Cuando se dice que alguien no tiene donde caerse muerto, se suele hablar en sentido figurado. Sin embargo, fue esa la situación real de Cayetano Silva cuando el 12 de enero de 1920 emprendió su último viaje, desde la ciudad santafesina de Rosario hasta el lugar donde ahora se encuentre. Dejaba atrás ocho hijos y una viuda, Filomena Santanelli, que demoró varios años en conseguir una pensión.
Hasta aquí podría ser la historia repetida de cientos de miles de criollos pobres, pero este pobre en particular había sido maestro de banda en diversos regimientos militares en Santa Fe, Mendoza y San Juan, fundador de la banda del Cuerpo de Bomberos de Mendoza y director de la banda del Regimiento Nº 7 de Infantería “Coronel Conde”. Contratado por la Sociedad Italiana de Venado Tuerto, fundó en esa ciudad un centro lírico, enseñó música y creó La Rondalla, conjunto de instrumentos de viento que tocan por las calles, con la que actuó en el carnaval de 1900.
Silva no era sólo un eximio violinista y director de bandas y orquestas sino, fundamentalmente, un notable compositor, autor de las marchas “San Genaro”, “Anglo Boers”, “22 de Julio”, “Curupaytí”, “Tuyutí” y de las músicas de las piezas teatrales  “Cédulas de San Juan” y “Canillita”, escritas por su gran amigo Florencio Sánchez y presentadas en Rosario con gran suceso de público.
 El 8 de julio de 1901 compone una marcha que envía y dedica al ministro de Guerra, coronel Pablo Ricchieri. El coronel le responde agradecido, pero pidiéndole que se la dedique a su ciudad natal: San Lorenzo. Si bien la leyenda quiere que el músico la hubiera estrenado con su violín ante su emocionada esposa, su debut oficial tuvo lugar el año siguiente, cuando en la inauguración del monumento al general San Martín en la ciudad de Santa Fe, el propio Silva la ejecutó en presencia del presidente Julio A. Roca y del coronel Ricchieri, quien la declaró Marcha Oficial del Ejército Argentino.
Por entonces, la marcha ya llevaba letra de Carlos Javier Benielli, vecino y amigo de Silva, quien hizo referencia no a la ciudad sino al combate de San Lorenzo. La acometida del centenar de jinetes criollos contra los 250 infantes realistas que habían desembarcado en la costa del Paraná se prolongó por apenas unos minutos, pero el episodio es recordado por ser el bautismo de fuego del Regimiento de Granaderos a Caballo y, no menos importante, por el serio riesgo que corrió la vida de San Martín al quedar aplastado por su cabalgadura. De no ser defendido y rescatado por el soldado (sargento post mortem) Juan Bautista Cabral, la suerte de las Provincias Unidas habría sido muy diferente. Alrededor de este incidente gira la letra de la marcha, volviéndola así un homenaje, más que al combate, al esclavo liberto correntino que, a costa de la suya, salvó la vida del Libertador.
Tenida como una de las cinco mejores partituras militares del mundo, la marcha demoró pocos años en volverse famosa. Fue en 1911, en vida de Silva, cuando el gobierno británico pidió autorización para ejecutarla durante la coronación de Jorge V, y en 1953 para la coronación de Isabel II.
Parte del repertorio de bandas de Brasil, Uruguay y hasta Polonia, a su ritmo se llevan a cabo los cambios de guardia del palacio de Buckingham, excepto durante la guerra de Malvinas, en que su ejecución fue suspendida. Fue también tocada en París cuando las tropas del ejército alemán desfilaron victoriosas bajo el Arco de Triunfo y, como contrapartida, cuando lo hicieron las tropas aliadas tras la liberación de Francia.
Acosado por la pobreza, Silva había malvendido los derechos de su partitura a un inescrupuloso empresario de Buenos Aires. Todo lo que cobró en su vida por su obra maestra fueron 50 pesos. Enfermo y al borde de la indigencia, una profunda depresión precipitó su muerte.
Este hijo de la esclava Natalia Silva había nacido el 7 de agosto 1868 en el Departamento de Maldonado, República Oriental del Uruguay. Al momento de morir tenía apenas 52 años. Integrante de la banda de la Policía en sus últimos años, le fue negada la sepultura en el Panteón Policial por ser de raza negra. Fue entonces sepultado en una tumba sin nombre hasta que 1997 por iniciativa de la Asociación Amigos de la Casa Histórica “Cayetano A. Silva”, los que se supone sus restos fueron trasladados al Cementerio Municipal de Venado Tuerto.
Bendiga el Creador a los Amigos de la Casa Histórica “Cayetano A. Silva” y a los vecinos de Venado Tuerto por haber reparado, en parte, tanta injusticia.

Fte: La verdad verdadera, Editorial Ciccus