Vamos a disipar con la brevedad a que obliga una conferencia, una leyenda que coarta muchos esfuerzos y somete de antemano con un falso sentido de equidad a muchos ánimos enérgicos y honrados. Esa leyenda es la de los capitales ingleses invertidos en la Argentina.

Económica y financieramente, la República Argentina es un país capitalista. El capitalismo es un sistema distribuitivo y nominativo que ofrece algunas ventajas y algunos inconvenientes. Puede afirmarse que en la República Argentina no existe el régimen capitalista sino en cuanto el régimen capitalista beneficia los intereses de la Gran Bretaña. A nadie se le ocurrirá hablar de los capitales invertidos en las estancias argentinas y de la imperiosa necesidad de defenderlos. Ni de los capitales invertidos por un chacarero o por un pequeño comnerciante argentino. En la Argentina no hay más capitales genuinos que los capitales británicos. Ahora bien, el capital no es más que energía humana acumulada y dirigida. Los capitales británicos son el resultado de la capitalización a favor de la Gran Bretaña de la energía y de la laboriosidad de los ciudadanos argentinos y de la riqueza natural del suelo que habitan.

Antes de analizar aunque sea someramente el origen y formación de los capitales ferroviarios ingleses, voy a trazar un ejemplo que facilite la comprensión de Uds. Voy a utilizar para ello uno de los poquísinos capitales argentinos, el capital de Y. P. F.

Y.P.F. tiene actualmente un capital de 350 millones de pesos. ¿De dónde salió ese capital? ¿Fueron aportes del Gobierno Nacional? ¿Fue el producto de suscripciones de acciones levantadas en el país o en el extranjero? No, señores. Ese capital salió de los mismos pozos de petróleo. Fue el producto de connubio de la riqueza petrolífera del

subsuelo argentino y del trabajo de sus ciudadanos. El único aporte recibido del Gobiemo Nacional fueron en total ocho millones de pesos. Exactamente, 8.655.240 pesos papel.

Supongamos que en lugar de explotar por su propia cuenta, el Gobierno hubiera cedido la explotación a una empresa extranjera en las mismas condiciones de liberalidad en que concedió las explotaciones ferroviarias, es decir, inhibiéndose a sí mismo de toda fiscalización en la contabilidad interna de las empresas.

La empresa concesionaria hubiera invertido, cuando mucho, esos mismos ocho millones de pesos en las instalaciones originarias. Del producto de la explotación anual hubiera obtenido una suma suficiente para repartir un buen interés al capital primitivo y un cuantioso sobrante que se hubiera depositado en los bancos de Londres y que se hubiera disimulado en los libros –si hubiera sido preciso disimularlo– abultando los gastos e inscribiendo ventas fraguadas a bajo precio. Poco después, la empresa hubiera emitido nuevas series de acciones para intensificar la producción y mejorar sus servicios, que los accionistas hubieran suscrito con esos mismos fondos remanentes depositados a la orden de la empresa. En una palabra, se hubiera regalado a los accionistas cantidades proporcionales de nuevas acciones u obligaciones y el dinero que salió de aquí, aquí hubiera vuelto como capital inglés o norteamericano invertido en la Argentina, y actualmente se nos diría que la explotación del petróleo sólo fue posible merced a la  liberalidad, a la magnanimidad y a la confianza que depositaron en nosotros los capitalistas que invirtieron 350 millones confiados en nuestro porvenir.

Y. P. F. capitaliza anualmente entre reservas ordinarias y extraordinarias, fondos de previsión y seguros y ganancias netas alrededor de 30 millones de pesos, que utiliza, generalmente, en ampliar su flota, en mejorar y aumentar sus plantas de destilación, y en extender sus agencias de venta y comercialización . ¿Cuánto hubiera capitalizado anualmente de ser empresa inglesa o norteamericana? Imposible calcularlo porque no debemos olvidar que la tendencia de Y.P. F . fue el abaratamento de los combustibles. La nafta que llegó a costar 0,36 el litro se vende boy libre de impuestos a la mitad, a 0,18 el litro.

Esa desastrosa operación que pudo pasar con nuestro petróleo y que quizá pase –porque no está lejano el día en que alejada la Standard Oil, junto con los otros capitales norteamericanos, Y.P.F. caiga bajo el contralor absoluto de la Shell Mex–, es lo que ha pasado con los ferrocarriles ingleses. No se piense que la industria petrolífera es más fructífera que la industria ferroviaria. Al contrario. En la explotación petrolífera hay mucho de aleatorio, muchos quebrantos, muchos pozos inútiles, mucho dinero tirado en exploraciones. En el ferrocarril se anda sobre seguro, porque la productividad de una zona se estudia a conciencia con anterioridad.