La muchachada alegre del diario La Nación, “los revolucionarios mitristas”,  nos quieren hacer creer que se han opuesto al kirchnerismo porque fue una fantochada, un artificio verbal, una revolución apócrifa, y su función ha sido desenmascarar esa impostura ante “la gente” (¿por qué no ante “el pueblo”, en su nueva versión revolucionaria?). Si no fuera que lo hacen desde el diario más conservador y reaccionario del país; que apoyó todos los golpes de estado; que estuvo en la vereda de enfrente de todos los gobiernos populares; que fue socio (Papel Prensa) y propagandista del terrorismo de estado; que aboga permanentemente por la liberación de los inspiradores y ejecutores de la mayor tragedia argentina, y cuyo fundador, Bartolomé Mitre, fue un genocida que exterminó dos tercios de la población paraguaya en la infame guerra de la Triple Alianza. Envuelto en la bandera de la libre empresa fueron beneficiarios del monopolio de la fabricación de papel para diario; sostenedores del “periodismo independiente” le plantearon un ultimátum al por entonces posible presidente Néstor Kirchner bajo amenaza que de no cumplirlo no duraría un año, y entre cuyas exigencias  figuraba la de no seguir los juicios por la violación a los derechos humanos; que bajo la bandera de la independencia del  Poder Judicial  hace más de 10 años son beneficiarios de una cautelar que los ha salvado de abonar más de trescientos millones de pesos; y que en nombre de la diafanidad, la presunta propietaria de la Tribuna de Doctrina es una empresa llamada Barton Corp, con sede en un paraíso fiscal como la isla Gran Caimán.

Alguien podrá alegar que un trabajador de La Nación, un periodista raso,  no es responsable de la historia de su empleador, lo cual es cierto; pero esto  no corre para  sus directores, accionistas y gerentes, periodistas estrellas y columnistas permanentes. Desde Claudio Escribano a Joaquín Morales Solá, desde Jorge Fernández Díaz a Carlos Pagni, desde Enrique Valiente Noailles a Jorge Oviedo,  desde Pablo Sirvén a Carlos M. Reymundo Roberts,  para  mencionar sólo algunos, que son transmisores y traductores en el presente de una historia infame de 145 años. Cuando uno se afilia a un partido, se hace cargo de toda su historia, sin beneficio de inventario. Cuando se hace socio o hincha de un club de fútbol, por ejemplo un hincha de River, no puede decir que su paso por la B no le incumbe porque entonces no era socio o hincha. De manera que cuando  los columnistas estrellas del diario fundado por el inspirador de la historia oficial, corren hipócritamente por izquierda a gobiernos populares,  bañándose en agua bendita, mientras se visten ( se disfrazan) de republicanos, dan lecciones de moral, enarbolan la transparencia, está claro que es un relato fraudulento y febril.

El licenciado en filosofía Enrique Valiente Noailles describió el cambio de gobierno: “Por eso, a partir de ayer, para nuestra democracia sucede como si hubiera ingresado en un nuevo milenio, que deja atrás el oscurantismo medieval, las cruzadas con que se ha combatido a los infieles, las pretensiones monárquicas, la torpeza de concebirse como el punto de llegada de la historia. El día de ayer pareció inaugurar también la división entre dos usos de la palabra: supuso el fin de la retórica vacía en pos de una mayor sinceridad. Supuso el fin de la ideología como corset dentro del cual se obliga a entrar a los hechos, en pos de su pragmático reconocimiento.”

Jorge Fernández Díaz que todos los domingos se refería a Cristina Fernández como la “patrona de Olivos” escribía ya por agosto del 2013: “A nadie puede extrañar, a estas alturas, que un movimiento de origen feudal tenga aversión por la libertad de prensa. Tampoco que una revolución verbal ponga tanto énfasis en dominar las palabras.”

