Escribió el implacable Roberto Arlt que en este país hay que pegar “un cross a la mandíbula” todos los días para no ser olvidado. Daniel   

arribó al planeta con un don. No en Hoboken -vecino a New York- sino en Mendoza. Pero sus baldosas fueron éstas, las de Buenos Aires. Callejeábamos. Yo antes había entablado amistad con él a través de su canto, cuando deambulaba por América y aquí no era nombrado. Lo oí en un disco de 78.  Escucharlo daba placer, cantaba con un feeling similar a Tony Bennett, al que ensalzaría. Y respiraba de un modo tan original que el notable showman Sammy Davis jr. le preguntó en Puerto Rico cómo hacía. ¡Davis, el compadre de Sinatra y Dean Martin! Me lo contó el gran contrabajista y arreglador Jorge López Ruiz (tocó y vivió años en New York), que acompañó mucho a quien describo y fue por su intermedio que nos conocimos en un bar de Buenos Aires. Desde la primera charla lo intuí insatisfecho con su suerte. Anhelaba tener éxito aquí. Era alguien intransferible: como no sabía cantar mal, asombraba incluso cantando por la calle.

  Fue en los gloriosos ´60, cuando (a pesar de vivir siete de diez años en dictadura), variaron las costumbres sociales, sexuales y el devenir político. Surgió la real mujer emancipada, aunque las de hoy, con su mayor libertad y su teléfono, rían al leerlo. Se leían libros y revistas culturales, lo que ahora está vedado pues no pueden competir con las plataformas visuales. La seducción de la mirada y la ropa femenina, un lenguaje sugerente, la leve revelación corporal (salvo en la playa) eran parte del juego amoroso, hundido en el presente por subir en las redes, frente al ojo público, todos los detalles (incluso la ruptura) de una pasión. Se perdió intimidad, esencial en la canción, pues aunque en el bolero los sentimientos están a flor de piel, se expresan con un pudor que el planeta globalizado y la sociedad sin alma, desterraron.

 Palmo a palmo, gira tras gira, país por país de América Latina, fue ganando las almas. Y con “Vete de mí”, de los hermanos Expósito, donde el hombre deja a la mujer, triunfó en México. Al saberse que lo admiraba el rey del bolero desde hacía ya décadas, Pedro Vargas, que lo haría su compadre, México le abrió sus puertas. Para siempre. Siempre la presencia física de un artista le agrega a su actuación un plus. Allí era magistral, casi único. Alguien que no tuvo la suerte de disfrutarlo en escena difícilmente podrá comprender su memorable ligazón con quienes le veían cantar. Los discos y la tevé lo reflejan sólo en parte, pálidamente. Su dominio del crescendo dentro de un espectáculo sólo es comparable al que han tenido Aznavour, Paul Anka, Yves Montand o Sandro. Además, utilizaba todos los tonos, y de una manera inusual. Su autoironía de disseur memoraba a Ella Fitzgerald al inventar malabarismos en los bajos; o subdividía los compases como el pianista de jazz Bill Evans. Asombraba en los shows pues no utilizaba sólo el oficio: como real grande, daba todo.

  Bolerista, se atrevía con el jazz y grabó incluso tangos: lo llamó el gato Astor Piazzolla para hacer un increíble “Garúa” (de Cadícamo y Troilo); ya había grabado antes en México “Cuando tú no estás”, de Gardel, en tono melódico. En 1973 mi amigo Homero Expósito (quien introdujo la poesía surrealista en el tango) afirmó que podía escribirse algún tango diferente, “a la manera” de H. Ferrer pero con “cancionística”, cuya visible falta sólo Piazzolla sorteaba. Y con su no menos talentoso hermano Virgilio compusieron un último tema, “Chau, no va más”, palabras de un hombre maduro (con las cuales puede identificarse cualquier tipo con calle) que termina su relación con una joven y la alienta a seguir buscando la dicha. Plasmado con gran belleza. Sin la mujer traidora que otros critican sólo en el tango.

Si bien el gigante Homero pensaba que la mayoría de los cantores no realzaban el significado de sus letras, la confió al Polaco Goyeneche. Éste urdió una creación inolvidable. Sin obtener el suceso esperado.

