendrá a Tusk.