Debe ser difícil para uno aprender las cosas de la peor manera. Aprender mientras a uno le insultan a su viejo, mientras insultan a su vieja. Aprender y generar espacios para miles de personas jóvenes que antes no existían (ni los espacios, ni las personas) y todo eso mientras se muere el viejo de uno, mientras insultan al viejo de uno muerto, mientras insultan a tu vieja viuda. Debe ser difícil construir política donde antes no había nada, crear participación donde había indiferencia, y todo eso mientras siguen agrediendo a la gente que uno más quiere, mientras todos los días intentan destruir lo que uno y la gente que uno quiere construyeron jugándose el cuero, y perdiéndolo también. Y debe ser difícil hacer crecer la militancia, en número y en conciencia política mientras el hostigamiento sigue, las descalificaciones aumentan, las mentiras son cada vez más amenazantes, y a uno también lo empiezan a insultar y a atacarlo directamente. Debe ser muy difícil seguir avanzando cuando a uno le insultan al hijo recién nacido y a la madre que es su mujer, y sin dejar un solo día de ultrajar la memoria del viejo, y de denigrar a tu vieja y a tu hermana también.

Debe ser raro descubrir que cuando a uno lo atacan, uno siente alivio porque no están atacando al resto de la familia. Debe haber discusiones profundas con uno mismo para llegar a la conclusión de que esos ataques cobardes y miserables, que esa violencia es parte de la política y que no hay que contestar. Debe haber momentos duros, de horribles dudas, pensando si no será uno el cobarde que no reacciona como dice el Papa Francisco que hay que reaccionar cuando nos insultan a nuestra madre. ¿Cuántas piñas habría pegado el Papa si su madre fuera la presidenta? Deben ser muchas las preguntas para un solo tipo. Preguntarse muchas veces si vale la pena, y responderse que sí vale. Y volver a pensar que es demasiado para soportar, y volver a responderse que no es demasiado porque el objetivo es mucho más grande que uno. Que las metas son enormes y que trascienden las minucias de los dolores privados. Y volver a preguntarse si los dolores privados, si lo que duele, si lo que es propio es un derecho, un derecho que uno no debe resignar por nada en el mundo. Y volver sobre uno mismo a decirse que lo que está en juego es tan grande que los mayores dolores personales son una anécdota. Que el ego es una anécdota.

Debe ser mucha la entrega para poder hablar sin bronca, sin resentimiento, sin poner en la balanza de las pasiones la propia historia de uno. Debe haber mucha noche sin dormir para poder resolver que el lugar que uno eligió para sí mismo trasciende la historia personal y se ubica en la historia de una sociedad. Por eso el protagonista de esta nota se nombra a sí mismo como un Uno y no como un Yo. Máximo Kirchner se dice “uno”, porque solamente siendo uno puede decir que la historia del país está otra vez en discusión, y que los agravios hacia su familia son apenas herramientas sucias de la política más sucia. Esa que esconde sus verdaderos intereses, la que no quiere decir lo que nos prepara y que prefiere insultar y mentir. Por eso Máximo Kirchner aprendió mejor que los demás a descifrar lo que ocurre mientras nosotros nos dedicamos a responder los insultos que él sabe leer como mensajes más o menos cifrados. Por eso la entereza de sus argumentos y la honestidad de cualquier cosa que diga. Porque aprendió a hacer y a entender la política sin ninguna de las comodidades intelectuales de las que disfrutamos el resto, todos los que no somos atacados a diario con agravios y acusaciones de la especie más baja. Este aprendizaje y esta experiencia no debe recomendarse a nadie, pero hay que admitir que dio el mejor de los frutos de esta generación de políticos y militantes. (Conceptos que con ellos ya no pueden estar divididos.) Máximo Kirchner acumuló en los años que tiene de vida –y sobre todo en estos años sublevados- una energía y una claridad ideológica, política y estratégica excepcionales. Y también reunió fuerzas terrestres de a miles, hombres, mujeres, pibes y pibas organizados detrás de una misma manera de ver el mundo. Su excepcionalidad lo convirtió en un líder raro. Uno que no se ve, sino que se desea ver. Uno que no se escucha, sino que se desea escuchar. Uno que no se ofrece para ocupar un puesto, sino que se le pide que lo ocupe. Uno. Ese que no dice Yo para poder ser parte de una criatura colectiva que está condenada a seguir avanzando con él como cabeza. Sus detractores no saben más que injuriarlo, ofenderlo, insultarlo. En definitiva: lo niegan como cualquiera de nosotros a veces negamos el problema que más lejos estamos de resolver. Y es que Máximo Kirchner es el problema más serio que tienen. Porque saben que hay algo naturalmente inexorable en su voluntad política y algo inexpugnable en su entereza. Y saben que en los miles que entendemos y sentimos esto hay también una convicción que él encarna. Lo atacan porque saben que Máximo es Kirchner. Lo atacan porque saben que no hay dos sin tres.