¿Los adolescentes creyeron que los policías, que estaban de civil, es decir sin el uniforme reglamentario de la fuerza, eran ladrones? ¿Y los policías juzgaron que los adolescentes eran pibes chorros porque vestían ropa deportiva, gorras y tenían la piel morena? Los prejuicios y los odios son el inicio de toda violencia, incluso la del gatillo fácil. Todo se ve según el cristal con que se mira.

   Al mejor estilo Cesare Lombroso, el criminólogo italiano que a mediados del siglo XIX se valió de rasgos físicos y biológicos, pero por sobre todo ordenó sus estudios científicos acorde a sus ideologías para explicar e imponer la personalidad típica de los criminales, esas ideas siguen influenciando a quienes deben impartir las leyes y el orden social, pero también a una gran parte de las sociedad que pide pena de muerte o sigue cruzándose de vereda cuando podría toparse con seres “marcados” como peligrosos.

   Pero lo más peligroso que nos está sucediendo tiene que ver con la resolución de los conflictos por la vía de la violencia, violencia que tiene su punto de partida en ideologías que ya son el dedo en el gatillo. Se apunta y se dispara desde la discriminación. Hay muchas formas de ejercer la violencia, pero todas tienen en común la construcción del otro, de la otra, como lo detestable, lo inferior, como lo enemigo que no merece existir.

   Ya sea Eric Garden o George Floyd en Estados Unidos, asesinados por estrangulamiento en manos de la brutalidad policial, por ser negros, por ser pobres, por ser todo eso que se construye previamente desde el racismo y la discriminación para ejercer la violencia, o Lucas González, recientemente asesinado en Buenos Aires, que con su asesinato engrosa una larga lista de jóvenes victimas del gatillo fácil, el mundo en el que vivimos, en el que nos matan o morimos, se estructura desde ideologías que son la levadura de toda violencia.

   La solución final no son las balas ni más cárceles, es el desarme de esas ideologías del odio, es la educación, es enseñar y aprender que lo distinto, lo diverso, es lo que nos nutre y lo que amplía nuestro horizonte. No se trata de un lado contra el otro, pero esos binarismos siguen haciendo estragos en la comunidad. Hay que ejercer la justicia social, pero también practicar la paciencia y trabajar con las niñeces que están creciendo en un mundo pandémico y violento, en el que se les trasmite no el amor y la cooperación sino el sálvese quien pueda.

   Queda mucho por investigar, todo es muy reciente. Pero hay otro pibe asesinado. Se llamaba Lucas González. Era jugador de fútbol de Barracas Central. El gatillo fácil detuvo su posibilidad de vivir, de jugar, de crecer. La familia y los amigos están destrozados. Que su muerte no sea en vano, los padres donaron sus órganos, su corazón latirá en otro cuerpo y su memoria en una sociedad que de una vez por todas tiene que aprender a vivir en paz.