No es sólo el rugby, es el machismo y la falsa masculinidad. No es sólo el deporte violento, es la manifestación de la violencia como símbolo atroz del ser hombre. Ganar a los golpes. Controlar con la fuerza física. Lastimar. Matar. Emblemas de la lógica del patriarcado que debemos erradicar entre todos y todas. Sin embargo, así como un pedófilo suele estudiar alguna profesión acorde para entrar en contacto con chicas y chicos, los violentos encuentran en ciertos deportes su festín, su modo válido para descargar la violencia. El rugby prepara cuerpos fuertes para el impacto con el rival, y cohesión grupal; cuestiones que mal utilizadas y por fuera del campo del deporte desencadenan lo que sucedió en Villa Gesell. No es la primera vez que algunos rugbiers son noticia porque utilizan la violencia asociada para intimidar a los otros. 

   En la etapa adolescente, la formación es fundamental, y si bien los asesinos deben pagar por el acto criminal cometido, paralelamente debemos indagar en los resortes de la violencia y en los formadores (o deformadores) adultos que están detrás de los victimarios. Así como ningún pibe nace chorro, tampoco esos adolescentes nacieron asesinos, pero sí encontraron en el deporte y en la unión con los pares un modo de operar y una identidad que desencadenaron la barbarie. Fernando Báez Sosa está tirado, no tiene reacción, pero ese estado de indefensión lejos de ser un freno para detener la violencia, opera como estímulo para seguir. El indefenso está sufriendo en el piso y siguen las patadas hasta la mortalidad. Pulsión de muerte desenfrenada. No hay emoción violenta. No hay riña. Es la más pura perversión individual y grupal. El otro caído no es uno de ellos, es un rival, es un enemigo al que hay que liquidar. No hay represión ni lástima, hay alevosía, hay goce con el dolor que se le sigue causando al sufriente, incluso ante la mirada de un público que no sabe bien qué hacer. El montaje es, sin lugar a dudas, bien perverso.

   Los que trabajamos con adolescentes sabemos que los síntomas no vienen de la nada y que la transgresión es un modo propio y esperable de esa etapa de transición. Las y los adolescentes transgreden para poner a prueba a los adultos y para ponerse a prueba a sí mismos. Buscan conocerse y conocer a los adultos y la sociedad en la que empiezan a integrarse. Naturalmente, mientras ensayan y estructuran su personalidad, realizan actos por fuera de la ley familiar y social, y es entonces cuando debe operar la intervención adulta que ponga palabras, límites y, si es necesario, sanciones. Las transgresiones no acotadas van creciendo en intensidad. Estos rugbiers no fueron violentos porque sí, algo venía fallando desde antes, y allí, detrás, están los adultos que no supieron intervenir a tiempo. Lamentablemente es tarde para Fernando que ya fue asesinado. Mientras tanto debemos seguir sanando a esta sociedad enferma que cada día suma una nueva víctima.