Cada día surge una nueva denuncia. El machismo está siendo acorralado. El atropello de algunos hombres comienza a desmantelarse. El ejercicio del poder masculino, articulado al abuso, es cada día más visible. Un solo testimonio es más que suficiente. No creo en eso de que hay que juntar pruebas. Un hombre que abusa una sola vez, es un abusador. Juntar pruebas es no creer en la voz de esa mujer que anuncia y denuncia su malestar. Las mujeres ya no se quedan calladas, subsumidas a los imperativos varoniles. Las mujeres saben cuándo la mirada del hombre es sexual, cuándo la propuesta es indecente, cuándo no se las valora por lo que son sino por el cuerpo que tienen. En definitiva, las mujeres ya no disimulan la incomodidad, como en otros tiempos. Divulgan lo que les molesta y lo que padecen. Estamos en un  cambio en el paradigma social, en un tiempo tan propicio como complejo. Es el tiempo de la mujer. Es su poder, que estaba atrapado en la olla a presión que gobernaba el hombre, que empieza a salir.

   “Se fueron al carajo, no se bancan ni un piropo”, me dijo un amigo que aún está demasiado cargado de ayeres. El piropo es, también, una construcción del macho. Y, como toda construcción, carga con su ideología. El grito en la calle no es piropo, es violencia. De piropos supuestamente galantes e inofensivos, algunos hombres pasaron al más ordinario grito sexualizante y cosificante. Se saltó de la adoración de la belleza, a la bajeza. De la integridad, al recorte. De la mujer, a su culo y tetas. De mujeres, a minas. Y las minas empezaron a estallar.

   Las palabras, como los actos, tienen efectos. No debemos hacer nada que incomode al otro. ¿Y cómo sabemos qué es lo que incomoda? Ese es el camino que estamos transitando: Pensar juntos. Las adolescentes de las escuelas escrachan a los profesores o directivos que abusan de su poder. Las adolescentes denuncian en las redes sociales a los pares que las acosan y cosifican. Las adolescentes, mujeres de ese mañana que está ahí nomás, muy cerquita, nos están mostrando qué es lo que incomoda, qué es lo que duele, qué hay que modificar. Sí, hombres, debemos deconstruirnos. Desde lo más simple o sutil se fue construyendo el machismo que resultó el germen de las violencias más extremas que vienen padeciendo las mujeres desde que la cultura es la organización que proponen los hombres.  

   No somos iguales, somos diferentes, y eso debería ser una ganancia. El ser humano puede gozar de la posibilidad de lo diverso. En lo diverso crezco. En lo igual, el otro es mi espejo, es más de lo mismo. Urge repensar todas las cuestiones de género, sus diferencias, instaladas y sostenidas para bien o para mal. Debemos ser iguales ante las leyes y ante las posibilidades sociales, económicas y laborales. Que ante un puesto podamos competir todas y todos. Que una gerenta y un gerente tengan sueldos y tareas similares. Que en la diferencia nos reconozcamos para aprender de la variedad. El machismo es agresivo y, como otras formas de fanatismos, necesita destituir lo que escapa de su control.

   Las mujeres no exageran ni están hipersensibles. Como resultó ante la esclavitud u otras formas de dominación, hoy son las mujeres las que están en pie de lucha para que nunca más sean violentadas. Están luchando para sanar lo padecido. Para que se reconozcan sus derechos. Para que se visibilicen sus deseos y para que se tengan en cuenta sus necesidades. No es una guerra entre mujeres y hombres, es el puente hacia un cambio. Y los hombres que no entiendan e insistan en las primitivas formas de mal/tratar a las mujeres, quedarán escrachados. Hoy, más que nunca, poder rima con mujer.