Hijo de Abraham, actor, cantor y jazán de la sinagoga de Uriburu y Sarmiento, Germán Rozenmacher vino al mundo el 27 de marzo de 1936 en el hospital Rivadavia, pero llegó a Buenos Aires en un conventillo de la calle Larrea, en pleno barrio de Once.  Periodista, narrador, dramaturgo, linotipista, “feo, judío, rante y sentimental”, con una obra vinculada a la discriminación, la soledad,  el desarraigo y las preocupaciones políticas y sociales, fue considerado el escritor más talentoso de su generación.

Quiso primero ser rabino para luego seguir la carrera de Letras en la Universidad de Buenos Aires. Marcado a fuego por la violencia libertadora y democrática (“Germán se hizo peronista en setiembre de 1955 al ver la represión de la Revolución Libertadora”, dirá su esposa, la periodista Amelia Figueiredo), amigo de Horacio Eichelbaum, Rodolfo Walsh, Roberto Cossa  y Pedro Orgambide, dirigió la sección Cultura del semanario “Compañero”, donde compartió la redacción con Juan José Hernández Arregui, Rodolfo Ortega Peña, Pedro Barraza, José María Rosa y Ávaro Abós, para quien “en la prosa tersa de Germán se combinaban la tradición judía y el peronismo. Era una mezcla explosiva. El peronismo siempre fue para Germán el espacio de los perseguidos".

Además de en “Compañero”, como periodista, se desempeñó en la revista de ciclismo “Ruedas”, “Panorama”, “Siete Días”,  el diario “Crónica” y fue encargado de Policiales de la revista “Así”, que con tres ediciones semanales de 800 mil ejemplares cada una era la niña mimada de la Editorial Sarmiento creada por Héctor Ricardo García

En 1961, edita por su cuenta, con sus manos y de su bolsillo el volumen de cuentos “Cabecita negra”. Distribuido por su esposa en las librerías porteñas, llega a agotar los 2000 ejemplares.  Rápidamente Jorge Álvarez hace una segunda edición.

Al año siguiente escribió su primera obra teatral, “Réquiem para un viernes a la noche”, que trata de los conflictos familiares de un joven judío que decide adherir a los valores nacionales del país en el que nació. La presentó en una reunión de jóvenes aspirantes a dramaturgos (Emilio Jáuregui, Roberto Cossa, Ricardo Halac) convocada por el director teatral Augusto Fernándes, a fin de que leyeran la pieza que tenían entre manos. Rozenmacher los descolocó al empezar haciendo la música que imaginaba para su obra. Cossa lo cuenta así: . "Recuerdo que él comenzó haciendo con la voz la trompeta, como sentía la música (‘Me gusta cantar, soplar el trombón a vara y la trompeta, pero como no sé tocar, me entretengo haciendo toda una orquesta con la boca’). No estábamos habituados a eso. ¿Qué es esto? ¿Cómo empieza? Lee, lee, lee... se termina la obra y quedamos todos impactados. Hubo un silencio ominoso y nadie pudo hacer más que callar. Después siguió Halac, ya ni me acuerdo qué era, pero no lo podíamos seguir”.

 “Réquiem para un viernes a la noche” se estrenó con gran éxito en junio de 1964 en el teatro IFT. Permaneció tres temporadas en cartel, a sala llena. En la noche del estreno, Rozenmacher, que no solía ir al teatro, quedó anonadado ante la conmoción que se produjo. Cuando la obra concluyó, la ovación fue aplastante, pero también se escucharon algunos gritos en contra. No entendía por qué tanto hasta que en el hall del teatro la actriz Cipe Lincovsky lo increpó: 'Como judía no puedo aceptarlo'.

Ocurría que, recordaba Abós “por judío, perturbaba a algunos peronistas que lo sospechaban sionista. Por peronista, incomodaba a ciertos judíos, defraudaba a la izquierda y era insoportable para la derecha. Por defender a los palestinos fue tachado de traidor. Por revolucionario, para los amantes del orden”.

En 1967 da a conocer “Los ojos del tigre”, otro espléndido volumen de cuentos, en el que no se aparta de su problemática (“…será un lugar común, pero, ¿no tienen la impresión de que los autores escribimos siempre un solo libro a lo largo de todas nuestras páginas? Y es difícil hacerlo, no crea, porque el striptís al principio parece lindo, pero después...”).

Además de “El avión negro”, en colaboración con Roberto Cossa, Carlos Somigliana y Ricardo Talesnik y de una versión escénica de "El lazarillo de Tormes", en 1970 finaliza la que será considerada su obra cumbre “Simon Brumelstein, el caballero de Indias”, en la que el protagonista es un joyero de la calle Libertad que abandona sus negocios, convive con su amante y el marido de ella mientras imagina una religión universal, hasta terminar en el manicomio. La leyó en casa de Walter Vidarte y, al decir de Luis Brandoni “la oímos también Sergio Renán, Héctor Alterio y yo. Nos fascinó a todos".

La obra le traerá muchos sinsabores y una enorme amargura. El teatro de la Sociedad Hebraica Argentina se negó en redondo a poner la obra en escena al considerar que no era adecuado para una institución judía difundir una obra que mostraba a un judío en conflicto con sus tradiciones. Será estrenada por Brandoni recién en 1982, once años después de la tan prematura muerte del autor, l 6 de agosto de 1971, a los 35 años de edad.

Ocurre que, al decir de Abós “por judío, perturbaba a algunos peronistas que lo sospechaban sionista. Por peronista, incomodaba a ciertos judíos, defraudaba a la izquierda y era insoportable para la derecha. Por defender a los palestinos fue tachado de traidor. Por revolucionario, para los amantes del orden”.

En opinión del dramaturgo Roberto Tito Cossa, la frase más poética y teatral de la generación del 60 fue escrita por Germán en “Réquiem para un viernes a la noche”. Después que Sholem Abramson, un cantante de sinagoga empeñado en “hacer lo recto en ojos de Jehová”, maltrata a su hijo porque se va a casar con una católica, cuando el muchacho se está por ir de la casa, le dice “Llevá la bufanda”.