I) Me detengo en una de las siemprebuenas columnas de Teodoro Boot en este espacio: El olvidado Aníbal Sampayo, ocasión para entablar un diálogo con él –si me permite- y reflexionar –si puedo- sobre el papel de la música en las expresiones políticas populares. Tal vez hablar de Sampayo (nacido y muerto en Paysandú, en 1926 y en 2007), en estos espacios donde solemos escribir sobre lo que a grandes trazos llamamos política, puede ser un modo de devolverle a la música popular aquella misión tan verdadera que los tiempos neoliberales pretenden arrancarle para degradarla a mero entretenimiento sin patria ni historia; me refiero a su vocación de expresar –con su poética, su rítmica, sus patrones melódicos y armónicos- creaciones genuinas surgidas al correr de las generaciones que habitan una lengua y un territorio particular, con todas las transformaciones que permite el respeto de esa tradición, y que dan por resultado un acervo cultural constituido por trazos singulares que distinguen esas creaciones de las de otras lenguas y otros territorios. De modo que afirmar un eventual olvido de Sampayo tal vez no esté lejos de la interrogación sobre el estado de nuestro acervo cultural o de la dilapidación de nuestro patrimonio. Teodoro se pregunta –y su afán es recobrarlo del abandono-: “¿por qué está tan olvidado Sampayo, el más extraordinario de entre los extraordinarios autores y compositores que dio la República Oriental? Cierta paranoia que de tanto en tanto a uno inevitablemente le aflora puede sugerirle que debe haber razones…”. Si el olvido de Sampayo lo testimonia la ausencia radial o televisiva de sus canciones, el silencio de su nombre en los grandes medios comerciales, acuerdo con Teodoro, pero en la misma desdicha caerían Carlos Di Fulvio, Kelo Palacios o –si uno se descuida- el mismo Atahualpa Yupanqui. Sin embargo, para zafar no de la paranoia pero sí de la melancolía, veo que algunas de las hermosísimas obras de Sampayo son interpretadas hoy por jóvenes y excelentes músicos. Las versiones de “Garzas viajeras” del gran Juan Quintero junto a Luna Monti, de “La cañera” y “Coplitas del pescador” por el dúo Tapeku’a, son valiosas y recientes. Es raro que el extraordinario “Negro” Aguirre no incluya en sus conciertos de piano alguna obra de Sampayo, además de haber grabado en su sello discográfico independiente (“Shagrada Medra”) la obra De antiguo vuelo, de Sampayo, con él en voz, guitarra y arpa, el “Negro” al piano y nada menos que el “Zurdo” Martínez en guitarra y voz. En 2014 Fandermole dedicó su disco Agua dulce a la memoria de Sampayo y la vigencia de su impronta respira en la obra. El otro día escuché una lograda versión de “Río de los pájaros” por el sexteto vocal Cabernet (también está buena la de Ana Prada y Jorge Drexler, pero la de Franco Luciani en armónica y Leonardo Andersen en guitarra me conmovió). No soy un experto ni pretendo una lista exhaustiva; sólo estoy citando producciones bastante actuales de músicos jóvenes de ambas orillas, de modo que –al menos entre aquellos artistas que mantienen una relación de creación y respeto con la tradición cultural regional- Aníbal Sampayo está lejos de ser olvidado. Claro que esto convive con el desdén mediático hacia la mejor tradición musical de nuestro territorio que la oculta a las grandes mayorías, pero nombremos esos actos de verdadera resistencia cultural de esos artistas porque eso existe, es una cuña que impide el olvido, traza y proyecta una identidad musical muy nuestra.

