Fui joven en los 90, por lo tanto las prepotentes intervenciones policiales para demostrar su poder las viví de manera muy cercana en mi adolescencia. La violencia desplegada en cada una de ellas, como en los recitales de los Redondos o en los múltiples casos de gatillo fácil, son cosas difíciles de olvidar y nos acompañan a varios millones de argentinos. 

Aquel pasado tenebroso retornó de la peor manera cuando hoy a las 17.45, 3 policías de la bonaerense le pidieron, con la impetuosidad que los caracteriza, que detenga su marcha al colectivero de la línea 178 que une Pompeya con Florencio Varela, a la bajada del Puente Ezequiel Demonty (a la sazón, fusilado por la policía que lo obligó a nadar en el Riachuelo) en Valentín Alsina. Los oficiales subieron e hicieron bajar a 2 trabajadores que volvían a sus hogares. Por supuesto, eran humildes y fueron puestos contra la pared ante la mirada pasiva de los pasajeros. Mirada que naturaliza esta violencia, dado que estas razzias son muy frecuentes al decir de los habituales pasajeros quienes contaban que ayer los habían parado en el mismo horario.

Patricia Bullrich dice que estos operativos tienen aceptación de parte de la población. No es lo que percibí en el 178 cartel b a las 17.45.

La revancha social hacia los trabajadores está en marcha. Pérdida de cientos de miles de puestos de trabajo, destrucción de la economía informal con la virtual eliminación de las changas, servicios impagables, son el complemento de la represión y de la violencia cotidiana y sistemática que se despliega por parte de la policía, incentivados por las voces oficiales. La versión de la Tolerancia Cero en nuestro país es igualmente discriminatoria y humillante para con los trabajadores que la autóctona estadounidense. En octubre este modelo de hambre, represión y exclusión puede profundizarse. Es un peligro para nuestros hijos.