Joaquín Morales Solá escribió en estos días: “Lo que se vio ayer en la capital de la Argentina fue el reverso de una moneda gastada durante más de una década.  Un presidente que prefirió la síntesis, que es de agradecer después de tanto palabrerío inútil, para mencionar los problemas concretos del país sin echarle la culpa a nadie y sin insultar a nadie. Una familia normal que accede al poder tras una década en la que marido y esposa disputaban el poder y los hijos eran empujados hacia la lucha política. Un presidente que saludó como corresponde a las delegaciones extranjeras y no hizo excepción de trato con nadie, aun cuando se sabe que entre esos dignatarios había algunos más cercanos a él que otros. Lo extraño, en fin, fue la normalidad.  Una normalidad saludada por una multitud inesperada…… El Presidente usó un tono moderado y palabras suaves, comparadas sobre todo con su antecesora, para anunciar un terremoto político: que todo cambiará…… Ha concluido una era, cargada de perseguidos políticos, de divisiones sociales y de privilegios inmerecidos….. A Macri le queda una carta importante por jugar todavía: difundir el balance del país que recibió.”

Está claro que  la alegre muchachada de La Nación se cree protagonista de la resistencia a una brutal dictadura, “cargada de perseguidos políticos” y que el nuevo gobierno “deja atrás el oscurantismo medieval”.

Esto está en línea con el discurso que baja Mauricio Macri, que en reiteradas oportunidades, una de las cuales fue el encuentro con doce intelectuales, afirmó según La Nación: “ Estoy contento, siento que hemos hecho una gran parte de lo que habíamos comprometido en la campaña, que tiene que ver con empezar a liberar a la Argentina para que pueda volver a crecer”

Jorge Fernández Díaz se desorienta y piensa que La Nación es el diario del Frente de Izquierda porque escribe bajo el título“La revolución teatral pasa a la resistencia”: “El problema de inventarse una revolución, actuando como un caballo de Troya dentro de la democracia, es que un día la gente se harta y, simplemente, cambia de canal. Entonces resulta que de repente el castillo no era de piedra, sino de naipes. Aunque nefasto para las sociedades civiles y dramático para los viejos populistas, el desalojo brusco e ilegal del poder que se producía en la siniestra era del partido militar les permitía a los desalojados practicar la victimización heroica y, sobre todo, el consuelo de haber representado hasta el último minuto la voluntad popular. Estos neopopulismos posmodernos deben, en cambio, retirarse derrotados por esa misma voluntad, y no saben cómo relatar la salida por tirante. El pueblo es el rey. Y ese rey caprichoso los pasó a degüello. ¿Cómo encajar en el relato tremenda traición y semejante hecatombe?” Fernández Díaz omite virginalmente que el medio del que es estrella es el que solicitaba, en compañía de otros, que los militares intervinieran y luego de apoyarlos, silenciaba sus fechorías.

El kirchnerismo no fue una revolución y nunca tuvo el desparpajo de asumirse como tal. El kirchnerismo, el peronismo, en un país semicolonial como caracterización política y subdesarrollado en su conceptualización económica, fueron los intentos más sólidos de un desarrollo capitalista con distribución de ingresos hacia los sectores populares y ampliación de derechos, política exterior independiente,  que paradojalmente lo enfrentó ferozmente con quienes debieran consumar una revolución burguesa y en su ceguera fruto de una educación colonial y alienación social los enfrentaron, derrocando a uno con los tanques y aviones y al otro desplazaron con los votos. En ningún caso fue una revolución por fuera del sistema ni por dentro, sino una transformación tan profunda que divide a la historia argentina en un antes y un después.

En la existencia de dos modelos que se remonta a los orígenes y a la imposibilidad del predominio definitivo de uno sobre otro, es lo que ahora se refleja dramáticamente en cada elección.

LOS “REVOLUCIONARIOS” MITRISTAS

La Nación se arrodilló  ante todas las dictaduras cívico-militares; fue tenaz opositora de un gobierno democrático que al afectar los intereses que representa el medio, lo llevó a éste y a sus periodistas estrellas a inventarse una historia heroica para impedir la presunta “venezuelización” del país, dando por descontado que Venezuela, más que un país, es un adjetivo descalificativo.