II) Lo que me suele preocupar –y el que lo pone de resalto cada vez que puede es el entrañable maestro Juan Falú- es el lugar que la música fue adquiriendo de manera creciente en los actos políticos. Y no me preocupa ni me refiero a la misión de la música en los actos de la corporación PRO, en los que asume el papel que corresponde al mensaje hueco y vaciado de historia que busca transmitirse en esos eventos, de modo que es conveniente y hasta lógico que se escuchen poéticas livianitas con sonidos desligados de la gran tradición cultural argentina. ¿Qué me va a inquietar que los muchachos de Tan biónica canten “…Estás algo loca y sos tan clásica, dejá que la noche nos proponga más…”, mientras Macri baila ese pop que pudo fabricarse igual en Buenos Aires, en Springfield o en Taiwán? Está bien, allá ellos: no son los encargados de custodiar y enriquecer ningún acervo cultural nacional, así que pueden desconocerlo olímpicamente, sin problemas. Lo que me preocupa es lo que hacemos nosotros, incluyendo en ese pronombre plural a quienes al menos declaramos un interés y un cuidado por los bienes nacionales, sean cursos de agua, industrias o cancioneros. Me aflige que los conciertos que deberían formar parte integrante de la posición que busca plantarse en un acto político, sean pensados con otra lógica -tal vez más marketinera- en la que los músicos “amenicen” (el verbo es horrible) la espera del orador, entretener a los que allí se movilizaron, con poéticas y melodías que no establecen lazo alguno con la gran tradición cultural nacional. Intento explicarme con un par de ejemplos, sabiendo que tal vez vuelen las acusaciones de conservador y de censura. Me parece un hecho sumamente contradictorio que haya podido presentarse un programa político que pregonara la defensa del interés nacional en un mismo escenario con cantos del dúo Pimpinella o Ricardo Montaner, o que en el multitudinario e histórico acto en repudio a la ley del dos por uno se haya escuchado reage, rock o cumbia, pero ni un solo acorde o un verso que aluda, evoque o proyecte la enorme potencia del patrimonio musical de nuestra lengua y nuestro territorio. Me imagino con qué conmoción los cientos de miles de manifestantes podrían haber escuchado en esa aciaga circunstancia, por ejemplo, las estrofas de La flecha –esa honda, esa extraordinaria milonga de Atahualpa: “Llenen mi boca de arena/si quieren callar mi voz/ De nada sirve la pena/La flecha vuela en el aire/para llenarse de sol…” –como esperanzador, en su aliteración, verso de resistencia. Esto implicaría devolverle a la música su poder de confraternidad, no sólo entre los presentes sino con las generaciones pasadas, dejar en claro que esas creaciones hunden sus raíces en la historia nacional, nos definen en el amor por esta tierra y las creaciones de nuestra lengua, no son mercancías salidas de la industria del entretenimiento. Teodoro recomendaba en su nota la “atención que debería prestarse a “Señor de Montiel”, dedicada al notable e igualmente olvidado poeta entrerriano Delio Panizza”. Esa creación de Sampayo no sólo remite a la poesía de Panizza, sino que en él palpitan las lanzas montoneras que sostuvieron la Liga de los Pueblos Libres, la gesta de Artigas, en fin: traza un arco con el pasado que renace cuando la cantamos, nos recuerda que eso fuimos como comunidad, bosqueja también un horizonte. ¿No es llamativo que obras como esta no haya sido habitual escucharlas en nuestros actos? ¿No es preocupante que uno de los nuestros haya tenido la iniciativa de crear el Día Nacional del Músico con el error conceptual consistente en suponer que la historia musical argentina empezó hace cinco minutos? –aquí remito a la excelente refutación de Juan Falú  (http://www.juanfalu.com.ar/carta-a-diego-boris/).  Esta, si se quiere, no sólo es una posición estética, sino profundamente política y creo que se pierde mucho si uno la degrada a las modulaciones personales del gusto (unos prefieren el rock, otros las chacareras). Lo que está en juego no es el respeto por los gustos subjetivos, sino el amparo creativo de las fuentes patrimoniales de nuestra cultura. Es paradójico, es contradictorio que las fuerzas políticas que pregonan una preocupación y un desvelo por el patrimonio nacional, luzcan un indolente desconocimiento de nuestras fuentes culturales y, a la hora de los actos públicos, les dé igual inscribirse en una u otra tradición musical, honrar cualquier símbolo, proyectar cualquier trazo de identidad histórica.