  Selectivo, Daniel elegía buenos temas, músicos, arreglos. Sin dudar lo grabó en México. Allí gustó. Muy tarde, en un boliche de Mar del Plata le pedí al Polaco cantarlo; él no recordaba la letra pero soltó un admirativo: “¡Por Dios, qué tema!”. Cuando llegó esa grabación de México, Homero me la pasó. Aún adaptado, “Chao” le agradaba. Al arribar a la línea final, Daniel va del grave al rango bajo para valorar lo cardinal del tema (“La vida está en flor”), y lo cierra en tono alto. Dije: “El toque del genio”. Homero asintió. Daniel disfrutó algunos días de gloria, ganó un Festival importante, era asiduo visitante en la televisión, grababa discos, aunque en un teatro de la calle RíoBamba había sólo ocho filas de público. Como Eirenea, podría haber dicho: “¡Qué alto me ven para odiarme tanto!”. También hubo diez filas en 1979 cuando, no siendo muy conocido, vino Tony Bennett,  ¿Daniel, vanidoso? Tal vez. Sabía que era bueno y a veces lo decía, igual que en otra época en EE.UU el insuperable Al Jolson. No mentía, al mal cantor se lo lanzaba en la cara. Pasamos años sin vernos. Él viajaba mucho. Por eso, una noche le recité a Machado: “Caminante, haces camino al andar”. Respondió: “¡No sabes cuánto!”. Y ahí me contó sus andanzas juveniles por Chile o cuando jugó al fútbol profesional.

  En sus primeros discos ya se vislumbra al cantante distinto; pero en los últimos cada línea la entona con un vital, entrañable sentimiento.

Aquel año nos cruzamos, yo estaba con una amiga: “Tus discos son cada vez mejores”, lo elogié aunque rechazo ser adulador. “Eso creo –admitió- pero no sé la razón”. “Yo sí. Maduraste. Guitarreando en su camarín, Edmundo Rivero me confió que un cantor debe pasar los 40 años para ser bueno: tiene que haber sufrido”. Él bebió, se quedó pensativo. “Éste es un romántico”, -le susurré sonriendo a mi amiga- Por eso valora al tango”. Ella inquirió qué tenían en común el tango y el romanticismo. Volví a Rivero y narré lo que escribí en una nota. En un bar puso dos dedos sobre la mesa, tarareó el ritmo de la pareja bailando el 2 x 4 y señaló: “La gente se pregunta por qué es un baile que arrasa en todo el mundo. Mirá: es el paso de dos enamorados en la noche”. “¡Qué hermosa definición! -cedió mi amiga- Pero aquí no arrasa”. “Tiempo al tiempo”, predijo Daniel mientras en las calles el rock foráneo y el nacional, pagados por ávidos productores, invadían las mentes juveniles y posponían ilusos el éxito de tangos y boleros.

  Por ello, hubo años muy duros; él no transigía con nadie. Se ganó enemigos. Recuerdo mi discusión con un talentoso músico autor de un tema que Daniel convirtió en suceso, que lo menoscababa, ignoro por qué razón. En un restaurant de Juan B. Justo y Nazca sufrió algo injusto, que padeció también Hugo del Carril estando yo presente: la gente hablaba sin escucharlo. Opuestamente, memoro aquel recital en el museo Fernandez Blanco. ¡Cuántas ovaciones! Interminables. Y qué abrazo. “Si muero esta noche –sonreía- puedo jurar que viví”. Si bien Daniel no era alto, tenía un rostro atractivo para las mujeres. “Mi mujer -confesó- me quiere mucho y no me indica cómo vivir”.

Grabó “De hombre a hombre”, donde cuenta a un amigo, con culpa,  aventuras con mujeres nacidas al calor de la unión emotiva al cantar. ¿Ficción? ¿Verdad? No sé. Y su soberbia versión de “A mi manera”.

  El tiempo nos hace creer que duraremos siempre. “Buenas noches, dolor”, cantaba: “Esperaba que volvieras”. De este país que a veces expulsa, regresó a México; pero ansiaba vivir y triunfar aquí, hasta el punto de que a su grabación del bolero “Volver, volver, volver” le agregó un par de estrofas del insuperable tango “Volver” de Gardel. Y en México, donde fue valorado por años (igual que en otros países de América) terminó la función. ¿Lo acosaba “esa tristeza sutil que aqueja a quienes rondan los sesenta”, como definió el gran cineasta Federico Fellini? Quizás, porque los rondaba: tenía apenas 59 años.

  Por designio del destino él, que deambulara tanto, partió con sus afectos cerca: en México residían su mujer y sus cinco hijos. Más tarde, su hija se contactó conmigo. Chico Novarro, compositor de alcance mundial, asegura que fue el mejor. Nuestro Frank Sinatra, me acotó una dama hace largos años. ¿Podremos recuperar aquel tiempo exaltado? Con los amigos uno ahoga su ternura o la moja cruzando copas. “Abrigando sueños”, como sugeriste charlando y riendo en el café Tortoni, te escuchamos Daniel Riolobos. Salud.

Daniel Riolobos falleció en junio de 1992, y la primera versión de esta nota se publicó en esa fecha, un cuarto de siglo atrás. Si desea escucharlo o quiere verlo, búsquelo en Youtube. No se arrepentirá. Él acertó: en este siglo XXI cientos de jóvenes de ambos sexos son excelentes músicos de tango, como la orquesta “El arranque”, etc.