Apostaron a Mauricio Macri al que hoy lo ven como un súper héroe que rescató al país de un destino tenebroso, por los que los anteriores críticos mordaces y persistentes  han sufrido una metamorfosis que los convierte en panegiristas entusiastas. Como escribiera Carlos Pagni el 11 de noviembre, aquel que aprendió mucho en la mesa de dinero que era el diario Ambito Financiero cuando era empleado de Julio Ramos: “Mauricio Macri asumió ayer la presidencia sin anunciar, como ha sido la costumbre, el amanecer de una nueva era. Se conformó con prometer un nuevo estilo. Esa propuesta contrasta con el modo en que los Kirchner, Cristina sobre todo, ejercieron el poder…….Sería incorrecto pensar que es un experimento ideado por un nuevo líder. Es la sociedad argentina la que está experimentando. Al cabo de un ciclo en el que el poder fue concebido como una hegemonía redentorista, capaz de absolver las miserias del presente en una utopía que está siempre por llegar, el país parece haber optado por la eficiencia tecnocrática. Puso el gobierno en manos de un partido nuevo, que es el eje de una coalición en construcción. Y reemplazó a una heroína bastante sobreactuada por un ingeniero retraído frente a la muchedumbre, que no sube al trono entonando un cantar de gesta, ni radica su propuesta en una genealogía. Éste fue el mayor contraste entre las palabras de Macri y las interminables arengas de su predecesora: quedó suspendida la obsesión retrospectiva. Después de una larga década en la que el poder manipuló el pasado para dominar el presente, el nuevo mandatario inició su período con un discurso sin referencias a la historia. Su mensaje careció de Rosas o Perones; tampoco tuvo un Néstor; ni siquiera un Alfonsín que cobije a los socios radicales. El único homenaje fue a Frondizi, un precursor cuyo ecumenismo está facilitado por carecer de descendencia.”

Pero persiste el temor que el fracaso de CAMBIEMOS produzca el fenómeno bíblico de la resurrección del kirchnerismo. Asi lo advierte Morales Solá: “Macri no tiene derecho a terminar mal sin que el país corra el riesgo de volver a la receta autoritaria del populismo”. Y para evitarlo, el periodista José Antonio Díaz de la editorial Perfil, hermanito menor y a veces bobo de La Nación y Clarín escribió en la revista Noticias del 19 de diciembre:  “Está en marcha el parto para blindar la gobernabilidad del nuevo gobierno. Y para que CFK no vuelva nunca más.”

El empresario periodístico Luis Majul, de un periodismo militante a favor de Mauricio Macri, al punto de compararlo con Nelson Mandela, columnista de los días jueves del diario mitrista, acaba de publicar un libro con el título de “El final: de la locura a la normalidad”

La nueva aurora es anunciada en la escritura de Fernández Díaz: “Octavio Paz, intelectual que debió convivir con un partido único que calificaba como "un sistema hegemónico de dominación", siempre decía que "las personas más peligrosas son aquellas en cuyas venas ha sido inyectado el veneno del miedo, del miedo al cambio".

El columnista Héctor M Guyot describe su percepción del pasado reciente, del luminoso presente y del prometedor  futuro inmediato en La Nación del 26 de diciembre: “Gobernaron con el revólver sobre la mesa, violando reglas y principios para aplastar sin piedad a sus enemigos, pero ahora, sin el bastón de mando, le exigen al nuevo gobierno los modales de una democracia suiza. Lo que menos le importó al kirchnerismo en el poder fue la ley……. Pero no sólo los kirchneristas son un problema para el nuevo gobierno. En casi todos los frentes, Macri enfrenta intereses sectoriales acostumbrados a negociar con el poder la conservación de sus privilegios. Hemos sido el país del sálvese quien pueda. Aquí el que cede pierde y perece. Nadie mira para el costado. A fin de cuentas, el kirchnerismo no inventó nada. Sólo supo sacar ventaja de las zonas más oscuras de nuestra idiosincrasia mientras eclipsaba los aspectos más luminosos, que quizá aún estemos a tiempo de recuperar. En las dos semanas que lleva en el poder, el gobierno de Cambiemos ha demostrado que tiene la misma capacidad de trabajo que el que lo precedió. Pero la despliega, al menos hasta ahora, y para bien del país, con otro signo muy distinto.”

Juan Bautista Alberdi, parece haber escrito en el siglo XIX esta frase pensando en los columnistas de La Nación: “Esta prensa cree que un adjetivo es un argumento y que un ultraje es una razón”

Los partisanos del poder económico fabrican un relato de defensores de la libertad. Es tan burdo, que como ficción resulta insostenible y como realidad resulta patético.