Argentina se metió otra vez entre los cuatro mejores de un Mundial, se cumplió el primer objetivo, aunque no el único. No se esperaba menos de Messi, de este equipo, este entrenador y su proceso.

Por fin una selección argentina desenterró el tesoro de Italia 90’, un cofre con los guantes de Goycochea, el tobillo y la magia de Diego, el botín izquierdo de Caniggia, y el bidón de Bilardo. 24 años, una puerta que se cierra, un capítulo que termina de escribirse para empezar otro.

El resultado corona tres años de trabajo basados en la conformación de un equipo enrededor del mejor jugador del mundo, con la base de la selección campeona juvenil de Holanda 2005 –Biglia, Garay, Zabaleta, Gago, Lío y Agüero-, y la conformación de un grupo con algunas apuestas del entrenador, que han dado notables resultados y le dan la razón.

El partido ante Bélgica ratificó que esta selección no era sólo cuatro fantásticos. Tiró por la borda aquello de que no había un equipo detrás de Messi. El triunfo argentino, ya sin Agüero y Di María, se ríe de la zoncera repetida: “No hay plan B”.

El triunfo es también de todos los jugadores y entrenadores que no pudieron lograrlo. De Basile a Pekerman, de Passarella y Bielsa, y de Maradona, claro. De ellos también abrevó Sabella. De cómo armar un grupo, de no jugar siempre igual, de tomar recaudos según el rival, de no creerse campeón antes de jugar, de pregonar la solidaridad y el sacrificio, el orden y ese “ocupar espacios” del que habló en la conferencia de prensa anterior al duelo con Bélgica por más de que se juegue con casi cuatro delanteros.

También es un logro de aquellos jugadores que no pudieron hacerlo. De Batistuta, Redondo y Simeone, porque de esa experiencia aprendieron Higuaín, Biglia y Enzo Pérez. Es de Ortega, Roa y Riquelme, o Cambiasso, Sorín y Crespo el mérito.

Los que tuvieron revancha –Mascherano, Demichelis, Romero, Messi, Di María y otros-, tomaron conciencia al fin de que llevar a la selección nacional a lo más alto, la gloria, no tiene comparación con nada. Y para alcanzar este primer objetivo, tuvieron que dar todo de sí mismo: juego, transpiración, concentración, picardía, esfuerzo, disciplina táctica.

“Yo hago hincapié en la ilusión, eso nos debe motivar también, porque estar acá, haber llegado otra vez después de tanto tiempo a dónde llegamos, nos tiene que dar fuerzas para seguir”, dijo el domingo Javier Mascherano en conferencia de prensa desde Brasil.

Este equipo, la selección nacional argentina, ya piensa en Holanda, más allá del sistema táctico y los nombres que elija el entrenador para neutralizar a Robben, Sneijder y compañía. Ya nos ocuparemos de esas variantes durante la semana. Argentina es consciente de que transita este Mundial con rendimientos que van de menor a mayor, y ahora va por su segundo objetivo, llegar a la final.

El fútbol es eso: el próximo partido. Porque para hablar de Maracanazos, primero hay que pasar por San Pablo. El miércoles, la camiseta pesará 24 kilos menos, los años que pasaron para volver a jugar los partidos de la última semana de un Mundial. Los años que sufrimos, para volver a soñar otra vez en grande.

Posdata para inconformistas: en medio de los abrazos del sábado, mi hijo preguntaba algo que no entendía. Me agaché hasta la altura de sus cuatro años y escuché: Papi, ¿por qué Argentina gana siempre?